Estuve en Santa Cruz la última vez que Bolivia llegó al Mundial, hace más de un cuarto de siglo, y ni siquiera en ese tiempo de efervescencia nacional vi tantas banderas del país en las calles de esta ciudad.
La urbe (este de Bolivia) que en las últimas tres semanas encarnó como ninguna la vanguardia de las protestas contra Evo Morales decidió seguir en las calles este martes pese a la dimisión y salida del país del mandatario renunciante en la jornada previa.
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Y la medida de protesta de a poco se fue convirtiendo en celebración, a partir del momento en que la senadora opositora Jeanine Áñez juró como nueva presidenta del país. El mismo día en que Morales llegó a México convertido en un autoexiliado tras casi 14 años en el poder.
La movilización no iba a dar tregua hasta que el fin de la era Evo se consumara con la llegada de una nueva autoridad para llamar a elecciones.
Al menos así me lo aseguraron durante el día en cada esquina bloqueada en Santa Cruz, donde además casi siempre me pidieron que bajase de la motocicleta y cruzara la cuadra caminando en respeto al paro (sin importar la sensación térmica que superó por mucho los 30 ºC durante buena parte de la jornada).
Así fue el primer día de Bolivia sin Evo...
Las primeras horas
10 veces nos frenaron en el trayecto entre el aeropuerto de Viru Viru y el hotel cruceño en el que me hospedo desde que arribé a Bolivia en la madrugada del martes.
El taxista que me trasladó, que encontré por un auténtico golpe de suerte, me cobró cinco veces más que la tarifa normal con el justificativo de las enormes dificultades que tiene para movilizarse por una ciudad que ya llevaba más de 20 días en huelga general e incontables puntos de bloqueo.
Son las dos de la mañana y cada 100 o 200 metros encontramos grupos, en su mayoría de jóvenes, que me pedían que les enseñe mi credencial de prensa, el boleto que confirma que vengo desde el aeropuerto y revisaban que en mi maleta solo traía ropa.
“No se vaya a enojar, señor, pero tenemos que cuidarnos”, me dijo Michael, uno de los miles de activistas movilizados, quien con linterna en mano administra uno de los puntos de bloqueo que más me sorprendió.
Allí, un enorme camión cierra el paso de una de las avenidas principales que conducen a Santa Cruz. “Nuestro voto se respeta”, se puede leer en un cartel cubriéndolo de extremo a extremo.
El mensaje se explica por las múltiples denuncias de fraude en la votación de hace tres semanas que desencadenaron una movilización nacional opositora vista muy pocas veces durante los años de mandato de Evo.
El paro cruceño, que velozmente contagió a otras ciudades bolivianas, se activó pocos días después de las elecciones del 20 de octubre, en medio de múltiples denuncias de irregularidades en la votación.
Aquella jornada electoral, el ahora expresidente boliviano intentó alcanzar un cuarto mandato presidencial consecutivo que le habría asegurado permanecer en el poder hasta 2025 pese a que la Constitución del país solo permite dos mandatos seguidos.
El afán reeleccionario de Evo, más el lapidario informe de la OEA sobre las irregularidades en la votación que dio como ganador a Morales, terminaron de sepultar las aspiraciones presidenciales y lo orillaron a una renuncia y autoexilio que muy pocos en Bolivia se animaron a vaticinar.
Ya en el hotel, uno de los más conocidos de la ciudad, me recibieron con luces apagadas y tomaron mis datos a mano ayudados con linternas.
No fue por falta de electricidad, era una señal de adhesión a las protestas opositoras.
Como si todo estuviera dispuesto para que no me queden dudas que la renuncia de Evo no había devuelto para nada la normalidad a Santa Cruz ni a Bolivia.
El temor en La Paz
“Hay miedo, pero estamos organizados”, me escribió un amigo de La Paz a través de Whatsapp cuando yo ya había llegado al hotel.
Mientras los puntos de bloqueo fueron el común denominador en tierra cruceña, en la ciudad sede de los poderes de Bolivia se multiplicaron las trincheras barriales ante el temor de nuevos enfrentamientos entre los detractores y los seguidores de Morales.
Horas de sobrevuelos de aviones militares aumentaron la tensión durante la madrugada del martes en la ciudad desde la que Evo gobernó de manera ininterrumpida durante 13 años, 9 meses y 19 días.
En La Paz, al igual que en Cochabamba (centro del país), las protestas que exigían la renuncia del mandatario y denunciaban fraude en las elecciones, se toparon con la masiva resistencia de los leales a Evo, fundamentalmente provenientes del campo, de sindicatos obreros y del aparato estatal.
La Paz no solo es el centro de residencia de los ministros y viceministros que acompañaron a Evo, también allí viven miles de funcionarios públicos que trabajan (o trabajaban) en el gobierno saliente.
Varios de los que conozco, después de que se confirmó que Morales abandonaba el país, no pasaron la noche en sus casas.
“Nos están persiguiendo. Por primera vez tengo miedo”, me dijo una amiga que es colaboradora cercana de un ministro y me compartió fotos de carteles que circularon en los últimos días con las direcciones de muchas de las principales autoridades gubernamentales bolivianas.
Ella no sabe qué pasará primero, si presentará su renuncia o se la pedirán ahora que un nuevo gobierno se conforma.
Si algo compartieron muchos oficialistas y opositores en La Paz durante la madrugada de este martes fue el temor y la incertidumbre ante lo que pueda pasar.
Un país en la incertidumbre
Ya con el sol y el calor alcanzando a Santa Cruz en pleno, me encuentro con un grupo de mujeres que se denomina la “Resistencia Femenina”.
Ellas cierran el acceso a un banco estatal rodeadas de carteles en los que se leen “Evo chau” y “Bolivia dijo no”. Todavía no se sabía que Áñez asumiría la presidencia en las siguientes horas y la incertidumbre las mantenía en alerta.
Allí me encuentro con Maité, quien me dice que no van a parar las movilizaciones porque, pese a la salida de Morales del país, no sabían bien qué iba a pasar.
“Por eso esto sigue”, me dice Maité, quien además me reclama por una nota publicada en BBC Mundo en la que mencionamos que el líder del Comité Cívico pro Santa Cruz, Luis Fernando Camacho, gran protagonista de las protestas contra Morales, fue calificado por analistas como un “Bolsonaro boliviano”.
“Esto va mucho más allá de él, no te imaginas lo enorme y pacífica que fue la movilización”, me cuenta mientras me muestra fotos de las ollas comunes que se organizaron diferentes barrios de Santa Cruz para sostener la movilización callejera y el paro general.
Similares imágenes había visto la anterior semana en La Paz, donde los universitarios fueron los protagonistas de las protestas contra Evo y que también se organizaron en sus barrios. Durante el día para bloquearlos y por la noche para protegerlos, algo que todavía ocurre hasta la noche de este miércoles.
Las banderas bolivianas
Ni siquiera las primeras imágenes que se conocieron este martes de la llegada de Morales a México como asilado provocaron el repliegue de la gente movilizada en ambos bandos.
Cerca al epicentro de las protestas en Santa Cruz, frente a una enorme estatua de Cristo, Carlos Egüez mira en su celular el video de Evo vestido con camiseta azul claro descendiendo del avión en un aeropuerto mexicano.
A su lado hay una caja con banderas de Bolivia y de Santa Cruz que él estuvo vendiendo por centenares durante todos estos días (fenómeno también producido en las principales ciudades del país durante las tres semanas de crisis).
Pese a que “fue un buen negocio”, me cuenta que está triste.
“Evo fue el mejor presidente de la historia de Bolivia”, señala Carlos para mi sorpresa y dice que, pese a las multitudinarias protestas en su contra, mucha gente en Santa Cruz y en Bolivia quería que Evo se quedara.
Vaticina que la llegada de Áñez a la presidencia desatará un festejo que le permitirá vender más y más emblemas nacionales, pero también dice que ya está cansado del paro.
Consumada la sucesión presidencial, los petardos no tardaron en acompañar la noticia de que Bolivia tiene una nueva mandataria, como había anticipado Carlos.
El hombre tiene 40 años, piel morena y nació en Santa Cruz. En su puesto de venta lo acompaña su hija, quien cuando me ve bajando de la moto corre para venderme una bandera boliviana.
En ese mismo lugar, hace 25 años, mis padres me compraron una idéntica para flamearla el día del debut de Bolivia en el Mundial.
Texto de Boris Miranda, enviado especial de BBC News Mundo a Bolivia.