Luego de recitar un rosario y entonar dos evangelios, los niños de una escuela en Las Lomas, un pueblo rural a las afueras de Caracas, Venezuela, hacen fila para entrar al comedor, donde cada uno recibirá el que puede ser el único plato que comerá en el día.
"Son chamos de familias desestructuradas, que viven en casas de barro, que si no es acá no tienen dónde comer", dice Ana María González, la hermana que preside este autosustentable centro de asistencia vinculado a la fundación internacional cristiana Fe y Alegría.
El plato de metal que los niños abordan con ansias tiene una gran porción de pasta con salsa de tomate, una tajada de plátano maduro y tres cuadraditos de carne.
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— Mundo El Comercio (@Mundo_ECpe) 20 de abril de 2016
"Antes podíamos darles granos y carnes o pollo todos los días, pero ahora se reduce a uno o dos días por semana", asegura González, mientras los niños comen en silencio.
Su testimonio parece repetirse a lo largo del país: los venezolanos –y entre ellos la población más vulnerable, los niños– están comiendo menos y en menor calidad.
Las encuestadoras lo reportaron recientemente: Datos encontró que 90% dice comprar menos alimentos, Venebarómetro estima que 31% asegura comer menos de tres veces al día y Encovi halló que 15% considera su alimentación monótona o deficiente.
Los datos oficiales sobre alimentación no se publican desde 2013, cuando la crisis económica apenas arrancaba: en ese momento el Instituto Nacional de Estadística reportó que el hambre –medida por consumo de calorías– afectaba a un 5% de los venezolanos.
Tres años después, muchos venezolanos creen que acá se vive una emergencia alimentaria, que hace un mes fue decretada por la Asamblea Nacional, controlada por la oposición, en busca de solucionar la escasez, la inflación y la recesión que golpearon el plato de comida.
El presidente, Nicolás Maduro, niega que haya dicha crisis, que considera más una guerra económica de especuladores y contrabandistas para sabotear su gobierno.
"En Venezuela no hay hambre, pasamos un momento difícil pero el pueblo tiene acceso a sus bienes", dijo el mandatario hace una semana.
Y, como suele hacer, recordó que el año pasado la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO, por sus siglas en inglés) premió a Venezuela por segunda vez en 24 meses por su labor en la lucha contra el hambre.
— Hambre oculta —
Al volante de una camioneta en medio de un caótico barrio popular en Caracas, la nutricionista Marianella Herrera señala a una mujer cuyo cuerpo parece una torre de neumáticos.
"Eso es lo que llamamos hambre oculta", le dice a BBC Mundo, para ilustrar el fenómeno que según ella –doctora de la Universidad Central de Venezuela (UCV) y miembro de la dirección del Observatorio Venezolano de Salud (OVS)¬– se está dando en el ámbito alimenticio en Venezuela.
El "hambre oculta", un concepto reconocido por nutricionistas a nivel mundial, se refiere a la deficiencia de micronutrientes en personas que se pueden ver bien físicamente.
"Acá no hay una hambruna típica de países africanos, sino que lo que come la gente no alimenta", continúa Herrera.
Según estudios del OVS y la ONG Fundación Bengoa para la Alimentación y Nutrición, el 75% de la dieta actual de los venezolanos se limita a carbohidratos.
El producto con mayor intención de compra, según estas ONGs, es la harina de maíz precocido con la que se hace la arepa; después el arroz, los panes y las pastas.
Las frutas y las hortalizas –que a diferencia de los otros productos no tienen problema de abastecimiento, pero sus precios aumentan más del 250% anual, según cifras oficiales– son cada vez menos accesibles para las clases medias y bajas.
Y las proteínas animales, menos: según la Federación Nacional de Ganaderos, en 2015 los venezolanos redujeron la ingesta de carne de res en 42% con respecto a 2012, el consumo más bajo en 55 años.
Herrera vuelve a la corpulenta mujer en el barrio: "Tú puedes verla gordita y dices que está bien alimentada, pero si esa gordura es resultado de una alimentación desbalanceada, esta persona puede estar desnutrida y es muy vulnerable a enfermedades como diabetes, anemia e hipertensión, entre muchas otras".
Hasta hace unos cuatro años Venezuela era de las economías con mayor consumo general per cápita de la región: acá incluso los más pobres podían tomar whiskey escocés, almorzar una parrillada con carne argentina y cambiar de sabor con chocolates suizos.
Economistas y nutricionistas coinciden en que la percepción sobre el hambre se exacerba por traumas psicológicos: que la arepa ya no se pueda rellenar con carne desmechada, frijoles negros y queso blanco –sino solo con mantequilla– es un golpe chocante al venezolano, aseguran.
Hoy en Venezuela, como en algunos otros países de la región, se pueden ver restaurantes con langosta, bife de chorizo y queso francés en el menú, así como zonas de extrema pobreza donde los niños encajan aquella figura del africano con cuerpo esquelético.
Pero en ambos casos se trata de minorías: la mayoría, dice Herrera, come mal y puede sufrir hambre oculta.
De hecho, en 2013 Venezuela empezó a figurar en el segundo lugar del ranking de la FAO de países latinoamericanos con mayor obesidad.
"Sí, ningún venezolano se ha muerto de hambre directamente, pero ¿y si se muere de una diarrea que se complicó por el bajo nivel de micronutrientes, no lo deberíamos considerar una muerte de hambre?", se pregunta la doctora.
Aunque el gobierno ha intentado promover la buena alimentación con varias campañas, ninguno de sus voceros ha opinado sobre la obesidad como reflejo de la malnutrición, o el hambre oculta.
Por el contrario, en el sector oficialista se suele ver la obesidad como un reflejo de que acá no hay hambre.
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