1 / 27 Sin tener dinero para pagar los pasajes de avión, el alojamiento, la comida y la documentación, los migrantes arriesgan sus vidas en la densa selva del Darién, la peligrosa ruta alternativa para dirigirse a Estados Unidos. (Juan Carlos Tomasi/MSF).
2 / 27 Lancha que transporta a los migrantes hacia Acandí (Chocó), el último poblado en Colombia que ven antes de adentrarse en la selva del Darién. (Juan Carlos Tomasi/MSF).
3 / 27 5:45 am. Los migrantes oran mientras esperan a que salga el Sol para adentrarse en la selva del Darién, entre Colombia y Panamá. (Juan Carlos Tomasi/MSF).
4 / 27 De enero a noviembre de 2023, casi medio millón de migrantes han atravesado la selva del Darién, entre Colombia y Panamá. (Juan Carlos Tomasi/MSF).
5 / 27 El 20 % de los migrantes que atraviesan la selva del Darién son menores de edad. (Juan Carlos Tomasi/MSF).
6 / 27 El Tapón del Darién es una de las rutas más peligrosas para los migrantes en todo el mundo. (Juan Carlos Tomasi/MSF).
7 / 27 El Darién es una selva que conecta Sudamérica con Centroamérica. Se ubica entre los territorios de Colombia y Panamá. (Juan Carlos Tomasi/MSF).
8 / 27 Migrantes caminan a través de la selva del Darién, en Colombia. (Juan Carlos Tomasi/MSF).
9 / 27 Durante su travesía por el Darién, los migrantes deben atravesar los ríos Acandí y Tuquesa. (Juan Carlos Tomasi/MSF).
10 / 27 Los migrantes atraviesan la selva del Darién en su propósito de llegar a Estados Unidos. (Juan Carlos Tomasi/MSF).
11 / 27 La selva del Darién tiene 5.000 kilómetros cuadrados de bosques tropicales, montañas escarpadas y ríos. (Juan Carlos Tomasi/MSF).
12 / 27 Los migrantes llegan a través del río Tuquesa a la Estación de Recepción Migratoria de Lajas Blancas, un campamento instalado por el gobierno panameño. (Juan Carlos Tomasi/MSF).
13 / 27 Al recorrer el trayecto a pie o en medios de transporte poco seguros como barcas de madera, las personas son vulnerables a temperaturas de hasta 35º C, deshidratación y enfermedades como el dengue y la malaria. También se arriesgan a ataques de animales salvajes y ahogamientos en los ríos. (Juan Carlos Tomasi/MSF).
14 / 27 Fila de registro migratorio. La comunidad indígena de Bajo Chiquito, en Panamá, es el primer punto al que llegan los migrantes luego de atravesar la selva. (Juan Carlos Tomasi/MSF).
15 / 27 Puesto de atención de MSF en alianza con el Ministerio de Salud de Panamá en comunidad indígena de Bajo Chiquito. (Juan Carlos Tomasi/MSF).
16 / 27 Es habitual que los migrantes lleguen a comunidades indígenas remotas exhaustas y necesitadas de atención médica. (Juan Carlos Tomasi/MSF).
17 / 27 MSF presta atención en salud física y mental, además de apoyo social, a los migrantes que llegan a Panamá tras atravesar el Darién. (Juan Carlos Tomasi/MSF).
18 / 27 Los más fuertes pueden atravesar el Darién en cuatro días, pero para otros puede durar hasta diez días o más. (Juan Carlos Tomasi/MSF).
19 / 27 Bajo Chiquito pasó de tener 300 habitantes a ver pasar diariamente entre 1.500 y 3.000 migrantes. (Juan Carlos Tomasi/MSF).
20 / 27 La comunidad indígena de Bajo Chiquito, en Panamá, es el primer punto al que llegan los migrantes luego de atravesar la selva. (Juan Carlos Tomasi/MSF).
21 / 27 Los migrantes llegan agotados a la comunidad indígena de Bajo Chiquito, en Panamá, la primera que ven luego de atravesar la selva. (Juan Carlos Tomasi/MSF).
22 / 27 Además de los peligros de la naturaleza, en el Darién los migrantes también son víctimas de grupos delictivos que cometen abusos sexuales, robos y trata de personas. (Juan Carlos Tomasi/MSF).
23 / 27 Keiber Bastidas y su familia esperan en la sala de MSF para ser atendidos. (Juan Carlos Tomasi/MSF).
24 / 27 De enero a octubre de 2023, MSF realizó 51.500 consultas médicas y de enfermería en el Darién panameño. (Juan Carlos Tomasi/MSF).
25 / 27 La mayoría de los que cruzaron el Darién en este 2023 proceden de Venezuela, Haití y Ecuador. También hay ciudadanos de China, India, Colombia, Afganistán, Perú y Somalia, entre otros países. (Juan Carlos Tomasi/MSF).
26 / 27 La mayoría de migrantes abandonó sus países de origen por problemas económicos, falta de seguridad y amenazas contra su vida y su familia. (Juan Carlos Tomasi/MSF).
27 / 27 Los migrantes toman una lancha en Bajo Chiquito hacia la Estación de Recepción Migratoria de Lajas Blancas, un campamento instalado por el gobierno panameño. (Juan Carlos Tomasi/MSF).
![Sin tener dinero para pagar los pasajes de avión, el alojamiento, la comida y la documentación, los migrantes arriesgan sus vidas en la densa selva del Darién, la peligrosa ruta alternativa para dirigirse a Estados Unidos. (Juan Carlos Tomasi/MSF).](https://elcomercio.pe/resizer/v2/3RTPSD5BSFHCHABDSHEPDTHC4A.jpg?auth=da8d699cf674af25cd9df5a83dfbdc9893da4cf4b111291fa5d87b305b767590&width=5760&height=3840&quality=75&smart=true)
Juan Carlos Tomasi es un fotoperiodista que trabaja con Médicos Sin Fronteras (MSF) desde hace más de dos décadas. Él y su cámara han retratado a infinidad de personas en momentos y lugares donde la humanidad duele mucho: Afganistán, Somalia, Sudán, República Centroafricana y Etiopía, por nombrar solo algunos pocos ejemplos.
Sin embargo, este año, fue la crisis migratoria del Darién la que lo interpeló a poner su mirada sobre la situación de miles de personas que atraviesan este paso fronterizo entre Colombia y Panamá. Solo en 2023, casi 500.000 migrantes han cruzado esta ruta, duplicando la cantidad de personas que lo hicieron en 2022.
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“Mi primera incursión periodística en América Latina fue al final de la década del 80″, cuenta Tomasi. “He vivido terremotos, huracanes, conflictos y crisis de desplazamiento, pero jamás había visto tantas personas caminando juntas en búsqueda de un futuro mejor”. De este modo, uno de los fotógrafos de cabecera de MSF, describe su experiencia visual en una de las rutas migratorias más peligrosas del mundo.
“Escalan cerros y cruzan, aún sin saber nadar, nueve veces por el río hasta llegar a la frontera con Panamá. Nueve veces. Pero antes de partir desde Necoclí, Colombia, el último paso previo a adentrarse al Tapón del Darién, rezan: hombres, mujeres, niñas y niños, rezan en la madrugada buscando el toque de Dios.
Mi primera incursión periodística en América Latina fue a finales de la década del 80. He vivido terremotos, huracanes, conflictos, crisis de desplazamiento, pero jamás había visto tantas personas caminando en busca de un futuro mejor. Jamás. Lo que vi en el Darién fue una fila humana sin final. Más de dos mil personas atravesándolo diariamente, más de dos mil almas caminando al unísono en búsqueda del sueño americano, cargando mochilas, sacos de dormir, agua y comida.
Pero cada historia es diferente y la condición humana no es tangible. Entonces cuando tomo una fotografía, intento mirar a través de los ojos de las personas a las que retrato, creo que ahí nace la empatía. A veces lo he conseguido, y otras veces no, pero siempre es necesario saber por qué y para qué se toma una foto, y cuál es su significado. Así como también es sustancial implicarse con la situación de las personas y asimilar sus relatos. En este caso, la gran mayoría de migrantes a los que acompañé provenían de Venezuela, entonces antes de llegar a terreno, me involucré para entender y conocer de forma subjetiva los motivos por los cuales decidieron salir de su país y las condiciones de vida que atravesaban.
El idioma también es fundamental. La proximidad del lenguaje rompe muchos estereotipos. Fue una de las pocas veces en mi vida profesional que nunca obtuve un no por respuesta al preguntar por un retrato. A diferencia de otros contextos en los que he trabajado, donde no comparto el idioma, me ha descolocado el escucharles en mi propia lengua. Porque no había filtros o personas intermediarias que nos tradujeran, conversamos y nos oímos mutua y directamente. Me interpelaban desde el mismo instante en el que les miraba a los ojos. Y de allí, nacieron fotografías.
Durante la parte de su trayecto en el que pude acompañarles, vi también familias enteras caminando, remontando cerros y cruzando ríos. Luego, cuando los fui a buscar a Bajo Chiquito, a la salida del Tapón, pude observar que todo lo que traían con ellas al momento de emprender el viaje, ya no lo tenían consigo después de haber atravesado de tres a siete días la selva. Se habían desprendido de sus cosas o se los habían robado todo. Fue duro testimoniar su desolación, su estado físico y anímico. Apenas empezaban la ruta que los llevaría hacia el norte cuando ya se habían quedado sin nada.
Inmediatamente te invade la frustración y te preguntas qué es lo que puedes hacer. Y en el fondo, sabes que es poco. La esperanza que traen cuando están por cruzar el Darién, la pierden al llegar. Y para algunas personas, este cruce es la experiencia más traumática de sus vidas.
La falta de información que tenían en relación con la ruta migratoria también me interpeló. Muchas personas no tenían conocimiento sobre los países que debían transitar para llegar a destino, dónde se encontraban específicamente o cuál era el costo para subirse a una barca o a un autobús. Solo se habían informado por Facebook y TikTok.
En momentos, me sentí un poco superado por la intensidad de los acontecimientos, aunque siempre tuve en claro lo que estaba buscando. Quería encontrar historias de vida más cercanas y humanas, y respuestas sobre lo que las personas intentan conseguir en este trayecto tan duro. Quería entender el camino y lo que dejan en él. Quería implicarme en sus miradas e intentar tener una visión diferente, sin paliativos. Y por otra parte, sentía que debía estar allí y explicar esos sentimientos, más allá del bagaje que traía de esta crisis. A veces la razón no está en la mirada, sino que aparece cuando cierras los ojos. Eso te permite cargar otras maneras de sentir a las que luego también puedes darles forma”.
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