Los Legionarios de Cristo hicieron público un informe en diciembre pasado en el que reconocen que entre 1941 y 2019 miembros de su congregación violaron a 175 niños.
Según el documento, su fundador, el mexicano Marcial Maciel, abusó de 60 menores.
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En estos días, como hacen cada 6 años, los legionarios están reunidos por ocho semanas en Roma.
Además de nombrar a sus nuevos líderes, tratarán entre otros temas “el camino para avanzar en la atención a las víctimas de abusos sexuales, los posibles encubrimientos, negligencias u omisiones en relación con los mismos en el pasado”.
Así se lo confirmó a BBC Mundo Pablo Pérez de la Vega, director de comunicación de esta organización en México.
Cita también un comunicado de la Santa Sede de 2010 emitido tras una vista a los legionarios en el que describen los comportamientos Marcial Maciel, fundador de esta congregación, como “auténticos delitos” y dicen que su vida fue “carente de escrúpulos”.
“Dicha vida era desconocida por gran parte de los Legionarios, sobre todo por el sistema de relaciones construido por Maciel, que había sabido hábilmente crearse coartadas, ganarse la confianza, familiaridad y silencio de los que lo rodeaban”, asegura el comunicado.
Otro de los sacerdotes acusados es Fernando Martínez, que, tras ser denunciado públicamente por varias de sus víctimas en México, ha aceptado haber cometido abusos.
A Biani López Antúnez la habría violado desde los 8 hasta los 10 años.
En ese entonces López Antúnez escribió una carta en la que le contaba a su maestra que el sacerdote y director de la escuela les daba a ella y sus compañeras “besos cada vez más cerca de la boca” y “las cargaba entre las piernas”.
Este es el testimonio de la ahora museógrafa de 37 años narrado en primera persona.
Cuando tenía 8 años mi familia se mudó de Ciudad de México a Cancún. Mis padres me metieron a una escuela de los Legionarios de Cristo, sin poder imaginar los terribles abusos que sufriría a manos del director y sacerdote, Fernando Martínez.
Fui alumna fundadora del Instituto Cumbres en Cancún en 1991. La escuela todavía estaba en construcción cuando comenzamos las clases.
Yo tenía 8 años y entré a tercero de primaria. Mis padres habían decidido que nos fuéramos a esa ciudad, que entonces era todavía muy pequeña, para que creciéramos en un entorno más sano y más cerca de la naturaleza.
El director de la escuela era el sacerdote Fernando Martínez. Ahora sabemos que Martínez había sido nombrado a pesar de haber sido ya acusado de abusos sexuales en otros colegios de Ciudad de México y Saltillo.
Él mismo había reconocido una acusación del 91 e incluso pidió no ser trasladado a Cancún porque no se sentía “firme” para aceptar esa responsabilidad tras las acusaciones.
Aún así, los legionarios pusieron mi colegio a cargo de un depredador sexual, que continuó con su comportamiento criminal a sus anchas.
Martínez fue ganándose nuestra confianza y fue aumentando sus abusos gradualmente.
Empezó con besos en la mejilla y que cada vez nos los daba más ceca de la boca, como de forma accidental.
Y así, fue subiendo de tono, con abusos mas graves, hasta que llegó a violarnos. Lo hizo en múltiples ocasiones.
Estaba coludido con una maestra, que sacaba a un grupo de tres niñas de nuestros salones de clases y nos llevaba a la dirección o a la capilla. Allí, cerraban las cortinas, las puertas y nos hacía todo tipo de cosas horribles.
A veces nos hacía leer la biblia, nos daba hostias o jugaba con los símbolos sagrados para distraernos y confundirnos y poder abusar de nosotros.
Las niñas salíamos llorando y nadie decía nada.
A mí me abusó durante dos años, desde que tenía 8 años hasta los 10. Además, me hacía ver cómo abusaba de otras niñas.
Fue algo terrible. Yo era muy pequeña y no entendía lo que estaba pasando. En un principio él era una figura de autoridad total. Era el sacerdote de la escuela, que supuestamente representaba a Dios. Además, era la máxima autoridad de la escuela. ¿Cómo ese señor podría hacer algo malo?
Yo lloraba mucho. Todas llorábamos. Me acuerdo que me encerraba en el baño de la escuela a llorar y llorar. Regresaba a clases y me acostaba en la banca y seguía llorando.
Poco a poco tomé consciencia de estar siendo abusada. No podía con mis emociones y con mi cuerpo.
Tengo recuerdos muy vívidos de ciertos abusos. Me acuerdo muy bien de una vez que me hizo ser testigo de cómo violaba a otra niña más pequeña que yo, en la capilla de la escuela. Ahí me di cuenta de que esa pequeñita estaba sufriendo y que yo tenía que hacer algo por protegerla.
En una ocasión, una maestra de la escuela entró al baño y descubrió a un grupo de niñas que llorábamos. Nos preguntó qué nos pasaba, pero le dijimos que no podíamos contarle.
Nos pidió que escribiéramos una carta.
Yo la escribí, pero la dirigí a mi maestra, Lorena.
Además de los besos, yo pude articular que nos cargaba entre las piernas.
En nuestra mente infantil era difícil discernir que la maestra Aurora era su cómplice y que ella nos llevaba con él a sabiendas de lo que nos estaba haciendo.
Así que le dijimos lo que estaba pasando. Ella nos dijo que lo iba a solucionar, pero que no se lo dijéramos a nuestros papás. Pero fue justo lo que hicimos.
Yo se lo dije a mi mamá y ella habló con otras mamás de las niñas que yo sabía que habían sido abusadas.
Ellas hablaron con Eloy Bedia Diez, que era el nuevo director territorial de los Legionarios, era junio de 1993.
Ahora sabemos que ya en diciembre de 1992 Ana Lucía Salazar, que era un año más pequeña que yo, le había dicho a sus papás que Martínez abusaba de ella repetidamente. A ella la violaba a solas.
Cuando hablaron con Martínez les dijo que la niña "había malinterpretado todo".
Acudieron también con Bedia y con el obispo Jorge Bernal, que no hicieron nada. Seguramente pensaron que la denuncia de una sola niña no les iba a causar problemas.
Sus padres la sacaron de la escuela y volvieron a vivir en Monterrey.
Cuando nosotras cuatro lo acusamos también, Bedia informó a los padres de los alumnos que Martínez ya no estaba en Cancún. Sabemos que lo sacaron del país y se lo llevaron a Salamanca, en España, y lo pusieron en un noviciado, también en contacto con niños.
Bedia escribió recientemente que después de reunirse con nuestras mamás se reunió con todos los padres de familia de la escuela.
Lo que no especifica es que a esa segunda reunión no invitó a las madres de las víctimas. Y a ellos les contó una historia diferente. Les dijo que Martínez se tuvo que ir de México por un problema en el corazón y lo iban a operar en Miami.
Con Martínez fuera del país, mis padres ni siquiera pudieron denunciarlo legalmente.
“Señalada y avergonzada”
Y alrededor del tema se formó un gran escándalo. Unos sabían que Martínez se había ido por abusos sexuales. La gente se preguntaba quienes eran las niñas que habían sido abusadas.
Aunque no eran ataques directos contra mí, yo los escuchaba hablar. No sabían que era yo, pero estaban hablando de mí. Yo me sentía señalada y avergonzada.
Es lo que la sociedad hace: siempre señala a las víctimas y no al victimario.
Algunos incluso defendían al sacerdote diciendo que las acusaciones eran calumnias. “Cómo pueden decir algo así de un padre tan simpático y buena persona, quien le dio la primera comunión a nuestro hijos”, decían.
No sabemos cuántas víctimas fueron en nuestro colegio. Pero seguro que su informe se queda muy corto.
Solo reconoce a quienes los acusamos públicamente. Y dice que algunas otras acusaciones son falsas.
Por ejemplo, Martínez fue acusado de abusos sexuales por primera vez hace 50 años, en 1969. Y estuvo en contacto con niños por muchos años.
Denuncias públicas
El año pasado en mayo, fue otra vez Ana Lucía, que ahora es presentadora de radio y televisión, quien primero empezó a denunciar a Fernando Martínez, pero ahora públicamente.
Salió en muchos medios de comunicación hablando de lo terrible de los abusos.
Entonces me pareció que ella era muy valiente, pero que yo no podía hacer eso.
A raíz de sus denuncias, en noviembre del año pasado, Martínez le envió una carta a Ana Lucía pidiéndole perdón.
“Perdón de rodillas”
“Estoy horrorizado y quiero con este breve mensaje apelar a tu generoso corazón y pedirte de rodillas perdón. Nadie más que Dios y tú pueden darme la paz”, dice.
“Sé que mi proceder de aquel entonces no estuvo a la altura de mi condición de sacerdote que debe acercar a las almas a él confiadas a Dios y máxime tratándose, como educador, de una persona con nuevas responsabilidades con las personas a él confiadas. No tengo justificante y lo deploro”, continúa.
Ahí también habla de las penas que le han sido impuestas: no tener ningún ministerio sacerdotal público, no vestir sotana y mantener una vida de oración.
Me parece que esos castigos son de risa para alguien que ha abusado sistemática y repetidamente de niños. Un depredador sexual, un pedófilo confeso.
“Monstruos del pasado”
Cuando empecé a ver a Ana Lucía en los medios, me sonaba su nombre, pero no me acordaba de ella porque no íbamos en el mismo grado.
Fue entonces que me contactó otra conocida de la escuela. Me contó que también a ella también había sido abusada y quería saber si también era mi caso.
Entré en shock. Me di cuenta que no solo eran las víctimas de las que yo sabía. Que había más.
Ese día terminamos hablando cuatro víctimas de Martínez. De repente, recordando los abusos regresaron todos los monstruos del pasado. No es que volviera a sufrir el trauma, más bien lo volví a vivir.
Los legionarios respondieron a las denuncias diciendo que iban a hacer una investigación especial de los abusos de Martínez.
Querían decir que son una legión renovada y transparente y que están preocupados por las víctimas. Y contrataron a una empresa estadounidense de control de daños, llamada Praesiduim.
Para su reporte no contactaron a Ana Lucía, solo contactaron a una de nuestras conocidas. Ella les dio mis datos y yo acepté verlos, pero fui con unos abogados.
“Investigación hecha a modo”
A cambio de mi testimonio, les pedí garantías de que no iban a compartirlo con los legionarios para que esto no afectara mi caso. Pero nunca más me volvieron a contactar.
Así que de seis víctimas de las que estamos en contacto, solo entrevistaron a una persona.
Cuando vi esa investigación me hirvió la sangre porque es una investigación hecha a modo donde le cargan todos los delitos al fundador Marcial Maciel.
Maciel es el único culpable porque ya esta muerto. Porque ya todos sabemos que era un criminal y a nadie le importa ya cargarle tres o cien delitos más.
Pero, por ejemplo, sabemos que el director general actual de los legionarios Eduardo Robles Gil, sabía de los abusos desde 2014 y no abrió entonces una investigación.
Dicen que intentaron presentar una denuncia en Quintana Roo. Pero ni siquiera dan a conocer un folio de la denuncia. Dicen que no procedió porque ya había prescrito. Pero que ellos ya son transparentes y quieren colaborar con las autoridades civiles.
En el informe les piden perdón a las víctimas. Lo que me pareció vomitivo. Porque en realidad nunca les hemos importado.
Cuando salió a la luz su reporte, los medios de comunicación lo publicaron ampliamente. Hablaron de una “investigación histórica” y daban la versión de la legión, que supuestamente se ha renovado y está buscando atender a sus víctimas.
Pero me pareció tan mal que todos le aplaudieran, que fue cuando me decidí a hablar públicamente para apoyar lo que está diciendo Ana Lucía.
“El daño nunca prescribe”
Queremos que los delitos sexuales contra los niños no prescriban. Porque el daño nunca prescribe: sigue ahí y es permanente. No se puede dar un plazo de tiempo para denunciar algo que es tan terrible y es tan difícil de hablar siquiera.
Es un abuso que rompe la infancia y el desarrollo de los niños.
Ahora Martínez tiene 80 años y está recluido en una casa de Roma, cumpliendo un castigo supuestamente duro para él. Pero, sus encubridores están manejando la legión.
Esa es nuestra lucha. Que ya no estén a cargo de niños que pueden ser sus víctimas.
Tienen muchas escuelas de paga en México y otras partes del mundo y son una de sus principales fuentes de ingresos. Así que los padres al poner ahí a sus hijos, además de ponerlos en peligro, están financiando una institución delictiva.
Los legionarios fueron fundados por un criminal, por un pederasta. Si ya saben esto y que la legión no ha hecho nada contra los que han encubierto esos delitos, pues como institución no tiene razón de ser.
A los delincuentes y sus encubridores lo único que les detendrá de cometer abusos será que los metan en la cárcel.
“De víctima a victimario”
Por el reporte también nos enteramos de que nuestro violador había sido abusado a su vez por Marcial Maciel, el fundador de los legionarios.
Es un discurso muy manido, muchos dicen que si eres víctima te vuelves victimario. Pero para mí es incluso ofensivo. Yo fui víctima y nunca he abusado de nadie. Ninguna de mis compañeras lo ha hecho.
Yo no tengo compasión por él. Creo que precisamente lo hicieron público para que algunos lo justificaran. Pero yo creo que es al revés. Que a cambio de su silencio los legionarios lo han protegido y le han encubierto 50 años de abusos.
En 1997, nueve ex legionarios enviaron una carta a Juan Pablo II denunciando a Marcial Maciel de abusos sexuales e hicieron públicas las acusaciones. Y Martínez no está entre ellos.
Los niños en realidad nunca les importamos. Solo significamos un negocio de donde sacar dinero para financiarse y para abusarnos.
Pero esos abusos te marcan de por vida. A cada víctima de manera diferente.
Yo me salí de esa escuela en cuanto pude. Y después me cambié de ciudad y luego de país. Siempre intentaba poner más y más distancia, como que quería huir. Intentaba empezar siempre una vida nueva en otro lugar donde nadie me conociera.
También, he llegado a la conclusión que mi trauma no me ha permitido tener hijos. Fisiológicamente estoy sana. Pero tengo un bloqueo. Me da terror pensar en tener una niña pequeña que pueda ser abusada.
A las víctimas que no han hablado públicamente las entiendo. Cada quien tiene sus tiempos, lo procesa diferente. Yo lo respeto. A lo mejor ellas dentro de unos años quieren hacer su denuncia. O tal vez nunca la quieran hacer. Eso también se respeta. Yo sé que están rotas, porque yo también lo estoy.