El Estado Islámico amplía sus fronteras por Asia y África
El Estado Islámico amplía sus fronteras por Asia y África
Redacción EC

Hace unos días el autodenominado (EI) recibió la última muestra de adhesión desde Nigeria, a miles de kilómetros de su califato. Boko Haram juró lealtad a Abu Bakr al Baghdadi, el cabecilla de la organización yihadista, tras meses de acercamiento. 

Boko Haram se aproximó al EI al adoptar su estética mediática. Nigeria y Túnez (a través del batallón Uqba bin Nafi, rama local de Al Qaeda en el Magreb Islámico) pueden ser los próximos lugares de expansión”, señala a El Comercio el reputado experto en yihadismo Ayman al Tamimi.

Desde agosto del año pasado, los cientos de bombardeos lanzados por Estados Unidos sobre las posiciones del califato no han impedido que la organización yihadista continúe forjando su estructura en Siria e Iraq –donde controla un tercio de sus territorios– ni han detenido la expansión internacional de su terror, con el desfile de grupos jurando lealtad a Al Baghdadi y el establecimiento de provincias allende sus dominios, desde la orilla sur del Mediterráneo hasta tierras curtidas en la yihad como Afganistán y Pakistán.

El califato, instaurado en junio del 2014, ha logrado cambiar el mapa del Medio Oriente. Una suerte de país, con una nueva organización, ha dinamitado el acuerdo Sykes-Picot. “Hay varias razones detrás del establecimiento de provincias del EI en Siria e IraqEn setiembre del 2014, por ejemplo, el grupo creó la provincia de Faluya para demostrar su control sobre la ciudad y derrotar a movimientos rivales como el ejército de Al Naqshbandia (formado por miembros del partido Baaz de Saddam Hussein) y Jaysh al Muyahidin”, detalla Al Tamimi.

Desde entonces, ha ido modelando su mapa con nuevas ‘wilayat’ (provincias). Las últimas, las de Al Yazira y Tigris, fueron anunciadas a fines de febrero y se extienden por el norte de Iraq. La organización yihadista –con Raqqa, en Siria, y Mosul, en Iraq, como capitales de su entramado– reproduce un mismo patrón: las provincias están formadas por ‘qawati’ (municipios) administrados por un comandante militar, un líder a cargo de la seguridad y un emir que rinden cuentas al ‘wali’ (gobernador de la provincia).

“Los líderes provinciales no viven en el territorio que gobiernan. Así, los gobernadores de Minbij, Al Bab y partes de Deir Ezzor incluidas en la ‘wilayat’ Al Jair suelen residir en Raqqa o Shaddadi”, recalcan Hassan Hassan y Michael Weiss en el reciente ensayo “ISIS, dentro del ejército del terror”.

La sed de poder ha llevado al Estado Islámico a superar su territorio en busca de lugares donde extender su ley e influencia. Una miríada de grupos, muchos vinculados a la decadente Al Qaeda, ha voceado su ‘baya’ (juramento de lealtad) al califa.

A menudo, tras aceptar las adhesiones, el Estado Islámico ha proclamado el establecimiento de nuevas provincias extramuros del califato. Así sucedió hace cuatro meses cuando Ansar Beit al Maqdis, la organización que ha puesto en jaque a las fuerzas de seguridad egipcias, rindió pleitesía a Al Baghdadi.

El Estado Islámico celebró el paso con la creación de la provincia del Sinaí. “El Estado Islámico piensa que puede expandirse aunque no haya pruebas de una presencia significativa de seguidores en zonas como Yemen. En todo caso, la firma de una alianza no conlleva la creación automática de una provincia. Ansar al Tawhid, en India, juró lealtad en octubre del 2014, pero el Estado Islámico no ha anunciado la provincia de India porque no considera al grupo lo suficientemente grande y poderoso”, precisa Al Tamimi.

De momento, aparte del Sinaí, el califato ha desplegado provincias en Afganistán, Pakistán (bautizada como Jorasán), Yemen –en las gobernaciones de Saná y Dhamar–, Argelia, Arabia Saudí –denominada Al Haramain, los dos santuarios– y Libia, donde cuenta con tres sucursales: Trípoli (responsable de la reciente decapitación de 20 cristianos egipcios), Fezzan y Barqa. Pese a las reclamaciones del Estado Islámico, solo sus afines en Libia y Egipto controlan territorio y gozan de viabilidad a corto plazo.

El libio es el caso más paradigmático. “En Libia el Estado Islámico envió a un emisario oficial para ayudar a establecer el minicalifato de Derna. Oriundo de Yemen, el comandante gobierna la ciudad en nombre del Estado Islámico a través del Consejo de la Shura de la Juventud Islámica. Derna es un ejemplo de cómo planean cosechar ganancias transnacionales”, indica a El Comercio Veryan Khan, directora de TRAC (Consorcio de Análisis e Investigación en Terrorismo).

Las ambiciones del Estado Islámico contrastan con la insistencia de la administración Obama por restringir la acción a Siria e Iraq. “Este crecimiento canceroso del Estado Islámico debería activar las alarmas y, lo más importante, la demanda de una estrategia para una acción de mayor calado. Los ataques aéreos no han logrado desmantelar el grupo”, advierte Rita Katz, directora del SITE, una página web dedicada a rastrear la actividad yihadista.

Contenido sugerido

Contenido GEC