Ayer, antes del partido con Carabobo, estuve revisando las llaves ante Capiatá y Oriente Petrolero. No era un acto de masoquismo, mi afán era refrescar la memoria y tratar de entender por qué perdimos la clasificación en ambas ocasiones cuando teníamos la mesa servida (con postre y café incluidos).
“Había mucha incertidumbre con el equipo por la situación que se vivió en años anteriores”, dijo Gregorio Pérez tras el triunfo sobre los venezolanos. Nadie mejor que el uruguayo para exponer con tanta claridad los padecimientos emocionales del hincha crema. A pesar de que lleva apenas un mes y días entre nosotros, ya empieza a entender lo que significa el planeta Universitario y los sufrimientos de sus millones de habitantes.
Y sí, nos comía la ansiedad. Porque el empate en la ida nos pareció poca cosa y de favoritismos frustrados podemos escribir 300 páginas. Ansiedad que también se apoderó del equipo en los primeros minutos del partido, explicitada en una desaforada avidez por comerse crudo al rival, sin masticarlo ni saborearlo, y sin saber qué hacer después.
El gol de Alonso aquietó la excitación, pero la ansiedad seguía ahí. Y aunque manejamos el partido -salvo por un corto tramo en que la visita buscó cortar y pegar, problema que se solucionó con el ingreso de Barco- se ganó bien, sin mayores preocupaciones.
En tiempo real, hasta un pelotazo inofensivo en área propia genera sobresaltos en el corazón. La revisión del partido en frío brinda otras conclusiones: la visita nunca hizo daño. Sus insinuaciones fueron desactivadas con el anticipo de Quina y la presión en la zona media. La ‘U’ se hizo dueña de las acciones sin atenuar algunas deficiencias ya detectadas, como su escaso poder frente al arco rival.