En las discusiones cotidianas sobre el sistema de pensiones, muchas veces nos olvidamos de su importancia para el bienestar futuro de los ciudadanos y del país. Un modelo previsional sólido, que logre alcanzar a la mayor cantidad de compatriotas, es clave no solo para que los afiliados puedan cubrir sus necesidades básicas en la jubilación, sino también para que los jóvenes del futuro no tengan sobre sí la responsabilidad de una población desprotegida de adultos mayores.
El camino al sistema previsional que necesitamos, sin embargo, exige una reforma sustantiva y es innegable que es lo que buena parte de la ciudadanía demanda y merece. Y este esfuerzo requiere del trabajo conjunto y coordinado del sector privado, del Ejecutivo y del Congreso. En especial, porque los cimientos de esta empresa deben ser la predictibilidad y un enfoque que consista en poner al centro a los afiliados.
Cómo debe lucir esta reforma dependerá de una discusión abierta y democrática en la que todos deben participar. Y desde Credicorp tenemos algunas ideas para contribuir. Estas se sostienen en tres pilares: la inclusividad, la apertura y la construcción de un sistema en el que los riesgos y los beneficios se compartan.
Lo primero es lo más importante. En la actualidad, por nuestros altísimos niveles de informalidad, alrededor de 70% del país no aporta a ningún fondo de pensiones. Y muchos pueden considerar que tienen pocos incentivos para hacerlo. Creemos que el Estado tiene que ser un aliado para cambiar esta realidad. Proponemos, por ejemplo, que este complemente los aportes de los afiliados de menores ingresos, sin importar si estos son formales o independientes, que logren una consistencia mínima en sus aportes. Asimismo, creemos que debería procurarse un mecanismo de contribución voluntaria más flexible para los independientes, sin límites sobre cómo se ahorra, el número de depósitos y sin restricciones de montos mínimos. Es decir, que puedan hacer aportes en línea con su realidad. A la par, el Estado debería garantizar una pensión mínima para todos los afiliados que hayan cumplido un mínimo de aportes y no hayan realizado retiros, con el ánimo de incentivar el uso del sistema y para que los usuarios no se perjudiquen por los períodos en los que no hayan podido contribuir o no hayan logrado contribuir lo que hubiesen querido.
Segundo, la instauración de un sistema abierto. Sugerimos que este lo sea de dos maneras: por un lado, al abrir la cancha a más actores, públicos y privados, como administradores de pensiones, con el ánimo de aumentar la oferta disponible a los ciudadanos y, por ende, la competencia en el mercado. Por el otro, necesitamos recuperar el carácter previsional del sistema (pagar pensiones), pero con la suficiente flexibilidad para que los afiliados que tengan un excedente sobre lo que necesitan, para lograr una pensión objetivo/meta (por lo menos dos remuneraciones mínimas) y estén cerca de la edad de jubilación (mayores de 50), tengan acceso a esa parte de su fondo en situaciones específicas y excepcionales, que deberían preverse en la regulación respectiva. Siempre sin perjudicar lo que necesitarán para su vejez.
El tercer pilar es clave para apuntalar la confianza en el sistema: compartir los riesgos y los beneficios. Así se alinean mejor los intereses y resultados de los afiliados y las administradoras de pensiones. ¿Cómo? Haciendo que el componente principal de las comisiones, distinto al que asegura el sustento de los costos operativos del sistema, esté asociado al desempeño de los fondos. Así, si la rentabilidad de los fondos cae, también lo haría significativamente la comisión respectiva.
Hay mucho más que decir, pero sobre todo mucho más por escuchar y hacer en torno a este tema. Pero la discusión tiene que darse lo antes posible y la reforma debe encaminarse. No solo porque la coyuntura nos invita a hacerlo, sino porque es urgente para lograr un sistema previsional viable, predecible, de largo aliento y, sobre todo, inclusivo: que le abra las puertas al ciudadano y entienda su realidad.