"Astronautas peruanos", por Jeremías Gamboa
"Astronautas peruanos", por Jeremías Gamboa
Redacción EC

Jeremías Gamboa

Escritor

Hace tres años, en 2011, Jorge Castro sorprendió a Lima con una obra de teatro espléndida e insólita, “Astronautas”, que barajaba la posibilidad de que una misión secreta de peruanos hubiera intentado llegar a la luna durante el gobierno de Juan Velasco Alvarado. Castro aprovechaba esa premisa para abordar el problema de los lazos familiares pero también para comentar irónicamente el nuevo optimismo nacional. “Nunca más el peruano tendrá que mirar impotente su propia nación como una nación disminuida”, les decía Velasco a los tres elegidos para la supuesta misión de 1968. “Nunca más, mirar al mundo desde abajo, sino desde allá, desde arriba”.

   Tres años después, el poeta Jerónimo Pimentel ha vuelto a visitar la figura del cosmonauta nacional a través de uno de los libros más arriesgados y originales de la literatura peruana última. “Al norte de los ríos del futuro” plantea una odisea reveladora por la pesadilla de un mundo posterior al año 3,000 y referida casi maquinalmente por la voz gélida, a ratos disociada y autista, del último astronauta peruano. Mediante 25 textos que son poemas, pero podrían ser también los gajos de una novela o los partes de una bitácora de viaje, el último astronauta recorre el universo buscando las señas de una humanidad acaso perdida, incluso dentro de él. “Cada letra que escribo me hace un hombre más solo”, dice en un momento. En otro señala: “Algunas tardes incluso me enamoro de ella. Pajaro dice/ que mi epifanía es un error de programación”. En este mundo ya no hay lugar para los afectos.

    Hay algo notable en el trabajo de Pimentel más allá de la capacidad para conjugar las más variadas formas de escritura –la crónica, el ensayo, la prosa poética, el informe científico, el parte estadístico, la narrativa– y tornarlas poesía. Se trata de la revelación visionaria de referir la belleza del universo amenazante y desolado desde la imaginación de lo nacional. Su trabajo parece completar un arco iniciado por Castro: si el Perú estuvo a punto de ser el primer país en conquistar la Luna, ¿por qué no podría ser el que sostuviera la misión de un solo hombre que intenta analizar el destino de la humanidad a través de una de nuestras mejores armas –la poesía– desde que César Vallejo empezara a unir versos?

       No olvido que en la obra de Castro, cuando los tres astronautas peruanos están suspendidos en el espacio y conmovidos por la belleza estelar, uno de ellos dice: “Si existen los lunáticos, sus poemas a la Tierra deben ser los más bellos jamás escritos”. En el mundo de Pimentel, en cambio, el astronauta está enfrentado el espectáculo horroso de lo que él llama “un sitio atroz”. Pese a todo ello, el lenguaje sigue su curso. Y aun cuando, con tono vallejiano, el astronauta nos diga que “el español peruano, doblemente campesino, no es bueno para la reflexión espacial”, nosotros sabremos sin dudar que la poesía, cuando es brillante, puede ser una forma perfecta para adentrarnos ansiosamente a la oscuridad del mundo que imaginamos y tememos.