Estamos viviendo los primeros días de una nueva administración gubernamental, que concluirá justamente con la celebración del bicentenario de nuestra independencia. El inicio de un nuevo período democrático de gobierno encierra siempre ilusión y esperanza, y más en la circunstancia actual, en la que nuestro presidente ha mencionado reiteradamente el bicentenario en su discurso inaugural ante el Congreso. Además, ese discurso enlazó la ilusión de la conmemoración del 2021 con los anhelos de los fundadores de nuestra república, que se reflejan acertadamente en ese lema acuñado en la república naciente: “Firme y feliz por la unión”.
Hablar del próximo bicentenario no es ocioso ni mera retórica. Supone un significado muy profundo. El recuerdo del hecho mismo de la emancipación encierra valores fundamentales que nos explica la historia del Perú. ¿Qué significa la independencia para la vida peruana? ¿Por qué la recordamos? ¿Qué representó en su momento y qué nos puede decir hoy día?
En el proceso de la independencia debemos considerar dos factores centrales. Uno es el de la ruptura del vínculo con la monarquía española; el otro, el de la creación de una autoridad propia. En ese contexto, la independencia significó una profunda crisis, una suerte de guerra civil entre los habitantes del Virreinato.
¿Por qué separarnos de España? La razón profunda de la ruptura se encuentra en una manifestación de la voluntad orientada a vivir bajo una autoridad propia –no foránea–, al ser cada vez más patente la nueva realidad constituida por el Perú. El sujeto de la independencia es el Perú y, al mismo tiempo, es su existencia la causa de la emancipación que tiene su origen en la vida cotidiana, en un entretejido apasionante de afirmaciones y de dudas que confirman cómo las razones capitales de nuestra ruptura con la monarquía española están en la vida nuestra y en la existencia del Perú como comunidad humana, como persona moral, que no niega el aporte militar de naciones vecinas para el logro del objetivo. En definitiva, la emancipación del Perú tiene su origen y su fundamento en la vida misma del “país que habitamos”, en palabras del “Mercurio Peruano”.
El mundo que vio Pizarro en Cajamarca en 1532 era muy distinto de la sociedad que existía en 1824, año de la batalla de Ayacucho. Entre Cajamarca y Ayacucho había nacido una identidad llamada Perú y que tenía derecho a la vida independiente. Allí está la razón profunda de la emancipación. Lo dijo Bolívar en su famoso texto en Angostura: “No somos europeos, no somos indios, sino una especie media entre los aborígenes y los españoles”. En palabras de nuestro tiempo, podríamos decir que somos mestizos, con todas las variantes propias de las diversas regiones del Perú.
No es fácil imaginar cómo debió haber sido la vida de una familia peruana, de una u otra región, en los primeros años tras la independencia. La vida cotidiana era semejante, pero los problemas políticos eran distintos. ¿Quién y cómo gobernaría nuestro país? ¿Cuál sería la obediencia en la nueva sociedad? El debate sobre la creación del Estado que reemplazaría a la monarquía española fue la gran cuestión del momento, y en particular las discusiones sobre si aquel debía adoptar la forma monárquica o la republicana. Superada esa etapa y creada la república, el gran problema que se suscitó fue el de la afirmación de una autoridad que representara y sirviera la voluntad de los peruanos. Frente a ese desafío, la realidad del caudillismo se presentó como un inmenso obstáculo, que mantuvo a la flamante república en una situación de anarquía política hasta mediados del siglo XIX.
Esto no fue una peculiaridad peruana. Fue muy complejo el proceso de creación de los nuevos estados herederos de las jurisdicciones virreinales en nuestro continente. Las preguntas y las inquietudes eran múltiples; unas ideológicas, otras políticas y sociales. En el Perú, por ejemplo, debido a la inestabilidad existente, muchas normas legales españolas siguieron vigentes varias décadas después de la independencia. La aprobación del primer Código Civil, en 1852, representó un avance sustancial. Se revisó también la legislación penal para que fuera de menor dureza y se abolió la esclavitud. Fueron notables las polémicas entre conservadores y liberales con respecto a la participación de los ciudadanos en el ámbito electoral. Todo esto y muchos otros temas se integraron en la mentalidad de nuestros abuelos de esos años, en los que convivió con angustia y con ilusiones la esperanza en una vida mejor.
Hombres de diversos extremos del mundo se iban incorporando poco a poco a la vida peruana a través de su oficio o profesión y unían su sangre a la nuestra, ingresaban al Perú y se leían libros sobre la naturaleza del Estado, sobre las bases de su autoridad y sobre los derechos y deberes del hombre. Era el proceso mediante el cual se producía el tránsito del súbdito al ciudadano. En suma, era el ingreso del Perú, en primera persona, al diálogo con el resto del mundo. Este proceso de cambio y continuidad puede ser apreciado a través de diversas manifestaciones visuales, entre las que destacan las acuarelas de Pancho Fierro.
Con vaivenes diversos hemos logrado mucho en estos 195 años, en todos los órdenes. Sin embargo, queda mucho también por hacer, y confiamos en que en este quinquenio previo a la conmemoración del bicentenario se puedan alcanzar metas significativas que nos permitan celebrar el 2021 con la satisfacción de haber avanzado notablemente en la consecución de los sueños de los fundadores de nuestra república.