No eres tú; la política global realmente se ha estado volviendo loca últimamente. Y si bien cada historia geopolítica tiene su propio conjunto de actores y circunstancias que están impulsando su drama respectivo, el hilo conductor que las une es la ausencia de un liderazgo global para mantener las cosas bajo control. El mundo ha pasado de la era de la Pax Americana –una en la que EE.UU. utilizó su influencia económica y militar para garantizar un nivel básico de estabilidad global y para coordinar respuestas globales a problemas globales entre aliados de ideas afines– a una “recesión geopolítica”, un desenrollamiento del viejo orden global. Mirando hacia atrás, a los últimos 30 años, ha habido cuatro puntos de inflexión cruciales que han llevado al mundo a su estado actual de disfunción política.
El primer punto de inflexión fue la respuesta inadecuada de Occidente al colapso de la Unión Soviética en 1991. Después de décadas de estar encerrados en una feroz batalla ideológica con los soviéticos, las democracias occidentales celebraron su victoria, dieron la bienvenida a la antigua URSS al redil del capitalismo democrático, y luego efectivamente la dejaron para que se valiera por sí misma. No hubo un Plan Marshall para los exsoviéticos como el que hubo para Europa después de la devastación de la Segunda Guerra Mundial. En retrospectiva, los estados postsoviéticos, y específicamente Rusia, necesitaban mucha más atención y ayuda de Occidente de la que recibieron. El resultado fueron industrias críticas capturadas por intereses especiales y oligarcas, que dieron paso a un liderazgo político cuyo objetivo geopolítico general en el 2019 es desestabilizar a las democracias occidentales con campañas de desinformación y movimientos tácticamente provocativos en el escenario geopolítico.
El segundo punto de inflexión fueron los ataques del 11 de setiembre del 2001 y la reacción exagerada de Occidente al lanzar dos guerras fallidas en Afganistán e Iraq. Si bien la guerra contra Afganistán era comprensible en ese momento, dado el claro vínculo entre los talibanes y Al Qaeda, la decisión de Estados Unidos de continuar la guerra contra Saddam Hussein por razones espurias sigue siendo imperdonable para muchos en todo el mundo y empañó para siempre la imagen de liderazgo global de Estados Unidos. Además, ambas guerras también llevaron a dos estados fallidos que continúan presentando a la región serios desafíos de seguridad. Los costos extraordinarios de ambas guerras –billones gastados y miles de vidas perdidas– hacen que EE.UU. y sus aliados desconfíen de repetir el mismo error nuevamente y están mucho menos interesados en desempeñar el papel de policía global.
El tercer punto de inflexión fue la crisis financiera del 2008. La respuesta global para abordar el colapso inminente de la arquitectura financiera mundial fue la última vez que vimos un verdadero liderazgo estadounidense y una cooperación genuina entre las democracias industriales avanzadas del mundo para abordar una crisis global que amenazaba a todos. De hecho, es la única vez que el G-7 realmente funcionó como uno, y también marcó el comienzo de la primera reunión –y la más funcional– del G-20 hasta la fecha. Pero la forma en la que se salvó el sistema financiero –rescatando a los grandes bancos e instituciones financieras utilizando el dinero de los contribuyentes– alimentó la percepción de que quienes tomaban decisiones políticas estaban irrevocablemente fuera de contacto con las personas que los elegían, y plantearon serias preguntas sobre cómo el capitalismo de estilo occidental cumplía con el contrato social en el siglo XXI. China, en medio de su meteórico crecimiento económico, se volvió mucho más segura de lo que necesitaba para mantener una estructura política y económica diferente para evitar un destino similar. Movimientos como Occupy Wall Street iban y venían en Occidente, pero el problema no fue abordado fundamentalmente.
Eso condujo al cuarto punto de inflexión: la oleada populista del 2015/2016, un entorno político polarizado que finalmente produjo el resultado del referéndum del ‘brexit’ y la elección de Donald Trump; ambas decisiones fracturaron la política interna de sus respectivos países, así como la cooperación global. Fue la señal final para el mundo de que el orden global liderado por Estados Unidos estaba terminado, lo que condujo a una amplia aceptación de un espíritu de “cada nación por sí misma” que ha estado ganando popularidad en las democracias del mundo desde entonces. Esto, combinado a una China ambiciosa y oportunista que está construyendo un arquitectura internacional alterna para competir con Occidente, significa que la política global no ha sido tan volátil desde la Segunda Guerra Mundial.
La “recesión geopolítica” en la que vivimos actualmente no durará para siempre, pero el final de la Pax Americana está claro. La pregunta es qué viene después.