El último reporte del Instituto Nacional de Estadística e Informática (INEI) arrojó datos pocos esperanzadores. Para el 2021, la pobreza monetaria fue del 25,9%; es decir, alcanzó a 8,5 millones de personas en el Perú, de los que un 4,1% por pobreza extrema no logró cubrir la canasta básica de alimentos de S/201 al mes.
Si bien estas cifras nos dan una idea sobre la proporción de personas afectadas, no llegan a dimensionar lo que significa vivir en pobreza. Las múltiples caras de la pobreza van más allá de los ingresos. Es por eso que, desde el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), venimos aportando para dar una mirada a la pobreza multidimensional que nos permita entender y medir las privaciones.
A diario, una persona empobrecida afronta numerosas privaciones que van dificultando su desarrollo. Por ejemplo, la carencia de servicios básicos como el agua, que encarecen su costo de vida y la de sus familias. O la falta de acceso a alimentos nutritivos que afecta su rendimiento, o la falta de una educación de calidad que impacta en la posibilidad de tener un empleo con ingresos que garanticen su bienestar.
Sin embargo, escuchamos con más frecuencia frases como “el pobre es pobre porque quiere”, “son pobres porque no se esfuerzan lo suficiente” o “no quieren superarse”. Este tipo de afirmaciones son peligrosas ya que estigmatizan e invisibilizan las barreras estructurales a las que se enfrenta un grupo de la población para salir adelante.
De ahí que el Día Internacional de la Erradicación de la Pobreza es una oportunidad para reflexionar sobre la mirada que tenemos como sociedad sobre esta problemática que a veces se simplifica e, incluso, intencionalmente se invisibiliza.
Debemos entender que la salida de la pobreza no solo depende del esfuerzo de las personas, ni de un cambio de mentalidad. Existen alrededor condiciones estructurales que están fuera del control de las personas y que influyen de manera positiva o negativa, como las brechas de acceso a educación en las zonas rurales, las condiciones de informalidad y trabajo precario, las brechas salariales entre varones y mujeres, el trabajo doméstico y de cuidados no remunerado de las mujeres y la política de cuidados pendiente en el país, entre otros.
Entender que la pobreza afecta de forma integral la vida de las personas es reconocer también su impacto en la salud mental. En nuestro último Informe de Desarrollo Humano se advierte que la prevalencia de la depresión y la ansiedad aumentó en más de un 25% en todo el mundo para el primer año de pandemia, siendo más afectadas las personas de menos ingresos.
No es un dato menor que, en lo que va del año, más de un millón de personas en Perú han acudido a un establecimiento de salud por temas de salud mental, en su mayoría trastornos de ansiedad y depresión, según el Ministerio de Salud. Sin embargo, menos del 2% del presupuesto de dicho ministerio está destinado a la salud mental, según un informe de la Defensoría del Pueblo, y este únicamente cubre el 7% de los medicamentos para tratar la depresión.
En la salud mental también se reproduce otra desigualdad que mella el desarrollo de quienes, precisamente, pasaron las situaciones de mayor estrés y desesperación en la pandemia. En un país que llegó a tener la tasa más alta de mortalidad por el COVID-19, no podemos olvidar que mientras algunas familias pudieron mantener el aislamiento obligatorio, muchas otras tuvieron que salir a trabajar arriesgando su salud.
Se vienen tiempos aún más retadores porque, como advierte el mismo informe del PNUD, nos enfrentamos a una incertidumbre nunca vista a consecuencia de la pandemia, la polarización, la crisis alimentaria y el cambio climático. Se vienen tiempos en los que urge cambiar cualquier narrativa que intente simplificar la pobreza y derribar aquellos impedimentos estructurales que limitan el acceso a recursos y oportunidades de forma equitativa para toda la sociedad.
Comprendiendo esta complejidad, podremos dar los primeros pasos hacia la eliminación de las barreras estructurales que hacen que una parte de la población no prospere. Para eliminar estas barreras necesitamos trabajar desde los distintos sectores y optimizar nuestros esfuerzos para mejorar el acceso a servicios básicos, priorizar una educación de calidad e intercultural y crear empleos dignos para forjar un futuro que conciliará las necesidades de todas las personas para que nadie se quede atrás.