Una pandemia ha invadido el mundo. El Perú y Lima no son la excepción.
Corrían tres días de la cuarentena decretada por el Gobierno. Eran las 10 p.m. y Josué estaba echado encima de un cartón en un parque del Centro Histórico de Lima. Un policía se le acerca y le dice: “¿Qué hace acá, no sabe que tiene que irse a su casa?”. Él, con 75 años a cuestas, mira fijamente al agente y le responde: “Oficial, esta es mi casa”.
La anterior es una escena ficticia, pero podría imaginar que los 122 Josués que hoy tienen habitación en la Plaza de Acho podrían haber pasado por algo idéntico.
El 31 de marzo abrió sus puertas la denominada Casa de Todos, un albergue temporal implementado en tiempo récord (4 días y medio) en la monumental Plaza de Acho. La idea: darle cobijo a las personas de la calle que transitan y pernoctan por las avenidas, parques y plazas de nuestra ciudad. A aquellos que, por diversas circunstancias, se quedaron sin hogar, no tienen un techo que los acoja y que, como por desvanecimiento, van volviéndose invisibles y comienzan a formar parte de un paisaje cotidiano al que nos hemos acostumbrado.
La vorágine del día a día casi nos impide identificar que, en esa vereda por la que caminamos a diario, en el semáforo en el que nos detenemos por el tráfico infernal, en ese parque que muchas veces criticamos porque le falta riego, hay un indigente, principalmente un anciano, que pasa sus días esperando que llegue el final para no despertar más. La esperanza se ha apagado en sus vidas y no es poco frecuente que el noticiero de la mañana nos anuncie que un cuerpo fue encontrado en las inmediaciones de un jirón de nuestra ciudad.
Por eso, esta idea, surgida en la Beneficencia de Lima y acogida de inmediato por la municipalidad, cobra tanta importancia. En primer lugar, por ponerle un reflector a este gran grupo de ciudadanos vulnerables. En segundo lugar, por la eficacia en su inmediata implementación. Y en tercer lugar, porque el servicio y preocupación por cuidar a estas personas han sido dignos de la mejor ciudad.
Los albergados en la Casa de Todos han recibido las medidas preventivas para el COVID-19, evitando así que se contagien al estar tan expuestos y que, además, se conviertan en un foco de propagación del virus para terceros. Se les ha proporcionado todo el cuidado para otras enfermedades muy relacionadas con su estado de vida, como el TBC, el VIH, la desnutrición, problemas dermatológicos, entre otros. Han podido disfrutar de una ducha y un baño digno: algo tan cotidiano para nosotros, pero tan ajeno para ellos. Una alimentación preparada con los más altos estándares nutritivos y de calidad por los mejores cocineros de nuestra ciudad que se pusieron de pie y dijeron: alimentaremos a nuestros más distinguidos comensales. Y al terminar el día, un dormitorio cómodo, con los mismos colchones –objetos ausentes en sus vidas durante años– sobre los que los mejores deportistas panamericanos descansaron mientras se preparaban para competir hace varios meses.
Durante el día, además, participaron de numerosas actividades, como películas, juegos, lecturas, ejercicios y conversaciones, siempre bajo la atención de decenas de personas especializadas que se han esmerado por brindarles cariño.
En una de las primeras madrugadas, Pepe se echó en el piso y, cuando se le preguntó por qué no estaba en su cama, respondió: “Es que tengo que volverme a acostumbrar; hace muchos años que no duermo en un colchón”.
Los testimonios de los ilustres habitantes de la Casa de Todos son desgarradores. En su gran mayoría, ellos reconocen que cometieron errores que los llevaron a su situación actual. Que piden perdón desde el corazón y que no pueden creer que estén donde están, ya que no se creían merecedores de este premio. Pero la vida les está dando una nueva oportunidad.
Por eso, el compromiso que hemos asumido es que ni uno de ellos regrese a la calle. Y en esa tarea estamos embarcados la Municipalidad de Lima, liderada por su alcalde, y la Beneficencia de Lima. Estamos en pleno proceso de implementación de una Casa de Todos permanente, con un concepto que no solo varíe el carácter temporal, sino que se convierta en un centro de reinserción social y que permita que cientos de desamparados recuperen su estado de humanidad, en la totalidad de su expresión.
En medio de tanta desolación e incertidumbre, la Casa de Todos se ha convertido en la Casa de la Esperanza: la máxima expresión de la solidaridad. Es la muestra de una sociedad que se hace cargo de sus ciudadanos. Es la constatación de que las instituciones públicas y privadas pueden trabajar de la mano exitosamente. Y, por supuesto, de la empresa privada que participa activa y protagónicamente en encontrar soluciones.
La Casa de Todos es mi casa, tu casa, la de todos.
Súmate en www.casadetodos.pe.