Patti Davis

Como todos los descendientes de una figura política famosa, con frecuencia me encuentro con algún aspecto del legado de mi . No he consultado con otros descendientes de políticos, pero supongo que todos barajamos las mismas preguntas: ¿Hablo? ¿Trato de ofrecer una perspectiva más amplia o personal? ¿O me quedo callada?

Ese ha sido mi dilema desde la filtración del borrador de la sentencia de la Corte Suprema que anuncia el final de ‘Roe contra Wade’ [el fallo de 1973 que consagró el derecho al en Estados Unidos]. Primero, opté por el silencio, pero me obsesionan los recuerdos que creo que ofrecen una idea de cómo mi padre, el expresidente de EE.UU. , llegó a sus creencias sobre el aborto. Creencias que tenían implicaciones políticas globales y que también se derivaban de algunas emociones humanas complicadas. Creencias que eran más personales que políticas.

En 1967, como gobernador de California, mi padre firmó un proyecto de ley que legalizaba el aborto para las víctimas de violación e incesto, y en los casos en que la salud mental o física de una mujer estaba en peligro. Esa ley fue una de las primeras en EE.UU. en despenalizar el aborto. Era muy consciente de que las mujeres que eran víctimas de violación o incesto y quedaban embarazadas serían revictimizadas al verse obligadas a tener el bebe de su atacante. Pero su fe religiosa lo dejó cuestionándose sobre cuándo comienza la vida.

Yo tenía 14 años cuando firmó la ley. No lo pensé mucho en ese momento. Aproximadamente un año después, conocí a una niña que había sido violada por su tío y quedó embarazada. Ella tuvo un aborto en California y dijo que el proyecto de ley que mi padre firmó lo hizo posible. Me pidió que le diera las gracias, pero nunca lo hice.

En 1970, mi padre estaba reconsiderando el proyecto de ley que había firmado. Charles Schulz escribió una historieta de “Peanuts” que muchas personas percibieron como centrada en el tema del aborto, con un intercambio conciso entre Linus y Lucy. Mi padre le escribió a Schulz una carta en la que se refería al “examen de conciencia” que había hecho antes de firmar el referido proyecto de ley y a las largas horas de lectura e investigación que había hecho. Estaba empezando a arrepentirse porque se había enterado de que algunos psiquiatras estaban diagnosticando a futuras madres solteras con tendencias suicidas después de evaluaciones de cinco minutos para que pudieran abortar.

Ese parece ser uno de los detonantes que lo llevaron, casi una década después, a mantenerse firme en el campo antiaborto y a declarar que el proyecto de ley que firmó como gobernador fue un error.

El problema también golpeó más cerca de casa. Creo que mi padre estaba obsesionado por la muerte de mi media hermana mayor poco después de su nacimiento. Hasta donde sé, nunca habló sobre la muerte de Christine Reagan y no escribió sobre ella en su autobiografía. Solo me enteré de ello a los 40 años y me pregunté sobre su dolor sin procesar, el dolor que se guardaba para sí mismo. Creo que la retórica del movimiento antiaborto, con frases como “matar bebes”, lo llevó al dolor de perder una vida pequeña e inocente, y ambas cosas se entrelazaron para él.

Obviamente, las opiniones de mi padre sobre el aborto cambiaron a lo largo de los años. Luchó con sus sentimientos. Creo que hay que decirlo. Si bien afirmó que los abortos después de una violación o incesto caían en la categoría de “autodefensa”, al igual que salvar la vida de una mujer si el embarazo o el parto lo amenazaban, no podía aceptar la idea de que una mujer elegiría abortar un feto por otras razones.

En 1981, me encontraba en la Casa Blanca cenando con mis padres. No recuerdo cómo surgió el tema del aborto, pero mi padre dijo que debería permitirse solo por violación, incesto o el riesgo de que una mujer muriese. Nada más. Pregunté sobre situaciones en las que una mujer no podía cuidar a un niño en ese momento, ¿no debería ser su elección? Por alguna razón, me dirigí hacia mi madre con la pregunta, y ella dijo en voz baja: “Sí, debería”. Estoy obsesionada por ese intercambio y por el hecho de que no presioné más para tratar de ver cuál sería la conversación entre mis padres.

Estoy asumiendo que mi madre nunca presionó a mi padre con sus sentimientos sobre el aborto y la elección. Escuchó sus opiniones, aunque no había garantía de que su postura cambiaría.

Esto es lo que me gustaría que supieran sobre Ronald Reagan: había complejidad en sus puntos de vista sobre el aborto; había un “examen de conciencia”, y creo que sus puntos de vista fueron un trabajo en progreso. No puedo cambiar las cosas que dijo o hizo, pero puedo pedir que miren un poco más profundo y consideren la maraña de emociones debajo de la superficie. Puedo pedirles que consideren que su fe lo llevó a reconsiderar este tema, al igual que su experiencia personal de perder a una recién nacida. Al final, es posible estar en desacuerdo con las personas entendiendo que ellas hurgaron profundamente en sus propios corazones tratando de estar en paz con sus posiciones. En este tema, sin embargo, no estoy segura de que mi padre haya encontrado esa paz.

–Glosado, editado y traducido–

© The New York Times