¿Se puede llamar crisis a algo que no termina nunca? ¿Cuánto podremos resistir en un estado de desgobierno absoluto? Vivimos hace meses a merced de enfermedades, de los efectos de las guerras en otros países, de un Congreso que no representa a los legítimos intereses de los ciudadanos que lo eligieron, de un presidente que se victimiza en plazas locales y foros internacionales y que no responde ni a la justicia ni a los medios que lo cuestionan con razón y sustento.
En estos días el país enfrenta las posibles consecuencias de una suspensión presidencial, un pedido de vacancia, una propuesta de adelanto de elecciones y las denuncias de la fiscalía al presidente y su entorno. Enfrenta también una quinta ola de COVID-19, un brote de gripe aviar, huelgas, manifestaciones, marchas, minería ilegal, narcotráfico e inseguridad ciudadana. Pesimismo y descontento en todos los niveles. Ninguna luz clara en el horizonte. Y es que todas las posibilidades nos enfrentan a un problema mayor que un gobierno ineficiente o corrupto en particular.
Nuestra democracia es un sistema fallido que debe cambiar. No sirve una vacancia si el que viene no es más honesto y eficiente que el que se va. Si los nuevos congresistas que se elijan siguen siendo capaces de vender sus conciencias y votos. Si no elegimos un gobierno capaz de convocar equipos de profesionales decentes dispuestos a trabajar por el bien común.
Necesitamos una reforma política integral y los que están en obligación de hacerla no dan el paso en ese sentido. De poco servirá adelantar las elecciones si no hay partidos integrados por personas con verdadera vocación de servicio y visión de país y si no cambiamos la Constitución para impedir que la corrupción esté blindada. Necesitamos líderes lúcidos y dispuestos a movilizar a los ciudadanos. Necesitamos consensos para empezar a unir a una sociedad polarizada y escéptica. Acuerdos básicos sobre lo que es moral y legal. El respeto a la ley tiene que venir de ciudadanos y autoridades. Sin necesidad de vigilantes. El respeto es la base del desarrollo. No podemos seguir viviendo en un caos en el que el más vivo avasalla al otro.
Según el diccionario de la RAE la “crisis” implica un cambio profundo y de consecuencias importantes. Quiero creer que el cambio es posible, pero se necesita que la ciudadanía reaccione con indignación y compromiso. Que no solo exija, sino que aporte al cambio. Mientras los mejores no quieran participar de la política seguiremos sometidos a los que se aprovechan de ella y la crisis será el estado perpetuo de un país sin esperanza.