Nicolás Vargas

El último 11 de julio se conmemoró un año más del inicio de la masacre de . En 1995, durante la guerra de Bosnia, unidades serbias del ejército de la República Srpska, lideradas por , asesinaron a más de 8.000 personas de origen bosníaco, un pueblo eslavo que profesa el islam en su mayoría y que conforma la minoría más numerosa en la actual Bosnia y Herzegovina. Mladić es hoy un condenado por crímenes de lesa humanidad y crímenes de guerra, y purga condena de por vida en La Haya. En el 2005, el entonces secretario general de las Naciones Unidas, Kofi Annan, categorizó a Srebrenica como “el peor crimen ocurrido en suelo europeo desde la Segunda Guerra Mundial” y, desde este año, las Naciones Unidas guarda cada 11 de julio como una fecha especial, en la que se debe conmemorar y reflexionar sobre este terrible crimen.

Pero ¿por qué debemos recordar, por más doloroso que sea, el pasado? Esta pregunta es válida en los Balcanes para recordar lo que pasó en Srebrenica, pero también aplica para varios eventos inhumanos y espantosos que plagan nuestra historia como sociedad global. Walter Benjamin argumenta que no basta solamente con estudiar el pasado. Es decir, no es suficiente conocer lo ocurrido… datos, fechas o nombres. No basta con conversar con amigos o escribir ensayos en la universidad. Para Benjamin, la historiografía tiene un límite, porque, si bien trata los hechos y no los olvida, los trata como algo zanjado, como un tema muerto. Es de esta manera que los humanos tenemos una responsabilidad con nuestros pares que nos anteceden, sobre todo con aquellos que dejaron el mundo en situaciones trágicas como en Srebrenica. ¿Por qué? Porque, para Benjamin, no se trata de solo estudiar el pasado, sino de redimirlo y de redimir así a las víctimas.

Es de esta manera que el ejercicio de “hacer memoria” (término introducido por Maurice Halbwachs); es decir, de recordar y tener presentes los hechos injustos del pasado, gana una relevancia especial, ya que a través de él podemos no solo dejar en claro los hechos del pasado, sino también dejar en claro que estos fueron injustos. Que las personas cuya memoria debemos redimir fueron víctimas de injusticias. De esta manera, Benjamin nos dice que solo redimiendo el pasado, hablando y conmemorando las injusticias de las que algunas personas fueron víctimas, podremos liberarlos, de alguna forma, de su pasado cruento. Al final, las víctimas, sin importar su nacionalidad, origen étnico o filiación política o religiosa, fueron víctimas, y los demás, independientemente de haber estado vivos o no, no pudimos protegerlos. Por lo que redimir a las víctimas de nuestro pasado injusto es redimirnos como humanidad.

La lección de Walter Benjamin, quien fue víctima de la persecución vil de la Gestapo durante la Segunda Guerra Mundial, da un mensaje importante de reavivar en los tiempos modernos: el de la necesidad de recordar los hechos del pasado más dolorosos, las “manchas negras” de nuestra historia. Esto, dado que solo así seremos capaces de reconocer las injusticias a las que otros han sido sujetos a lo largo de la historia y, si bien jamás seremos capaces de redimir íntegramente las injusticias del pasado, podremos al menos poder recordarlas como lo que fueron, injusticias, para evitar que nunca vuelvan a pasar.

Naturalmente, el ejercicio de “hacer memoria” conlleva una serie de complicaciones. Los académicos dedicados al estudio de la memoria y su vertiente más estudiada, la memoria colectiva, han señalado sin cesar las dificultades que esta conlleva. Paul Ricœur, por ejemplo, habla de cómo la memoria colectiva tiene como principal vulnerabilidad el hecho de que recordar el pasado es, en esencia, un ejercicio muy personal, inclusive privado, lo que dificulta la posibilidad de compartir vivencias o recuerdos de un pasado tormentoso. Del mismo modo, Michael Pollak comenta que existen también memorias “clandestinas” que permanecen escondidas con recelo por las víctimas o sus familias, por miedo a ser estigmatizadas o, peor aún, perseguidas, como ocurría durante el régimen totalitario de Stalin en la antigua Unión Soviética.

Sin embargo, a pesar de los obstáculos que se puedan encontrar, y del inevitable y desinteresado paso del tiempo, es una obligación nuestra redimir el pasado y redimir a aquellos que fueron víctimas de las injusticias que mancharon nuestra historia. Quizá solo así podremos permitirles a las víctimas de Srebrenica, y a las de tantas otras injusticias, librarse de su trágico fin.

*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

Nicolás Vargas es antropólogo de la Universidad de Leiden en Holanda