El domingo no terminaba aún la oración por la paz que había convocado el papa Francisco y los pesimistas de siempre ya estaban diciendo, vía Facebook y Twitter, que eso no servía para nada, que rezar era una pérdida de tiempo.
No obstante, incluso para ellos debe haber sido evidente que se trataba de un hecho histórico: los presidentes de Israel, el judío Shimon Peres, y el de Palestina, el musulmán Mahmud Abbas, acudieron a la invitación del católico papa Francisco no para negociar la paz en torno a una agenda política, sino para rezar.
Lo otro ha ocurrido varias veces a iniciativa de diversas personalidades que han intentado que israelíes y palestinos logren acuerdos políticos que nunca se han concretado. Alguna vez parece que estuvieron cerca, pero la violencia se interpuso. Esta vez solo iban a rezar.
¿Servirá eso para algo? ¿Acaso despertamos al día siguiente y la paz había llegado?
Hay varias maneras de ver la oración. Quienes tienen una visión utilitarista de Dios acuden a Él cuando necesitan algo y lo hacen pretendiendo que arregle sus asuntos y haga lo que uno quiere y cuando uno quiere, como si fuera una varita mágica. Otros solo rezan en los momentos de desesperación, cuando ya nada funciona y nadie los puede ayudar. Y hay también quienes mantienen una actitud radicalmente incrédula.
Hace unos días, un amigo compartió en Facebook que su hija le había salido con una novedad. La pequeña le dijo que iba “a rezarle a diosito para que la convierta en la Mujer Araña”, a lo que él comentó: “Tengo que hablar seriamente con esta chiquilla para que se deje de fantasías. ¿Diosito?”.
Más que un ingenioso juego cuyo final sorprende, es probable que esta anécdota refleje lo que realmente viene ocurriendo. Es más ‘aceptable’ creer en la Mujer Araña que en ‘diosito’. En su inocencia, los niños pueden ser más sensibles a Dios y rezan con naturalidad. Ojalá los padres no mutilaran o dejaran morir de inanición ese aspecto vital de su existencia, su relación con lo trascendente.
Tal vez sea esto lo que está faltando en un mundo individualista y materialista como el de hoy, un poco más de sentido de lo trascendente. Allí radica también la diferencia de la convocatoria de Francisco: que sea lo trascendente lo que permita a israelíes y palestinos encontrar lo que los une para superar lo que los divide.
El verdadero valor de la oración, además, no está en que Dios haga lo que uno quiere, sino en que uno pueda comprender en su fuero más interno qué es lo que Dios quiere.
Rezar involucra la mente, el corazón y la vida. El que reza bien comprende con la mente, se adhiere apasionadamente con el corazón y es coherente en la acción, en su vida. Sin embargo, el individuo que reza sigue siendo libre también para rechazar lo que comprende, lo que ama y lo que quisiera vivir. Una frase de Agustín de Hipona lo dice con toda claridad: “Reza como si todo dependiera de Dios. Trabaja como si todo dependiera de ti”. Es decir, a Dios rogando y con el mazo dando.
Otro hecho que puso la oración en el centro de la noticia no tuvo que ver con guerras ni presidentes, sino más bien con un concurso de canto que finalmente ganó una monjita adorable, sor Cristina, que rompió esquemas coronando su triunfo con algo insólito: rezar un Padrenuestro con todos, la oración más completa, la más conveniente. Si no lo cree, haga una prueba, pero piense en cada palabra que está pronunciando.