La educación superior ocupa un lugar central en el desarrollo de una nación competitiva y preparada para el mercado global. En esta semana trascendental, en la que el Perú acogió la cumbre del APEC, es pertinente subrayar cómo la cooperación económica entre los países de Asia-Pacífico abre un abanico de oportunidades laborales en áreas claves como tecnología, comercio y sostenibilidad. Las universidades peruanas, en alianza con instituciones de la región, debemos estar a la vanguardia en la formación de talento competitivo, con habilidades que respondan a las exigencias de un mundo cada vez más globalizado y dinámico.
Es, por lo tanto, imprescindible reforzar los programas académicos con competencias interculturales y globales. Los futuros profesionales han de ser capaces de desempeñarse en entornos multiculturales, con una comprensión profunda de la importancia de los idiomas, la adaptabilidad y, sobre todo, una visión internacional. Alinear nuestros currículos con los estándares del APEC significa preparar a los jóvenes para integrarse exitosamente en las economías globales y liderar proyectos que contribuyan al progreso del país.
No obstante, un estudio reciente revela una inquietante percepción entre los estudiantes: ocho de cada diez jóvenes en Lima sienten que las oportunidades laborales para su generación son escasas. Esta percepción, documentada por Datum Internacional, evidencia una preocupante desconexión entre la educación superior y las necesidades del mercado laboral. Aunque este desafío no es nuevo, su persistencia nos exige reconsiderar estrategias educativas que respondan con mayor eficacia a las demandas presentes y futuras de nuestro país. Cabe destacar que, según el Instituto de Economía y Desarrollo Empresarial de la CCL, quienes culminan estudios superiores perciben, en promedio, ingresos un 80% superiores a quienes no lo hacen, lo que subraya el valor de la formación académica en términos de movilidad económica.
Muchos jóvenes ingresan al mercado laboral equipados con competencias teóricas, pero carentes de habilidades prácticas que los empleadores valoran en el contexto actual. Las vacantes más difíciles de cubrir exigen, además de conocimientos técnicos, habilidades blandas y experiencia en áreas que no siempre están suficientemente contempladas en los programas universitarios.
La colaboración entre universidades y empresas se revela aquí como un factor esencial para cerrar esta brecha. La creación de programas conjuntos de formación, la participación de profesionales de la industria en la enseñanza y la implementación de mentorías permiten que los estudiantes adquieran experiencias relevantes. En este sentido, la Universidad de Lima, a través de su Centro de Empleabilidad y Vinculación Profesional, facilita esta transición mediante charlas, asesorías y ferias laborales que conectan a los jóvenes con potenciales empleadores. Es necesario intensificar estos esfuerzos a través de alianzas estratégicas que, en el marco del APEC, incluyan empresas de la región Asia-Pacífico y promuevan las pasantías como oportunidades de aprendizaje internacional.
Por otro lado, la rápida evolución tecnológica y la transformación constante del mercado laboral exigen una actualización profesional continua para evitar la obsolescencia de habilidades. Universidades y empresas deben trabajar en conjunto en programas que no solo respondan a las demandas actuales, sino que anticipen las futuras. Este enfoque impulsa la innovación, facilita la movilidad laboral y fomenta una cultura de aprendizaje continuo que beneficia tanto a individuos como a organizaciones.
Una alternativa concreta para reducir la brecha entre educación y mercado laboral sería la formación de un comité multisectorial con representantes de universidades, empresas, sindicatos y gobierno. Este comité podría dedicarse a evaluar políticas que promuevan la actualización continua de los programas educativos, la inclusión laboral de la juventud y el apoyo al desarrollo de emprendimientos.
La sinergia entre universidades, empresas y gobiernos sentará las bases de un futuro en el que los jóvenes no solo accedan a oportunidades laborales, sino que se conviertan en agentes de un cambio significativo. Así, sus talentos podrán transformarse en motores de progreso, y sus aspiraciones, en realidades que contribuyan a un Perú y un mundo más equitativos.