"Lo más probable entonces es que Vizcarra enfrente ahora un Congreso fragmentado con el que difícilmente pueda lograr acuerdos".
"Lo más probable entonces es que Vizcarra enfrente ahora un Congreso fragmentado con el que difícilmente pueda lograr acuerdos".
/ CRIS BOURONCLE
Omar Awapara

Hay varias lecturas de lo que los votantes peruanos expresaron el domingo y los resultados preliminares permiten establecer algunas conclusiones tentativas; en tanto, esta representa un ciclo que se cierra, pero también puede marcar el punto de partida de una nueva era en la política peruana.

En primer lugar, este es un triunfo del presidente . Tras su ajustada victoria en el Tribunal Constitucional (TC) hace dos semanas, le sigue un espaldarazo político. Es necesario recordar que el propósito de esta elección era trasladar al electorado la tarea de resolver la disputa entre Legislativo y Ejecutivo, que empezó luego de las elecciones generales del 2016. La principal fuerza opositora de aquel período tiene ahora un puñado (o dos) de los 73 congresistas que obtuvo entonces y que le permitió reclamar, con legitimidad, la representación de la voluntad popular. A ello se le suma el misérrimo resultado del Apra y de Solidaridad Nacional, con listas encabezadas por excongresistas abiertamente opuestos a Vizcarra. Esta nueva elección ha permitido a la ciudadanía reevaluar su voto del 2016 y, en ese sentido, fue categórico con lo que no quería ver de nuevo.

Por otro lado, en lo inmediato, Vizcarra enfrentará un que empieza con cerca de diez bancadas y que probablemente terminará con varias más. Muchos llegan por primera vez y tardarán algo en conocer y aprender de prácticas parlamentarias. Mientras tanto, se seguirán acumulando muchos pendientes en sus bandejas de entrada. Y en año electoral (no para ellos, pero sí para sus partidos), además.

Pero esta elección es también un preámbulo de lo que se viene de acá en adelante. Este breve período inaugura una nueva etapa en la política peruana, sin el elenco estable que la dominó en las últimas dos décadas. Hay un contundente rechazo a los actores protagónicos que presumo se manifestará de manera aún mayor en las elecciones presidenciales. El electorado ha premiado partidos que estuvieron en los márgenes hasta ahora. Para bien o para mal, estas elecciones inesperadas (en el calendario, pero también en los resultados) han sido como un canario en una mina de carbón. Son un anuncio de lo que vendrá. Durante muchos años la política (como actividad) ha estado enterrada bajo supuestos consensos tecnocráticos, desacreditados en gran parte por la transversalidad de la corrupción, pero esta elección ha puesto al descubierto grietas que sugieren cambios mayúsculos en los próximos años.

Y ojo que esto no se trata de alertar sobre aquello que muy pocos anticipamos, ni de sembrar miedos. En estricto, este es un escenario similar al que se vive en España desde el 2016 luego de la caída del gobierno del Partido Popular, encabezado por Mariano Rajoy, debido a un escándalo de corrupción. Desde entonces, nuevas fuerzas han irrumpido y se han consolidado en el sistema político, tanto a la izquierda del PSOE (Podemos) como a la derecha del PP (Vox). Desde el 2016, España ha pasado por varios procesos electorales y ningún partido o coalición ha logrado conformar un gobierno estable con una mayoría y un mandato claro.

Para terminar, lo más probable entonces es que Vizcarra enfrente ahora un Congreso fragmentado con el que difícilmente pueda lograr acuerdos, pero al que, al mismo tiempo, le costará mucho fiscalizar al Ejecutivo. Y mirando para adelante, en un sistema político con baja identificación partidaria, hay mayor espacio aun para la emergencia de nuevas fuerzas, conservadoras y radicales, listas para capitalizar y llenar el vacío de partidos o agrupaciones manchadas por la corrupción. El precario sistema político peruano se reconfigura y nuevos vehículos de representación asoman, haciéndolo aún más volátil e impredecible.

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