(Ilustración: Giovanni Tazza)
(Ilustración: Giovanni Tazza)
Óscar Vidarte

En pleno debate acerca del futuro de esta última etapa de la globalización –la misma que se desarrolla en toda su dimensión principalmente con el fin de la Guerra Fría–, surge la pandemia del COVID-19. En contra de lo que dirían los llamados escépticos, esta enfermedad es expresión propia de la globalización. Y es que la globalización, en su carácter dual y contradictorio, genera una serie de oportunidades pero también riesgos para los países. Justamente, una de esas consecuencias negativas se manifiesta a través de amenazas que trascienden las fronteras nacionales de los países, y que se consolidan tanto a escala regional como global.

En tal sentido, somos conscientes del impacto de las cada vez más frecuentes crisis económicas que afectan al mundo, de la preocupación de genera el terrorismo islamita y su actuar a escala internacional, y de lo que viene causando la crisis ambiental a nuestro planeta. En materia sanitaria, habíamos tenido algunas alertas como la H1N1, la gripe aviar y el virus del ébola, pero no les hicimos caso hasta la actualidad. Hoy estamos frente a una enfermedad que inicia en el continente asiático y que, aprovechando las redes que la misma globalización ha construido, se expande por el mundo, convirtiéndose en una pandemia que ha puesto en zozobra al planeta.

No obstante, irónicamente, a pesar de ser expresión de la globalización, el COVID-19 también refleja un mundo que parece estar cambiando, casi a la fuerza, a pasos agigantados. El académico español José Sanahuja se refiere al surgimiento de una nueva etapa, que bien podría llamarse inicialmente la posglobalización. Ella es producto del fracaso económico, social, ambiental y, por qué no, sanitario de la globalización. Los instrumentos que se pensaron para hacer frente a situaciones como la que vivimos, como la integración y la gobernanza global, no parecen cumplir las expectativas, dirigiéndonos hacia un mundo más fragmentado. Más bien, por el contrario, crisis como la migratoria (basta con ver lo sucedido en Europa y Sudamérica) o la actual crisis sanitaria han tenido como principal referente al Estado y no a espacios regionales o globales que deberían haber servido para dichos fines.

Mucho se habla de la crisis del sistema westafaliano, pero también es cierto que toda acción genera una reacción. Así, el surgimiento de los nacionalismos de derecha en todo el mundo y su discurso antiglobalizante no solo son resultado de cuestiones coyunturales propias de cada región, sino que expresan transformaciones estructurales que buscan evitarse dándole un mayor papel al Estado. ¿Estaremos frente al regreso del Estado soberano como fuente de poder, más aún ahora que vemos a empresas necesitadas de más Estado y a organizaciones internacionales completamente al margen de lo que está sucediendo? En todo caso, para el internacionalista Stephen Walt, no solo el reforzamiento del Estado debe verse como una consecuencia de la pandemia, sino también, después del papel que han tenido países como China y Corea el Sur (todo lo contrario tratándose de Italia, Reino Unido o EE.UU.), estamos frente a la consolidación del continente asiático como centro de poder del mundo, algo de lo que se viene discutiendo hace algún tiempo.

No sorprende que la pandemia del COVID-19 se convierta en sinónimo de países que cierran sus fronteras y priorizan el distanciamiento, y que entienden que su sobrevivencia depende de ellos mismos, lo internacional considerado como fuente de problemas de gran magnitud. La globalización encuentra en una de sus principales manifestaciones una de las causas que podrían explicar su final.

Aunque no cabe duda de que la globalización va a salir seriamente afectada de esta crisis, el mundo que emergerá pospandemia no debería someterse al dominio del interés particular y egoísta de los Estados. Frente a una realidad que va a estar más presente en nuestras vidas, un grupo de académicos latinoamericanos firmamos hace unas semanas un pronunciamiento que hace énfasis en la necesidad de promover la cooperación humanitaria bilateral y multilateral, la creación de un sistema global de información, un papel más activo de la OMS, un acuerdo mundial para el movimiento de personas, así como la formación de una red de contención económica mundial que sirva de apoyo para los países que pasen por circunstancias como las actuales. En otras palabras, como dice el filósofo Slavoj Zizec, lo único que racionalmente podemos hacer para salvarnos de cara a lo que viene es fomentar la coordinación y colaboración global. Parece utópico, pero podría ser el único camino que tenemos.

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