Ha llegado el momento. Boris Johnson y su “gobierno del pueblo” ha cumplido la promesa por la que fue elegido y logró hacer el ‘brexit’.
Hay dificultades por delante. Johnson ha prometido cosas imposibles y contradictorias y es poco probable que la Unión Europea le dé lo que quiere.
Pero al cumplir su promesa, Johnson se ha ganado la buena voluntad de los votantes nacionalistas. Fuera de la Unión Europea, también tendrá más margen para cambiar el papel del Gobierno en la economía. Esto le brinda una oportunidad única de hacer lo que sus predecesores no pudieron: construir una base popular duradera para el Partido Conservador. Johnson ahora puede aprovechar su mayoría para reformar el capitalismo británico, incentivando votantes conservadores a largo plazo mientras anexa trozos de la base histórica del Partido Laborista.
Los planes de Johnson ya se están volviendo claros. No está dispuesto a hacer retroceder al Estado, está buscando asegurar el apoyo de los votantes de la clase trabajadora que le entregaron docenas de escaños otrora ocupados por los laboristas. Su gobierno podría remodelar el mapa electoral .
De manera reveladora, se ha distanciado del último gobierno. Anunció que terminaría con la austeridad, aumentaría el gasto en el Servicio Nacional de Salud (SNS), garantizaría pensiones, aumentaría el salario mínimo y pediría prestados £100 mil millones para invertir en infraestructura. Y desde las elecciones, el Gobierno ha actuado para cumplir sus compromisos. También ha prometido que la mayor parte del gasto en infraestructura se invertirá en las regiones del norte de Inglaterra.
Si esto suena como una incursión en territorio laborista, lo es. El impulso por un Estado más grande resuena con un recuerdo popular políticamente ambiguo de la era de la posguerra: una cierta nostalgia por las grandes y dinámicas industrias del Gobierno Británico refleja tanto una versión de la política de izquierda del Partido Laborista como una versión del sentimiento ‘brexit’. Un Estado más intervencionista es una forma de apuntalar una coalición amplia y duradera.
Esta incursión pragmática en territorio enemigo fue concebida por primera vez bajo Theresa May. Sus asesores entendieron que los conservadores tenían que romper con la fórmula de austeridad. Pero ella no pudo respaldar su discurso con políticas. Su ministro de Hacienda, Philip Hammond, estaba decidido a mantener la austeridad. No veía otra forma de crear un superávit fiscal lo suficientemente grande como amortiguar el ‘brexit’. Johnson, por el contrario, fue lo suficientemente oportunista como para darse cuenta de que ofrecer ‘brexit’, sea como sea, le daba tanto el poder político como la libertad regulatoria para hacer las cosas de manera diferente.
Sin embargo, cuando se trata de gastar, Johnson está limitado en lo que puede hacer por su compromiso de congelar la mayoría de los impuestos. Tiene poco espacio para inversiones serias. Además, enfrentará exigencias desde su propio partido. El ministro de Hacienda Sajid Javid ha exigido recortes del 5% en la mayoría de departamentos gubernamentales. Asimismo, está rodeado de aliados que, lejos de querer un Estado más intervencionista, quieren reducir los impuestos y recortar las regulaciones a favor de una economía más competitiva.
Durante las elecciones, Johnson pudo sortear las evidentes contradicciones en las que cayó, pero en el cargo tiene que navegarlas. Con una gran mayoría, ya no puede jugar al ‘outsider’. Sin embargo, la lección de los líderes nacionalistas en todo el mundo es que, en esta era, no tienen que ofrecer éxito creciente para mantener el poder.
Johnson no es un nacionalista por convicción. Pero su desempeño en los últimos meses demostró que es un experto en usar la plantilla de la extrema derecha.
–Glosado y editado–
© The New York Times.