La pandemia que vivimos presenta grandes desafíos. La salud pública y las prácticas protectoras son clave, pero también lo es la discusión sobre la nueva normalidad dentro de la escuela. Es meritorio el rápido montaje que realizó el Ministerio de Educación de la estrategia Aprendo en Casa, con aciertos y desafíos similares a los vividos a nivel mundial. Destacable también el esfuerzo que autoridades educativas, maestros, padres, madres, y los propios niños y niñas han desarrollado para continuar aprendiendo. Y, aunque se observan mayores dificultades en las familias en situación de pobreza y vulnerabilidad, buena parte del alumnado concluirá el año escolar 2020.
Es hora de pensar en el retorno progresivo a las escuelas para que éstas abran en marzo del 2021. Los maestros son fundamentales en su capacidad de garantizar el derecho a la educación, y hacer de la presencia en el aula una realidad con protocolos de salud pública claros. Mantener y reforzar normas como el uso de mascarilla, el distanciamiento social y prácticas de higiene como el lavado de manos y la mejora de los servicios higiénicos, son elementos esenciales.
Desde hoy y hasta el inicio del año escolar las decisiones deberán basarse en evidencia epidemiológica y en un análisis de riesgo respecto a la apertura oportuna y segura de las escuelas. Las autoridades nacionales, regionales y locales deberán comprometerse con la prevención e invertir en algunas necesidades mínimas de infraestructura para garantizar la protección del personal educativo y del alumnado.
Actualmente existen escuelas rurales peruanas que siguen abiertas, y que cuentan con docentes comprometidos, que asisten presencialmente algunos días a la escuela para que sus alumnos continúen sus aprendizajes. La comunidad de San Rafael, en Ucayali, carece de COVID-19 y sus alumnos son asistidos por su maestro que garantiza que la educación no se detenga. En países como España, Francia, Reino Unido y Uruguay se ha retornado a la presencialidad con preparación y estrictos protocolos; los casos de cierres temporales de escuelas no llegan al 0,005%. Niños y niñas asisten a sus escuelas porque autoridades, maestros y familias entienden que se puede cumplir con la protección requerida, y minimizar los riesgos. Comprenden –además– que el costo de no abrir las escuelas tiene un impacto muy nocivo, particularmente en los niños y niñas cuyas familias se encuentran en situación de pobreza y pobreza extrema.
Que las familias remonten sus temores respecto a enviar a sus niños y niñas a la escuela, no será fácil. No lo ha sido en ningún lugar del mundo, pero es necesario conversar del tema, y reforzar el compromiso de toda la sociedad. Es preciso recordar que la escuela debe constituir un espacio de cuidado donde niñas y niños puedan aprender, socializar, jugar y reír en un ambiente protegido. Démosle al retorno físico a la escuela un carácter prioritario para que niñas, niños y adolescentes tengan un inicio presencial del año escolar. Esto exige que desde hoy todos los actores clave nos comprometamos para que la reapertura progresiva sea una realidad.
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