Luego de más de 100 días de confinamiento, los centros comerciales (‘malls’) abrieron sus puertas; en simultáneo, las redes sociales estallaron en reclamos que tildaban a esto de ser una “criollada”, “falta de cultura” o que resaltaban “la hipocresía de la gente que sí reclama en el hospital, pero ni se inmuta en el centro comercial”. Aunque este parece ser el canto hegemónico en estos días, ¿acaso las colas pueden decirnos algo más que el supuesto voraz apetito consumista? Ensayemos unas cuantas ideas.
Uno. ¿De dónde se “escapa”? Los estudios realizados por los sociólogos Danilo Martuccelli y Julio Calderón Cockburn sostienen que, para los limeños, la vivienda es una protección; un soporte individual y familiar, un derecho “auto-obtenido” en una sociedad que firmó un pacto con el Estado de “yo [Estado] te doy suelo, a cambio de que no me pidas vivienda”, dejando así la expansión de la ciudad en manos de las familias, sin planificación ni acceso ordenado al suelo. Frente al desamparo del Estado, la vivienda –más específicamente, el título de propiedad– funciona como un símbolo de arraigo al proceso de migración, la apuesta por un futuro y la sensación de seguridad ante la incertidumbre. En breve, la vivienda no se conjuga con tener sino con ser; la vivienda ‘me hace alguien’, me hace tener derechos y exigirlos. De allí que un residente sienta más derecho que un ciudadano. Sin embargo, si tenemos en cuenta lo anterior, al salir de su vivienda, ¿uno no perdería derechos?
Dos. ¿A dónde se “escapa”? Con el paso de la cuarentena, la sensación de encierro daba cuenta de que, si bien la vivienda era parte fundamental de nuestra vida, no lo era todo. Faltaba algo: espacio. ¿Cuál? En una capital que ha crecido sobre la base de viviendas precarias, con espacio vital y público insuficiente, con condiciones de hacinamiento y violencia, la casa no era (tan) segura ni suficiente. Y el ‘mall’, ¿sí lo es?
Tres. ¿De qué se “escapa”? En Lima, la ciudad que traduce injusticia social a injusticia espacial, en donde la noción del espacio público es reducida al de área verde y pensado como una mera actividad de ocio, no es gratuito que exista una tendencia a la privatización de la vida cotidiana. En consecuencia, paulatinamente, los ‘malls’ fueron bautizados por los limeños como los centros para la vida de la res (cosa) pública. Nos hemos acostumbrado a hacer vida pública en espacios privados y, con eso, a leerlos como lugares ajenos, hoscos y excluyentes, en donde la presencia de jóvenes es leída como amenazante, las marchas de las personas son interrumpidas con rejas –o para pedirles documentos–, o de los que algunas son desterradas si no se ajustan a un comportamiento heteronormativo. En ese marco, si la vivienda es peligrosa y el espacio público es excluyente, ¿qué lugar queda?
Aunque los limeños priorizan los ‘malls’ frente al espacio público, ya que el primero representa seguridad y calidad frente a una ciudad compuesta por lugares inseguros y precarizados, ¿serán las colas un mero reflejo muscular del capricho consumista? Corrijamos la pregunta. ¿Qué pasa si sumamos el hacinamiento en las viviendas, la violencia doméstica, la exclusión y la peligrosidad del espacio público? Observe cuáles son los centros comerciales y se dará cuenta de que las colas están potenciadas por los índices de baja inclusión social, altas tasas de inseguridad y escasos metros de áreas verdes por habitante (que, en promedio, son de 2,9 m2, aunque hay distritos en los que estos no existen).
Si algo ha subrayado la cuarentena es que el confinamiento (aunque razonable) supuso que todos tendríamos la misma posibilidad de sacrificio. Luego de casi 30 años de haber crecido con esteroides al ritmo de ‘más mercado, menos Estado’ no es extraño que lo presenciado sea una muestra de una sociedad que prefiere la libertad, el mercado y los emprendedores, sobre la igualdad, las instituciones y los ciudadanos. Esto no es ni “criollada”, ni “incultura” ni “hipocresía”, es la ciudad que recurre al mercado para exigirle derechos y solo encuentra un rotundo: “lo siento, ya no nos queda, ¿tal vez en otra talla o modelo?”.