Hay mucho que nos une a todos los peruanos, sea cual fuere nuestro origen en este variado país. El orgullo de ser libres y del esfuerzo que costó, la cercanía e influencia del Ande o el amor a nuestra bandera. La homogeneidad religiosa absoluta, sin embargo, no es una de esas cosas.
Cantar el himno nacional con orgullo, y en especial, con convicción de lo que se dice, debería ser otra de aquellas cosas que nos unen. Existimos en el Perú diversas comunidades, tan peruanas como cualquier otra, que no hemos rendido ningún juramento a un dios con nombre propio, y que desde hace unos años nos vemos obligados a mentir cada vez que cantamos el himno y tenemos que pronunciar aquella frase que enuncia “el gran juramento que rendimos al Dios de Jacob”. Los teócratas que quisieron esfumar al “peruano oprimido” y empujaron el cambio de estrofa, entre otras razones, para creerse la ilusión que en el Perú todos somos cristianos devotos, ignoraron sin consideración la existencia de nuestras comunidades.
Y no solo hablo a nombre de los no creyentes, sino que me atrevo a extender esta protesta a nombre de los budistas del Perú, los hinduistas, los animistas de la Amazonía y otras comunidades religiosas minoritarias que no han hecho ningún juramento a Yavé, Jehová, el Tetragramatón o como se le quiera llamar al dios de Abraham, Isaac y Jacob.
¿Quiere realmente la sociedad que cientos de miles de ciudadanos pronuncien palabras para ellos vacías cada vez que cantan nuestro himno? ¿No es un juramento algo sincero que define nuestra palabra ante los demás? A muchos sí nos importa nuestra palabra. Y no solo estoy pensando en mis compañeros no creyentes, sino en los niños de nuestras comunidades que cada semana son obligados en el colegio a decir, tres veces seguidas, que han jurado ante una deidad particular.
Esto contribuye a un adoctrinamiento religioso disimulado, directamente contra los deseos de los padres no creyentes y de la educación que estos les brindan. Existen cada vez más familias que no forman parte de ningún círculo de fe, que no bautizan a sus hijos y que los crían con códigos éticos seculares que no apelan a lo sobrenatural.
El himno debería contener solo elementos que nos unen a todos y apelar a ideales patrióticos, no a elementos religiosos que encasillen a todos dentro de una fe, como si esta fuera la religión oficial de la República. La frase “el eterno”, también presente en el himno, es más inclusiva y puede ser interpretada de distintas maneras, pues no nos limita a una suscripción religiosa en particular.
La creencia en un creador del universo o un iniciador de las leyes de la física no implica que dicha fuerza sea necesariamente el dios bíblico o una deidad sobrenatural, ni descarta que el “eterno” se interprete como un concepto natural abstracto.
La tradición se respeta y se reconoce, pero no se impone. Celebremos la peruanidad y la inclusión de todos. Los no creyentes existimos, somos cada vez más y amamos a nuestro país tanto como cualquiera. El Perú es de todos los peruanos; su himno debería serlo también.