Narescka Culqui

Ingresar a la universidad fue uno de los momentos que marcó mi vida. En mi caso, como en los de miles de jóvenes, la educación pública era la única opción para obtener mejores oportunidades. Fueron seis años que recuerdo con nostalgia y, a veces, hasta me río de todo lo que tuvimos que pasar junto con mis compañeros. Recuerdo cómo la luchábamos para separar un proyector, la precaria infraestructura de las aulas y baños de la universidad, los reclamos inútiles ante la ausencia constante de docentes o las veces que nos colábamos a universidades privadas para aprender lo que no se nos enseñaba. Esta nostalgia del pasado ahora lleva indignación. Lo que pasamos, o –mejor dicho– lo que padecimos, no estuvo bien.

Por esta razón, siempre he defendido la reforma universitaria. Soy parte de la masa estudiantil que recibió una educación pre-Sunedu. Sé lo que a muchos nos costó el no acceder a una educación universitaria de calidad, pese a ser nuestro derecho. Ahora, ya no hay universidades encima de chifas y, aunque parezca poco creíble, antes sí las había. Por supuesto, hay aspectos en los que la debe mejorar. Pero es innegable que desde sus inicios esta entidad buscó optimizar la calidad educativa universitaria estableciendo condiciones mínimas que antes ni siquiera existían, forzando a las universidades a levantar sus estándares de enseñanza, lo que ha permitido, por ejemplo, aumentar la producción académica.

Sin embargo, los avances de más de siete años desde que empezó a funcionar la Sunedu pretenden ser destruidos por congresistas que vociferan libertad, pero que nos entregan mercantilismo. Esta semana, junto con la izquierda más radical, aquellos partidos de derecha que pregonan luchar por la libertad . La libertad es una bandera que los políticos suelen levantar con facilidad, pero que les resulta difícil sostener cuando esta se enfrenta a sus intereses o apetitos personales. Más que un propósito irrompible, es un discurso para la tribuna.

No estamos siquiera frente a libertarios criollos, como diría Eduardo Dargent. Estamos frente a mercenarios políticos que usan la bandera de la libertad para sus intereses subalternos. Estamos frente a políticos que defienden una contrarreforma que solo beneficia a los dueños de universidades en desmedro de los estudiantes. Universidades cuyos dueños están ligados a partidos políticos. Y en esto debo ser categórica con los falsos liberales: nada más cínico que defender una irrestricta libertad económica con licencia para estafar y destruir los sueños de nuestros jóvenes.

Cuánta falta les hace entender que un sistema en el que las personas no cuentan con una educación de calidad que les permita ejercer su libertad es un sistema por demás injusto. ¿Qué es la libertad para aquellos que no pueden usarla?, se cuestionaba Isaiah Berlin. Definitivamente, nada. Y, tal vez por ello, luchar por una educación de calidad, universitaria o técnica, es luchar por la libertad de nuestros jóvenes para alcanzar mejores oportunidades que las que tuvimos. Es, al menos, un primer paso para nivelar la cancha. No podemos pretender ser una República si no comprendemos que el desarrollo de nuestro país parte del desarrollo de las capacidades de nuestros jóvenes. La mayor apuesta que podemos hacer está en el talento de los peruanos. Y la Sunedu es parte de esta apuesta. Su creación y funcionamiento han sembrado un nuevo paradigma ciudadano: la educación no es un negocio y con la educación no se negocia.

Narescka Culqui es abogada y política