La izquierda y el mito de la unidad, por Juan Sheput
La izquierda y el mito de la unidad, por Juan Sheput
Juan Sheput

Desde la desaparición de Alfonso Barrantes, la izquierda en el Perú no ha tenido a otro líder de dimensión nacional ni arraigo popular. Su formación política, contactos con líderes de organizaciones socialistas y comunistas en el mundo, y su vocación por el intelecto y la cultura le permitieron consolidar lo que en su momento se definió como Izquierda Unida, no exenta de problemas internos, claro está, pero sí un sólido esfuerzo de amalgamar los numerosos frentes que pululaban en nuestro país y que obtuvo un triunfo electoral en 1987 cuando ganaron la Alcaldía de Lima. La izquierda tenía en Barrantes a alguien que también representaba la honestidad, la que se manifestaba en su humilde vehículo (un destartalado VW) y su sencilla casita en La Capullana en Surco. Fue, claramente, un antecesor de Pepe Mujica.

El poder de seducción que encarnaba Barrantes ha desaparecido, debiendo ser reemplazado por el poder de la convicción. Y es allí donde empiezan los problemas, pues para tener convicción se requiere de coherencia y esta última está ausente en muchas de las acciones recientes de la izquierda local. En efecto, la izquierda se reclama democrática y sin embargo no se hizo problemas para auparse en 1968 a la dictadura de Juan Velasco Alvarado. Menciono este antecedente porque más recientemente se niega a condenar a una dictadura opresora y corrupta como la de Nicolás Maduro en Venezuela. La izquierda también se jacta de ser defensora de los derechos humanos, sin embargo, estos no importan cuando va electoralmente de la mano de Ollanta Humala, siendo este acusado de desapariciones forzadas y de la muerte de policías en el ‘andahuaylazo’. Igualmente la izquierda dice representar los intereses ambientales y sociales de minorías vulnerables, y en paralelo pacta con un ex premier del gobierno anterior sindicado como uno de los responsables del ‘baguazo’. Asimismo, rompe con el gobierno actual, luego de ser expulsados malamente, y mantiene una cuota de funcionarios y embajadores en el mismo. Y si a eso le agregamos su posición ante los delitos de corrupción, su indisposición para cuestionar a empresas constructoras brasileñas o los hechos que merecen investigación en el municipio de Lima durante la anterior gestión, pues la contradicción se enseñorea indiscutiblemente.

El Perú requiere de una izquierda responsable y coherente, no una confederación de confundidos defensores de intereses. Es necesaria para plantear un debate en torno a ideas fundamentales en el siglo XXI, como son el medio ambiente, los servicios públicos de calidad y, tal vez lo más importante, la protección del ciudadano ante la embestida de los poderes fácticos. Pero si la izquierda sigue sin entender que su amalgama pasa por la coherencia y no por andar mirando la viga en el adversario olvidando la propia, dará –una vez más– la razón al gran Raymond Aron quien sostenía que el apego a los valores de la izquierda no es un atributo sino un mito.

Democracia es responsabilidad. Por ello Chile reclama una vez más a Ricardo Lagos como presidente y Uruguay se enorgullece de la apertura y modernidad de José Mujica. Ninguno representa un cambio generacional, sino coherencia moral y ética, que es lo que en realidad necesita nuestra izquierda local.