Ni las historias literarias ni las geográficas mencionan el nombre del escritor cusqueño don José Manuel Valdez y Palacios, viajero intrépido que en 1843 penetró por el Urubamba al Ucayali y al Amazonas y arribó a Brasil, después de una penosa odisea amazónica, de 13 meses y más de mil leguas de recorrido, por entre tribus salvajes. Fue, además, clarísimo portador, por su espíritu y por su técnica, del virus romántico de la literatura peruana. Por ello se le refería con el nombre del “romántico prematuro”.
Valdez y Palacios se internó en la región amazónica, con un guía y un hijo pequeño de 7 años, corriendo graves riesgos entre los bosques y ríos inmensos y las tribus bárbaras. Es una hazaña civil al mismo tiempo que geográfica. Aparte del padre Bousquet, misionero que abrió la ruta fluvial del Urubamba al Ucayali en 1806, ningún viajero ni hombre de ciencia había atravesado entonces esas regiones. Castelnau y Marcoy, Markham y Raimondi llegarían años después. Producto de ello, Valdez y Palacios escribió y publicó en Río de Janeiro en portugués las impresiones de su viaje en una obra de varias partes que tituló “Viaje del Cusco a Belén en el Gran Pará”.
A través de todo su relato, se siente encendida la llama romántica inconfundible que colorea sus transportes líricos bañados muchas veces en lágrimas y sus descripciones campestres inundadas de una suave luz tropical que hace recordar las páginas de la “María”, de Jorge Isaacs. Habría que agregar que usa también desembozadamente el término “romántico”, que llama “románticas” a las campiñas de su tierra por no haber aprendido la “uniformidad poco romántica” de los geométricos parques ingleses, sino que en ellas la naturaleza se abandona a sí misma y prefiere los puentes de junco suspensos sobre el abismo, porque los considera “uno de los espectáculos más románticos”.
El viajero describe en primer término, aunque algo fugazmente, su paso por los Andes y las cordilleras que hay que atravesar del Cusco a Urubamba y de esta –hundida en una hoyada tibia y pródiga– al valle de Santa Ana y Cocabambilla. Sus impresiones de los páramos andinos son de un colorido tétrico y desolador, que revelan el espíritu del criollo peruano de las ciudades, ya sean estas costeñas o serranas.
La revelación de la obra de este insigne escritor y humanista cusqueño tiene gran trascendencia para la historia de nuestra cultura. Revela, en primer término, el notable estado de la ilustración en el Cusco, al iniciarse nuestra vida independiente, como reflejo de la cultura universitaria colonial. Palacios y Valdez es el continuador de la noble tradición literaria de Garcilaso, del Lunarejo, entre otros. Ante el espectáculo de la barbarie caudillista, Valdez y Palacios clama por los ideales frustrados de la independencia y, en una primera explosión de pesimismo, declara con el acento herido de Vigil, de Pardo o de Gonzales Prada, “que el Perú ni existe” y que es necesario recuperar “su grandeza eclipsada”.
Valdez y Palacios, romántico improvisado, desemboca en la misantropía de Rousseau y en la falacia romántica del ‘bon sauvage’. El Perú republicano podía reeducarse a la manera regresiva del “Emilio”, aprendiendo ideales de vida en la agreste compañía de los amazónicos.
–Glosado y editado–
Texto originalmente publicado el 28 de julio de 1955.