El planeta entero está enfrentando una pandemia que no conoce de fronteras: el COVID-19. Un pequeño virus ha puesto en jaque al sistema mundial, cuestionando nuestras formas de pensar, actuar, de producir, de consumir. Cada día las víctimas aumentan de manera exponencial en todo el planeta, desnudando las grandes desigualdades que el actual sistema ha producido. Los más pobres y frágiles tienen más dificultades para cuidarse y protegerse, su vida se vuelve en extremo vulnerable.
La comunidad científica se pregunta sobre el origen de este virus tan letal. Y cada vez más coinciden que tiene como punto de partida el daño que se hace a la naturaleza. El Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente en su reporte 2016 informa que el 60% de todas las enfermedades infecciosas conocidas en humanos y el 75% de todas las enfermedades infecciosas emergentes son producidas por animales. Cada vez más, los virus animales están saltando a los humanos, porque la destrucción de los bosques lo está haciendo mucho más fácil y más probable.
La deforestación rompe el equilibrio que existe entre la flora y la fauna, fragmenta los ecosistemas existentes y crea zonas de riesgo que liberan elementos patógenos para los que no estamos preparados.
Los bosques son sistemas de vida, que al ser destruidos –como lo estamos haciendo de manera indiscriminada por la tala ilegal, la agricultura intensiva, la ganadería, la minería ilegal y otras industrias extractivas, y por el cambio de uso de la tierra– nos destruirán a nosotros pues habremos roto la cadena de vida destruyendo el habitat de muchas especies.
En el Perú, durante el año 2019 según el Ministerio del Ambiente se deforestaron 147,402 hectáreas de bosque, algo mas de 403 hectáreas cada día; y más de 8 millones de hectáreas perdidas hasta hoy. Ello muestra que hemos roto la relación armónica con la Madre Tierra, la seguimos considerando como fuente de recursos a ser explotados.
“¿Acaso no se dan cuenta que todos somos bosque?” decía Yésica Patiachi, profesora Harakbut, para recordarnos que no es posible separar a los seres humanos de la naturaleza; el equilibrio en los ecosistemas nos incluye a los seres humanos. Los pueblos indígenas han aprendido a vivir en armonía con la naturaleza cuidando y resguardando sus bosques, sin embargo, ante la llegada del virus, están indefensos por el estado de olvido en el que se encuentran.
No existe aún un plan de emergencia para la amazonía. Las organizaciones indígenas han pedido que se considere un “plan estatal de emergencia COVID-19 para la amazonía indígena”, pues como bien dicen, nadie mejor que los propios indígenas para conocer su realidad y también para aportar desde sus propias organizaciones cómo enfrentar esta pandemia en las comunidades. Incorporando las narrativas indígenas y las respuestas que han generado desde su resistencia a las agresiones que han sufrido.
El plan que se construya para la emergencia así como el plan de reactivación de la economía debe respetar y resguardar tanto a los guardianes de los bosques como a los bosques mismos por la importancia que tienen para la vida del planeta. Prevenir en los pueblos amazónicos no es solo lavarse las manos sino preservar los bosques para tener ecosistemas saludables. Esa es la tarea de IRI-Perú, organización de la cual soy coordinadora.
En este Día de la Tierra, hacemos un llamado a todas las autoridades gubernamentales (nacional, regionales y locales) para que la protección de nuestros bosques sea una parte central de la respuesta política a esta crisis. Detener y revertir la deforestación podría ayudar a prevenir futuros brotes como el que estamos enfrentando ahora. Así, ganamos las personas y gana la naturaleza.