Enrique Ortiz Tejada

Las varias que el país atraviesa nos tienen absorbidos y a veces hasta anonadados. Y los que nos preocupamos por la situación ambiental en el Perú, también estamos siendo testigos de cómo esta continúa agravándose. Vemos que pocos reconocen que la crisis ambiental, climática, de alimentación y de salud son incluso más graves que la crisis política. Es claro que el Perú ha perdido propósito, visión y mirada estratégica. Por un lado, los tomadores de decisiones no muestran intenciones ni capacidad de entenderlas –y menos de solucionarlas– y, por otro, la sociedad civil está sumida en un escenario sin expectativas, de limitada capacidad de acción y, peor aún, de confusión y apatía en cuanto a qué hacer. Es una pesadilla perfecta.

El derrame de petróleo en Ventanilla fue un duro golpe tanto para el mar, como para nuestro orgullo. Nadie sabe si se están tomando medidas preventivas para evitar que se repita. Se han lanzado alertas sobre problemas en las cuotas pesqueras de anchoveta. Y en la pesca de nuestro consumo diario se nota la escasez consecuente del precario o ausente manejo de los recursos hidrobiológicos. La ampliamente reclamada creación de la Reserva Nacional Mar de Grau en Piura y Tumbes –la fuente de dos de cada tres pescados que consumimos– sigue a la espera de ser retomada, cosa urgente cuando estamos a puertas de una fuerte crisis alimentaria.

El año 2021 se ha sumado otra vez en la lista de récords históricos en cuanto a la deforestación de nuestros bosques amazónicos. Grandes extensiones de otrora bosques productivos –equivalentes a más de 200 mil canchas de fútbol– han sido arrasadas. Y como habría dicho el relator deportivo Martínez Morosini: “aquí no pasa nada”. Las perspectivas para el 2022 no se ven para nada mejores. La minería ilegal, ese flagelo que devora bosques, contamina ríos y envenena a las poblaciones amazónicas, continúa rampante. Lejos de detenerse, está más bien siendo reivindicada por propuestas legislativas.

Los asesinatos y amenazas a quienes defienden sus modos de vida, que dependen de un ambiente saludable, se han multiplicado. Asimismo, se perfila una intensa campaña para desafectar áreas protegidas que –según un grupo de interés en Loreto encabezado por el gobernador– están en contra del desarrollo. Además de promover obras visiblemente cuestionables, estos proponen derogar y detener las reservas indígenas, amenazando el derecho a la vida para los indígenas en aislamiento voluntario.

Ya nos estamos acostumbrando a los extremos récord en cuanto a temperaturas y lluvias. La alteración de la cobertura de suelos –sean bosques, punas, páramos o humedales– solo exacerba el cambio climático, el cual nos afecta directamente a nivel local y nacional. Es más, el cambio climático es quizá el principal responsable de la pérdida de productividad agrícola y de la hambruna que nos espera, incluso más que los impactos de la invasión rusa a Ucrania. El Perú es uno de los países más sensibles a las mudanzas climáticas en el mundo y también será el más impactado en el hemisferio occidental (junto a Nicaragua y Haití) por la escasez de alimentos en ciernes.

La institucionalidad ambiental está siendo destrozada y, con ella, el liderazgo que el Perú ocupó durante la última década. La desidia e incapacidad del Gobierno es abrumadora. ¿Qué podemos hacer en estos momentos tan críticos? Tenemos que seguir demandando mayor atención a los problemas ambientales, apoyar las pocas buenas iniciativas, pero más que nada, no bajar la guardia ni perder la perspectiva. El primer paso para resolver un problema es ser conscientes de que lo tenemos.

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