Los recientes resultados electorales han sido presentados como una derrota en toda regla para Perú Libre. Por supuesto, una simple vista a las cifras les daría la razón a los que sostienen esta conclusión: el partido que lidera Vladimir Cerrón no ha ganado ningún gobierno regional y su presencia en Junín se ha reducido a ocho municipalidades distritales, lejos de las cinco provincias y 27 distritos que obtuvo en el 2018, además de la propia elección regional.
Este mediocre desempeño ha sido reconocido por destacados integrantes de esta organización, como el congresista Guido Bellido, quien señaló que el partido debía iniciar un cambio radical en su dirección, previa crítica y autocrítica. Y en la misma línea, Vladimir Cerrón sostuvo que el partido “sufrió un revés electoral, por factores externos e internos”, por lo que correspondía hacer un balance. Recogiendo este interés, y más allá de celebraciones o lamentos, lo ocurrido con este grupo permite entender algunas dinámicas políticas recurrentes en nuestro país.
En primer lugar, desde que se inició el proceso de descentralización, hace 20 años, los partidos de gobierno obtienen pobres resultados cuando compiten en el nivel subnacional. Así ocurrió con Perú Posible en el 2002, que solo ganó un gobierno regional (El Callao), y con el Apra en el 2006, con dos gobiernos regionales (Piura y La Libertad) y en el 2010 con uno (La Libertad). A partir del 2014, ningún partido de gobierno ha obtenido una victoria a nivel regional. Por lo tanto, hay una tendencia histórica que es claramente desfavorable a estas agrupaciones que sufren el desgaste que conlleva hacerse cargo de la conducción del país.
A ello se agrega que, como se demostró nuevamente este domingo 2 de octubre, los partidos políticos nacionales juegan en cancha contraria cuando se trata de elecciones subnacionales, y ello afecta por igual a los que se ubican a la derecha, al centro o la izquierda. Así lo atestiguan los casos de Fuerza Popular, Acción Popular, Juntos por el Perú o el Partido Morado, que tampoco lograron ningún gobierno regional.
Mientras que el éxito relativo de Alianza para el Progreso o Somos Perú –y en menor medida de Avanza País y del Frente de la Esperanza–, que sí tendrán algunos gobernadores o disputarán la segunda vuelta, se explica porque fueron los vehículos ocasionales de “políticos competitivos” que tenían una trayectoria política previa y disponían de recursos para la campaña, y que muy bien pudieron postular por cualquier otra agrupación.
Este último aspecto es uno de los que más resalta al observar la actuación de Perú Libre. Ya sea por convicción política, incapacidad para sumar a militantes de izquierda con trayectoria y prestigio o simple interés por premiar la lealtad de los allegados, el grupo del lápiz presentó listas encabezadas por “cuadros orgánicos” del partido a nivel regional que, más allá de sus credenciales internas, no ostentan carreras políticas exitosas o medianamente conocidas. Así ocurrió con los secretarios regionales del partido Vladimir Huaranca (Arequipa), Carlos Shiraishi (Piura), Julio Iruri (Puno), Jorge Spelucín (Cajamarca) o Yoshi Lam (Loreto), y dirigentes locales como Natalia Jiménez (Tumbes) o Mayra Hermoza (Madre de Dios).
Sin embargo, lo que resulta indudable a estas alturas es la pérdida de la principal base territorial de Perú Libre en Junín, en donde el actual gobernador regional, Fernando Orihuela, ni siquiera logró inscribir su candidatura. Y aún si lo hubiera hecho, su elección tampoco estaba garantizada a pesar de su alejamiento de la línea del partido y la ventaja de tener un aparato regional a su disposición. El electorado de este departamento sabe bien que, tras el discurso y los tuits que generan titulares en la prensa nacional, la gestión (y corrupción) que ofrece el partido cerronista no es muy diferente de cualquier otro movimiento local.
Por otro lado, como demuestran los casos de otros grupos de origen regional con vocación nacional –Alianza para el Progreso en la actualidad o el Frenatraca de décadas pasadas–, el esfuerzo de construcción partidaria de arriba hacia abajo requiere contar con un territorio político de apoyo. Sin este, la desaparición parece un destino difícil de evitar, como lo atestiguan el MAS, liderado por Gregorio Santos en Cajamarca, o Nueva Amazonía, fundado por César Villanueva en San Martín.
Ciertamente, las cosas pueden ocurrir de otra manera y la victoria perulibrista en más de 70 municipalidades, entre las que destacan las ubicadas en ámbitos mineros estratégicos del corredor minero del sur como Cotabambas, Challhuahuacho, Coyllurqui (Las Bambas), Livitaca, Colquemarca y Velille (Chumbivilcas, provincia de origen de Guido Bellido), podría sugerir que las bases territoriales del partido del lápiz se han trasladado a los espacios de confrontación socioambiental. Si así fuera, Vladimir Cerrón y compañía tendrán competencia muy pronto en ese extremo de la política, tras el despliegue de los militantes etnocaceristas que acompañan la gira de Antauro Humala. Paradójicamente, y tan solo un año después de haber ganado las elecciones nacionales, Perú Libre ya no tiene la cancha libre.