"El lenguaje no es la varita mágica que soluciona todo. Pero sin lenguaje no podremos avanzar" (Ilustración: Víctor Aguilar Rúa).
"El lenguaje no es la varita mágica que soluciona todo. Pero sin lenguaje no podremos avanzar" (Ilustración: Víctor Aguilar Rúa).
Carlos Garatea Grau

Vivimos en medio de frases. Hay frases bonitas, originales, feas; hay frases apropiadas, pertinentes, correctas; hay, por cierto, frases picantes, ácidas, dulces; hay también frases hechas. Me quedo con las últimas. Una frase hecha tiene vida propia y suele aparecer sin que se conozca su origen ni su sentido original. Por alguna razón, pierden conexión con su nacimiento, cambian con el tiempo, pero conservan su vitalidad para comunicar. “Sin moros en la costa”, “como Pedro por su casa” y “sin vela en este entierro” son buenos ejemplos.

Definir al Perú como “país de todas las sangres” pertenece a este tipo de frases. Aunque todavía evoque a José María Arguedas, lentamente está convirtiéndose en una expresión en la que cabe de todo. En principio, su sentido integra y concilia diversidad con unidad en el Perú. Diversidad de lenguas, culturas, modos de hablar; diversidad de historias y experiencias; diversidad como sinónimo de riqueza y convivencia. Toda la obra de Arguedas nos pone ante ese desafío como proyecto de nación. Si convence o no, es otra discusión. Con esa frase, Arguedas mira hacia adelante, con los pies bien puestos en el presente y asumiendo el peso de una historia que, al mismo tiempo, es en nuestro país muchas historias.

Temo que, en el discurso político actual, “país de todas las sangres” empieza a alejarse de ese referente simbólico. Su prospectiva se diluye y adquiere el valor de una frase hecha que no arriesga una idea ni una reflexión sobre la pluralidad ni sobre el futuro. Cuando se confunde el reconocimiento de la diversidad con el disfraz o cuando ella se reduce a una foto postal, el “país de todas las sangres” no es tal. Por cierto, la frase puede adquirir un peligroso filo si el concepto de diversidad se manipula con propósitos políticos.

Cumplimos 200 años de vida republicana y asumir la diversidad de nuestro país sigue siendo una tarea pendiente. Ella requiere mucho más que declaraciones. El primer paso reclama comprender el sentido de ser un país de “todas las sangres”, no de algunas ni de unas cuantas. Para hacerlo, es fundamental que cuidemos las palabras, las maneras de comunicarnos y de hablar. Del lenguaje depende la construcción de un espacio común y el que podamos encarar el futuro como tarea de todos. Si vaciamos las palabras de significado para usarlas como piedras que pueden ser arrojadas al otro, nos encaminamos al caos, el desorden y a la pérdida del lazo que necesitamos para vivir juntos. En ese punto, el lenguaje es solo ruido.

Es obvio que se necesita más que palabras y frases para salir adelante. Sin duda. El lenguaje no es la varita mágica que soluciona todo. Pero sin lenguaje no podremos avanzar. Estamos a tiempo de recomponer los vínculos que deben sostenernos como república. El futuro debe integrarnos en nuestra diversidad, como afirma la frase de Arguedas.