Volodymyr Yermolenko

Al entrar a Izium, giramos a la derecha desde la carretera principal. Hay un camino con casas a la izquierda y un bosque a la derecha.

Es un hermoso pinar, y el sol atraviesa los altos árboles formando un juego extraordinario de luz y sombras.

Pero no es un simple bosque. Es uno de los lugares más horribles de esta guerra. Adentrándonos un poco más, empezamos a ver hileras de tumbas. Tumbas cavadas en el suave suelo arenoso, ni profundas, ni anchas. Estas tumbas contienen los cuerpos de los que murieron durante los bombardeos rusos y la ocupación de la ciudad ucraniana de Izium.

Aún hay unas cruces rústicas de madera cerca de cada una de las tumbas. Llevan números en lugar de nombres.

Izium es una ciudad de Ucrania Slobodá (o Ucrania libre), una región en el noreste de Ucrania en la que vivían cerca de 50.000 personas antes de la gran guerra. Era una región de fortalezas cosacas ucranianas, hasta cuando fue ocupada por el Imperio Ruso. Durante la Segunda Guerra Mundial, la ciudad y los pueblos aledaños sufrieron intensos combates entre los ejércitos soviéticos y los nazis, en los que murieron cientos de miles de soldados y civiles. La invasión rusa de Ucrania trajo de vuelta la guerra.

Los bombardeos rusos de Izium en marzo del 2022 han sido de los más horribles de esta guerra. Se lanzaron bombas pesadas sobre dos edificios de cinco pisos; un tercio de cada edificio se desplomó y murieron personas que estaban escondidas en el subsuelo.

Hablamos con un hombre llamado Mykhaylo, que perdió a siete miembros de su familia durante uno de esos ataques. Transcurrió más de un mes antes de que pudiera rescatar de entre las ruinas los cuerpos de sus queridos familiares, incluidos tres nietos.

La mayoría de los que fueron enterrados en el bosque de Izium ya no tenían personas que pudieran cuidar de ellos. Por eso no había nombres en sus cruces, solo números.

Cuando los rusos entraron a Izium el 1 de abril del 2022, no quisieron ocuparse de los muertos. Los cuerpos yacían aquí y allá en las calles. La realidad de esta guerra es así: los cuerpos reposan cerca de las casas bombardeadas durante semanas y aguardan ser rescatados bajo las ruinas de una casa durante más de un mes. Esta es la historia de Izium, de Mariúpol, de Bucha y de muchos otros lugares.

Los rusos no querían hacerse cargo de los cuerpos, así que obligaron al único servicio funerario que permanecía en la ciudad a recorrer las calles y recoger los cadáveres. Hablamos con una mujer de este servicio. Nos contó cómo sus colegas metían un cuerpo en una bolsa de plástico (o, excepcionalmente, en un ataúd), lo llevaban al bosque, cavaban una fosa, lo sepultaban, hacían una cruz con dos tablas, ponían un número en la cruz. Los números se anotaban en un cuaderno.

La comunicación con los muertos es uno de los elementos importantes de la cultura humana. La cultura comienza con el recuerdo de los muertos. Los muertos también tienen dignidad, como nos lo recuerda el ritual funerario.

La guerra puede realzar este cuidado humano, o borrarlo. Las tropas rusas dejan insepultos los cadáveres de los civiles ucranianos. Tampoco reclaman los cuerpos de sus propios soldados. Un paramédico de Konstantinovka nos contó cómo caminó por un campo cubierto por cientos de cadáveres de soldados rusos que el ejército ruso dejó pudrirse a cielo abierto. Nos lo contó como la historia de un apocalipsis.

Los ucranianos, por el contrario, convierten los funerales de sus soldados en acontecimientos para pueblos o incluso ciudades enteras. Los cementerios militares, con las banderas nacionales ucranianas sobre cada tumba, ondeando como las alas de un batallón interminable de pájaros, nos recuerdan cuánta gente hemos perdido.

Esta guerra es también una lucha entre la vida y la muerte. La ocupación rusa trae consigo torturas, secuestros, campos de concentración, desapariciones. La liberación ucraniana no trae nada semejante, como lo atestigua la historia de Izium y de muchas otras ciudades y pueblos.

A pesar de los horrores de la guerra, los ucranianos intentan seguir viviendo sus vidas incluso sobre las ruinas. En muchos lugares destruidos vemos a campesinos cultivando flores y verduras junto a las ruinas de sus casas. Como si intentaran ayudar a que la vida crezca a pesar de la destrucción y la muerte.

La cultura comienza con el cultivo. Cultivar es cuidar. La libertad es comprender que hay tantas cosas que debemos cuidar. La indiferencia y la falta de cuidado son elementos de la barbarie. Los humanos se convierten en bárbaros cuando no se preocupan, cuando no cuidan. El mal surge cuando nos volvemos indiferentes.

Los seres humanos no nacen libres. La libertad es una larga tarea que requiere el cuidado de siglos y generaciones. Es lenta. La destrucción, por el contrario, es rápida. Nuestros cuerpos, almas y recuerdos son frágiles y fáciles de aniquilar. Construir un hogar lleva décadas, destruirlo segundos.

Estemos del lado de los que cuidan. De los que cultivan. De los que resisten a las fuerzas de la destrucción. De los que intentan proteger la vida con sus manos frágiles, con la esperanza de que otros millones de manos, cuerpos y almas sobrevivan.

Volodymyr Yermolenko es filósofo y escritor ucraniano, presidente de PEN Ucrania