Maurizio Cavani

En la actualidad, la en nuestra sociedad sigue siendo un estigma para muchos. Se cree que el que padece de algún trastorno carece de habilidades o que su condición limita su correcto desenvolvimiento en diferentes actividades. Pero ¿por qué ocurre esto? ¿Qué lleva a las personas a pensar así? ¿La salud mental debería seguir siendo una limitante, por ejemplo, para obtener un trabajo?

Antes de responder estas preguntas es importante conocer, con cifras de la Organización Mundial de la Salud (OMS), que una de cada cuatro personas tendrá un trastorno mental a lo largo de su vida, que 300 millones de personas viven con y que 800.000 se suicidan cada año en todo el mundo, siendo esta la segunda causa de muerte en los jóvenes de entre 19 y 29 años. Además, el 12,5% de todos los problemas de salud está representado por trastornos mentales.

Revisando estas cifras podemos ver con claridad que un inmenso número de personas tiene algún problema (diagnosticado o no). La pregunta entonces es si deberíamos juzgarlos por ello. Lamentablemente, la sociedad lo hace, y de la forma más cruel, no aceptando personas con trastornos mentales en trabajos para los que sí estarían capacitados, promoviendo despidos sin motivo, alimentando prejuicios, dirigiendo calificativos, etc. Es una especie de fobia que difícilmente puede ser corregida y que termina llevando a muchos al suicidio, porque es el mismo mundo el que no los acepta como son.

En su libro “El mapa de la ansiedad”, Rubén Casado menciona que existen dos tipos de sujetos con trastornos mentales: aquellos que son funcionales y aquellos que no lo son. ¿Qué quiere decir esto? Que, por ejemplo, cuando se diagnostica a una persona con trastorno límite de la personalidad (TLP), esta tendrá diferentes sintomatologías que pueden ser controladas a tiempo con fármacos y psicoterapia. Bajo los estándares que la sociedad exige, esta persona podría participar en cualquier trabajo sin problemas asociados con su enfermedad. Sin embargo, podría haber otra persona que, por ejemplo, tras salir de dos cuatros psicóticos con éxito, no pudo con un tercero que derivó en esquizofrenia. Evidentemente, en este último caso la persona tendrá que vivir el resto de su vida con ello. A este caso se le llama “no funcional”. Pero, aun así, nadie debería ser juzgado ni siquiera por ser “no funcional”.

¿Y qué lleva a los demás a pensar así de quienes padecen trastornos mentales? En primer lugar, la falta de conocimiento es uno de los puntos más importantes y, debido a ello, se puede caer en estereotipos y prejuicios. En segundo lugar, el estigma social ya mencionado influye sobre la percepción y el juicio respecto de los demás, llevando a la discriminación.

También está, en tercer lugar, el miedo a lo desconocido, debido a que no han experimentado nada similar. En cuarto lugar, hay falta de empatía, que es algo muy común en nuestra especie, dado que no se consideran las dificultades por las que pasa un individuo que padece una enfermedad mental. Finalmente, hay un miedo a la inseguridad: las personas creen que un trastorno mental vuelve a alguien peligroso, lo que, por supuesto, no ocurre.

Todos estos aspectos son el pan de cada día en nuestra sociedad, pero carecen de justicia, compasión y, sobre todo, de humanidad. En lugar de ello, lo que debería primar es la comprensión, la educación y la empatía como valores fundamentales para superar los prejuicios y tratar a todos con dignidad y respeto.

*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

Maurizio Cavani es biólogo computacional. MSc. UPCH