(Ilustración: Giovanni Tazza)
(Ilustración: Giovanni Tazza)
Leda Pérez

Apuesto que “Roma”, la aclamada película del cineasta mexicano Alfonso Cuarón, ganará al menos uno de los premios Óscar. Tan bello como conmovedor, su filme ha sido particularmente celebrado por su enfoque en un personaje bien conocido en América Latina: la trabajadora del hogar.

Tanto en conversaciones personales como en la prensa, los comentarios han revelado la intensidad de la cuerda tocada en los corazones de algunos que experimentaron infancias de clase parecidas a la que Cuarón tan hábilmente describe en su película. Algunos de los artículos que he leído muestran una suerte de ‘saudade’ en torno a afectos para ex niñeras. Otros centran su atención en la fortaleza de dos mujeres abandonadas frente a una sociedad machista.

Lo que brilla por su ausencia es una reflexión sobre la posición de la protagonista, Cleo, como trabajadora doméstica y cómo –o si– ese rol ha cambiado hoy. No obstante, a través de la mirada de Cuarón, vemos claramente un personaje que no es unidimensional; es alguien con matices, con una vida propia y que experimenta situaciones complejas como se ilustra, por ejemplo, en la escena traumática donde la hija de Cleo nace muerta.

Pero en ninguna parte de esta película el espectador ve o siente la indignación, la frustración, la ira –o incluso la impotencia– de Cleo en su papel de sirvienta. Debo imaginar que alguna vez se habría preguntado por qué no gozaba de los mismos privilegios y de la movilidad social que experimentaban sus empleadores.

Entre las muchas entrevistas que he tenido con trabajadoras del hogar, como parte de mi investigación en curso, puedo dar testimonio de las complejas emociones que coexisten en las personas que realizan este trabajo. He escuchado historias de profundo afecto por los empleadores, inclusive caracterizando la relación como una en la cual ella era vista como parte de la familia. Pero, incluso en esos casos, he descubierto que cuando la superficie se araña solo un poco, surgen muchos sentimientos complicados, a veces contradictorios. Entre ellos la indignación y, a menudo, la confusión que conlleva el no formar parte de la misma familia. El trato es desigual; saben que pueden ser fácilmente descartadas.

Mientras que Cuarón imbuyó el carácter de Cleo con sentimientos y agencia, ese mismo sentido de sí misma no surgió con respecto a su papel como sirvienta. No vemos a Cleo cuestionar su posición en esta familia, su papel en el trabajo o en la sociedad.

Ni cuando el padre de familia regresa del trabajo y ella se queda afuera con la otra criada, el perro y sus excrementos. El patriarca ni siquiera mira a la persona que abrió las puertas del patio y sostuvo al perro, para poder ingresar con su auto demasiado grande para el estacionamiento. Sin embargo, Cleo no muestra molestia por no ser reconocida como un ser humano, o como alguien amada por ese hogar. Asimismo, después de perder a su propia hija, su empleadora insiste en que Cleo la acompañe en la vacación familiar, la cual culmina en su rescate de los dos niños más pequeños del océano, a pesar de su propia incapacidad para nadar. La película finaliza con un abrazo familiar donde madre e hijos le dicen a Cleo que la quieren.

Cómo se siente Cleo con respecto a su lugar en esta familia que dice que la quiere pero que espera que limpie las deposiciones del perro, salve a los hijos y les sirva en su mesa familiar donde no hay un asiento para ella termina siendo una incógnita irresuelta.

En gran parte del mundo, mujeres jóvenes continúan sirviendo en hogares que no son los suyos, a menudo recibiendo poca remuneración, a veces nada. Y todavía hay divisa en la idea de que, debido a la proximidad compartida y la responsabilidad que les incumben, son parte de la familia. Pero no lo son. No ocupan espacio igual; no se sientan en la misma mesa; su tiempo no es el suyo; no gozan de los mismos derechos.

La servidumbre sigue siendo una institución en América Latina. Las personas que hacen este trabajo son invariablemente no blancas y migrantes. Y son mujeres. Supongo que por eso prefiero tener una conversación sobre por qué es así; por qué los parques siguen llenos de niñeras uniformadas corriendo detrás de los niños de otras personas, en lugar de disfrutar de los medios para pasar el tiempo con los suyos.

Este artículo fue adaptado de “Romanticizing Roma: For Whom and For What?” publicado en Wipsociology.org