Una investigación de fines del siglo XX en 16 países de América Latina identificó los valores utilizados por las personas para tomar decisiones éticas: amor, verdad, libertad, imparcialidad, solidaridad, tolerancia, responsabilidad y vida. El estudio, presentado en un evento del Centro Internacional para Periodistas, concluía que en el siglo XXI lo desafiante no sería cumplir esos valores, sino saber qué hacer cuando entran en conflicto, cuando se produce un dilema ético.
En la prensa, los dilemas éticos suelen colocar a los periodistas en la disyuntiva de decidir entre dos valores: verdad versus lealtad, individualismo versus comunidad, corto plazo versus largo plazo, justicia versus misericordia, entre los más comunes. El problema mayor tal vez sea que deben asumir las consecuencias de sus decisiones.
Lo responsable será tomar la decisión correcta con base en las herramientas de la prensa, como la verificación. Ya lo decía Jack Fuller, director del “Chicago Tribune” en una visita a Lima: “Todo periodista debe saber que es un error publicar algo que no ha sido verificado adecuadamente”. Nunca pasará de moda presentar las dos partes –o tres– del caso; además, hay que evitar especulaciones sobre asuntos que no se han terminado de comprobar o fiscalizar a un personaje público con base en adjetivos y sin más pruebas que un video alcanzado al medio.
El público agradece conocer las historias completas –que los políticos probablemente quieran ocultar– y escuchar los testimonios de todos los involucrados, los antecedentes y las consecuencias. Ello implica apostar por el largo plazo en lugar del corto plazo, porque investigar toma tiempo. La otra opción sería ganar un pasajero rating gracias al fogonazo, arriesgando credibilidad y reputación, sobre todo ahora que algunas verdades avalan falsedades, como anota el periodista Álex Grijelmo.
En épocas no electorales, la falta de verificación da municiones a quienes ostentan el poder para desacreditar al periodista o lo expone a una demanda por difamación, calumnia o injuria. En épocas electorales, la prensa puede convertirse en dudosa, acusada de defender intereses turbios y a los adversarios políticos que buscan enfatizar el escándalo del otro, porque no los compromete ni les quita votos, sino todo lo contrario.
La segunda herramienta frente a dilemas éticos es la autocrítica, poner estos temas sobre la mesa al interior de las redacciones, como ha sucedido en algunos medios limeños en esta campaña congresal. “Discutir las posibles consecuencias” no evitará los errores, pero “cuando menos sean, mejor”, sugería Fuller. Además, sirve para definir qué entiende el medio por lo público, lo privado y lo íntimo, a fin de tomar decisiones éticas y comunicarlas a los consumidores.
En principio, sostiene el académico José Luis Dader, lo público describe los asuntos de relevancia social incuestionable, lo que alcanza al respeto o la vulneración de los derechos y deberes, lo que es preocupación general de mayorías o de minorías casi siempre menoscabadas en la difusión mediática. Este es el espacio de la opinión pública y, por tanto, del quehacer periodístico.
A lo público se opone lo privado, que es la esfera de las relaciones privadas interpersonales, las interacciones familiares, laborales y afectivas en el pequeño círculo que suele rodear a una persona. También es el anillo vulnerado por la prensa cuando saca a la luz cuestiones privadas sin considerar los límites definidos por el interés público y no la curiosidad. En el “Washington Post” de Ben Bradlee, el límite era la interferencia de lo privado en la labor pública, graficada en su máxima: “Borracho en casa, asunto suyo. Borracho en los pasillos del Senado de Estados Unidos, asunto nuestro”.
Y lo íntimo es una esfera más privada aún a la que la prensa no debe ingresar, porque no hay interés público admisible para hacerlo y porque lo que allí suceda solo interesa a los involucrados (incluyendo a las figuras públicas que, para cierto periodismo según Grijelmo, parecen no tener vida privada).
En esta campaña congresal hemos tenido buenas y malas prácticas periodísticas. Destacamos aquellas que alertaron sobre candidatos cuestionados por quienes no votar; finalmente, formulemos votos porque nuestro periodismo reconozca que su poder no radica en la mera amplificación, sino en definir con precisión las fronteras de lo público, lo privado y lo íntimo.