Con el retorno significativo del Frepap al Congreso de la República, los diez mandamientos han ingresado al debate público. En efecto, al parecer dicho grupo legislará con el decálogo como guía. Esto invita a una reflexión sobre dichos mandamientos, así como sobre la relación entre religión, derecho y política. ¿Tienen lugar los diez mandamientos en un Estado laico como el peruano?
Como es ampliamente conocido, los diez mandamientos se encuentran en el Antiguo Testamento (Éxodo 20:1-17 y Deuteronomio 5:6-21). En su libro “Ethics and Religion” (2016), el profesor y jesuita Harry J. Gensler los enumera y organiza en tres grupos, según a quién van orientados los deberes que cada uno implica:
•Deberes hacia Dios: 1. No adorarás dioses falsos, 2. No tomarás el nombre de Dios en vano, 3. Santificarás las fiestas.
•Deberes hacia la familia: 4. Honrarás a tu padre y a tu madre, 5. No cometerás adulterio, 6. No codiciarás al cónyuge del prójimo.
•Deberes hacia todos: 7. No matarás, 8. No robarás, 9. No darás falsos testimonios ni mentiras y 10. No codiciarás los bienes ajenos.
Los mandamientos del primer grupo, obviamente, no tienen significado alguno entre ateos, pero los otros tienen alcance universal. Y es que, si bien según la Biblia los diez mandamientos fueron revelados por Dios a Moisés, los del segundo y tercer grupo serían conocidos por todos, independientemente de su fe. ¿Cómo? Gracias a la razón.
Sería un error que el Frepap o cualquier grupo congresal pretendan imponer los tres primeros mandamientos. ¿Por qué? Por una razón muy sencilla: la fe no puede imponerse. Es imposible convertir a alguien a una religión por la fuerza. También sería un absurdo que pretendan imponer los mandamientos 6 y 10, dirigidos al mundo interior, pues ¿quién tiene acceso al mismo?
¿Y qué decir de los mandamientos 4, 5, 7, 8 y 9? Que ya son parte del derecho. En efecto, el Código Penal sanciona el asesinato, el robo y la estafa. El Código Civil, por su parte, establece que los hijos están obligados a honrar a sus padres y que los cónyuges se deben fidelidad. No hay, pues, mucho por hacer, salvo cuidar y mejorar esta regulación, cuando corresponda.
El hecho de que los mandamientos 4, 5, 7, 8 y 9 no dependan de la fe para su reconocimiento invita a otra reflexión: no es necesario apelar a Dios para promover su imposición por parte del Estado. Más aún, al presentarlos como deberes morales y no solo religiosos, se convoca a todos: “tirios y troyanos”. Añadamos a esto que por algo Dios, de existir, nos permite conocerlos directamente.
Más allá de la protección y la apropiada regulación de los mandamientos, hay algo que todos apreciaríamos por parte de los congresistas: que ellos mismos se sometan a ellos. Esto es algo que, por lo demás, nos corresponde a todos. Y es que nadie está libre de romper estas reglas fundamentales. Para expresarlo en lenguaje religioso: todos somos pecadores.
Hablando de mandamientos, sería un error no citar el que Jesús consideró supremo. Me refiero a la regla de oro: “Trata al otro como quieres que te traten a ti” (Mateo 7:12 y Lucas 6:31). Esperemos, pues, de los nuevos congresistas, crean o no en Dios, que nos traten así. Después de todo, como el mismo Gensler enseña en “Ethics and the Golden Rule” (2013), la regla de oro es otro principio universal que puede justificarse racionalmente y sin recurrir a la fe.