Tomás Dosek

En Lima, los caudillos o clanes familiares han gobernado muchos de los distritos de la ciudad. En mi nuevo libro, The Persistence of Local Caudillos in Latin America. Informal Political Practices and Democracy in Unitary Countries, entiendo por caudillos a alcaldes que gobernaron por tres o más períodos e hicieron usos de prácticas políticas informales para mantenerse en el poder. Estos alcaldes recibieron denuncias de medios de comunicación, instancias judiciales o vecinos de los distritos por supuestos actos de corrupción, clientelismo, nepotismo, abuso de poder, presión a los medios locales o acoso a la oposición política

Estas prácticas políticas informales (PPI) son la base común de su ejercicio de poder. ¿Pero cómo les permiten mantenerse en los cargos? El libro muestra que los caudillos utilizan estas prácticas, de manera más importante, para afianzar sus bases electorales en los distritos, pero también para controlar y debilitar la oposición política y neutralizar otros actores locales que podrían perjudicar sus chances para reelegirse.

El fenómeno de caudillos no es particular de Lima ni de Perú; los caudillos y clanes locales gobiernan en muchos municipios latinoamericanos. De hecho, en las últimas dos décadas, más del 20% de los períodos electorales en los distritos metropolitanos de Santiago (Chile), Asunción (Paraguay) y la misma capital peruana fueron gobernados por ellos. La democracia local está en problemas.

Combinando datos electorales y denuncias públicas de las PPI, el libro muestra que desde 2002 hasta 2018, en los 42 distritos da la provincia de Lima hubo casi un cuarto de los periodos electorales gobernados por caudillos y clanes familiares. Los casos de Augusto Miyashiro (Chorrillos) y Felipe Castillo (Los Olivos), analizados a profundidad en el libro, son dos de los casos más emblemáticos de caudillos y política familiar en los municipios de Lima.

Contraintuitivamente, tal vez, los caudillos tanto en Perú como en otros países de la región salen de sus cargos por errores propios. Estos alcaldes gozan de bastante autonomía y la falta de control sobre ellos se da en diferentes niveles del sistema político. Las instituciones nacionales son débiles, carecen de capacidad institucional o directamente no les interesan las dinámicas políticas distritales. Los concejos locales tienen poderes limitados, los gobiernos municipales son alcalde-céntricos y las mayorías automáticas que obtiene el partido ganador no ayudan a la poca oposición política que existe. La sociedad civil, clave para denunciar estas prácticas y promover candidaturas alternativas, es fragmentada o cooptada por los alcaldes.

La prohibición de la reelección no cambia mucho el uso de estas prácticas. Más bien hace más frecuentes las situaciones de abuso de poder, vuelve la política (aún) más una cuestión de clanes familiares y promueve candidaturas títeres impuestas por (ex) alcaldes que no se pueden presentar a la reelección. De hecho, es lo que estamos viendo en varios distritos limeños.

Si bien no todos los alcaldes son caudillos, el diseño institucional y los factores contextuales les permiten convertirse en unos. Muchos lo intentaron pero no lograron la siguiente reelección, normalmente por gobernar de manera “demasiado particularista” sin beneficiar siquiera a sus bases electorales o porque “se les pasó la mano” con los abusos.

Más allá de los casos paradigmáticos de caudillos y clanes, necesitamos más atención de los medios a las dinámicas políticas locales, mayor vocación democrática de los partidos políticos y mejores herramientas para analizar los avances de los alcaldes en la gestión y desempeño local, porque el libro también muestra que casi no tenemos ejemplos de períodos de “buen gobierno”.

*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

Tomás Dosek es politólogo