Nicolás Maduro no pondrá en libertad a Leopoldo López, pese a la evidente injusticia. Lo quiere tras la reja, aunque no haya cometido delito alguno. Se trata de un modo de escarmentar a los venezolanos para detener las protestas callejeras que la Constitución ampara. No estamos ante un proceso judicial, sino ante un linchamiento.
Incluso, a Maduro le conviene que Leopoldo sea inocente. Como enseñó el padre Lenin, la clave de la obediencia es el miedo, la inseguridad. Es la ominosa certeza de que el Estado puede descargar su fuerza cuando lo decide la policía política sin que exista una previa violación de la ley. Lo importante no es la legalidad, esa despreciable minucia burguesa, sino la revolución.
Pero hay mucho más.
Nicolás Maduro afirma que la diputada María Corina Machado es una asesina que trata de matarlo. ¿Pensaba lanzarle una gramática de Andrés Bello a la cabeza, como afirman los malvados enemigos del chavismo? No lo creo. La señora Machado es ingeniera civil y sabe que el libro habría quedado destruido al chocar contra esa gloriosa testa roqueña, bendecida por Sai Baba, a prueba de cualquier fisura por donde pudiera colarse un átomo de cultura.
Por su parte, la fiscal general, la señora Luisa Ortega Díaz, al frente del sicariato que en Venezuela se conoce como Poder Judicial, acusó de intento de asesinato a tres demócratas de la oposición: el ex embajador Diego Arria, el ex director de PDVSA Pedro Burelli y el abogado Ricardo Koesling. En la fantástica trama, como era predecible, también figura el “americano feo”, Kevin Whitaker, siniestro embajador de Estados Unidos en Colombia.
¿Por qué y para qué Nicolás Maduro fabrica una acusación tan ridículamente falsa?
El porqué resulta obvio: porque su popularidad cae en picada como consecuencia del inmenso caos económico en que el chavismo ha sumido a Venezuela y necesita desesperadamente cambiar el foco del debate.
Maduro intenta ocultar el hecho de que es el peor gobernante de América Latina. No quiere que la sociedad proteste por el desabastecimiento, la inflación, la corrupción, la oleada de crímenes impunes que no cesa (de 4.500 en 1999 a 21.692 en el 2013, aumento del 382%). Quiere centrar la atención en el magnicidio. Piensa que un acontecimiento de esas dimensiones puede desviar la atención de la prensa internacional.
Aunque el desastre se inició hace ya muchos años, en el 2013, desde que Maduro asumió las riendas, según el Instituto Nacional de Estadísticas, la cifra de hogares pobres aumentó en 416.326: un 30% más. De ese abrumador número, 189.086 hogares pasaron a formar parte de la legión de los indigentes que ni siquiera tienen suficientes ingresos para adquirir los alimentos esenciales que señala la canasta básica de alimentos. En 1999 había en el país 6’400.000 pobres. Hoy hay 9’000.000.
Y todo esto sucede en medio de la bonanza del ingreso constante de petrodólares. En los 15 años de chavismo, a partir de 1999, el país ha recibido más divisas, como consecuencia del precio del petróleo, que en toda su historia desde que obtuvo la independencia de España en 1823.
¿Cómo ha sido posible esta catástrofe? Porque la burocracia y el gasto público crecieron exponencialmente. Durante el chavismo pasaron de 900.000 empleados públicos a 2’300.000 (un 156%). La nómina de PDVSA ascendió de 40.000 a 120.000, mientras la productividad –barriles por empleados– se redujo de 75 a 18 (76%), y la deuda de la empresa pasó de 6 mil a 40 mil millones (567%).
Porque han malversado y malgastado los recursos del país, a lo que se agrega la increíble corrupción que padecen los venezolanos. Según Jorge Giordani, hasta hace poco ministro de Planificación, de un solo organismo, el SITME, donde se otorgan las divisas, se esfumaron 20.000 millones de dólares. La inflación acumulada es de un 933%. Solo Cuba les cuesta más de 13.000 millones de dólares anuales, pero cuando se suman el resto de los chupópteros del ALBA, más los maletines a los Kirchner, más todas las compras de influencia internacional, esa cifra acaso se duplica.
¿Para qué seguir? Los chavistas lograron la sorprendente proeza de quebrar a Venezuela. Ya no tiene crédito y mucho menos inversiones extranjeras. ¿Quién se mete en ese manicomio colectivista donde el Poder Judicial es una rama de la policía política? Estatizaron decenas de empresas que eran rentables hasta que las controló y arruinó el gobierno. Intervinieron más de 600 fincas, lo que provocó la destrucción del aparato productivo. Antes de Chávez se importaba el 37% de los alimentos. En época de Maduro ya andamos por el 78%.
¿Para qué las acusaciones de magnicidio? Porque en esa situación cualquier opositor barrería al chavismo en las elecciones. Según las encuestas, los opositores demócratas tienen el 65% de apoyo y el chavismo el 35%. Pero como no van a entregar el poder, intentan desbandar a la oposición, exiliarla, como hicieron con Manuel Rosales, o encarcelarla, como hacen con los políticos que alcanzan alguna prominencia, ya sea Leopoldo López o los alcaldes Enzo Scarano y Daniel Ceballos.
Venezuela hace rato que dejó de ser una república democrática y se convirtió en una dictablanda corrompida. Cada día que pasa se acerca más a una dictadura podrida pura y dura. Están ahora en la fase de quitarse la careta. Es triste, pero tan grave como eso es el silencio cómplice de América Latina. Vergonzoso.