“Un rondero pudo ser presidente, un comunero de Chumbivilcas premier, un exguerrillero canciller, un médico rural ministro y un provinciano defensor”, dice Vladimir Cerrón y no se equivoca. ‘Pudieron’ porque así se premia la lealtad a sus intereses, porque para ser operador político no se necesita más que eso. Los personajes a los que hace alusión demuestran el desprecio por la idoneidad de la función pública y la continuidad de un pasado corrupto al que él tanto ha criticado y que sigue tan presente.
Al parecer, volvió la falsa reivindicación victimizadora con atrevimiento, poca autocrítica e inexistente propósito de enmienda. Basta con escuchar a Josué Gutiérrez, nuevo defensor del Pueblo, decir en una entrevista en “Panorama” que “parece que estuviéramos en una cultura del odio, donde todos tenemos que criticarnos”, al ser consultado por su vínculo y gran admiración por Vladimir Cerrón y Perú Libre, dos de sus méritos retribuibles para el cargo que hoy ostenta y que se ha esforzado por esconder con mentiras. Si no, veamos la planilla del Congreso que confirma su papel como asesor de la bancada de gobierno. O cómo calificó de “peyorativo” el análisis y crítica que se ha hecho de sus escasas credenciales académicas, tan necesarias para el puesto. No siendo suficiente lo anterior, soltó la siguiente frase: “los títulos más grandes para mí han sido los reconocimientos de carácter social de la población”. Esto no es más que la romantización del padrinazgo político y la falta de meritocracia.
El tiempo le ha dado sentido al ofrecimiento de campaña de Perú Libre: desaparecer la Defensoría del Pueblo. ¿Será este el inicio del fin? Sin duda, una primera prueba será este jueves cuando se lleve a cabo la segunda votación de la ‘ley mordaza’, un proyecto de ley que el defensor conoce bastante bien, pues estuvo asignado a la Comisión de Justicia del Congreso como especialista parlamentario. Un defensor que en sus primeras apariciones no pudo siquiera defenderse a sí mismo y que nos ha pedido el beneficio de la duda, ¿dará la talla frente a esta importante prueba o jugará a favor de los intereses de quienes lo pusieron en el cargo?
Haciéndonos creer que la legitimidad se sostiene bajo el eslogan “porque el pueblo nos ha elegido”, en una semana el Congreso nos ha regalado un nuevo derroche de impunidad. Pero lo grave y desalentador en esta ocasión no es solo el blindaje a ‘Los Niños’ y la elección de “mi amigo y aliado el defensor”, sino el pisoteo de la función pública –y, en consecuencia, de todos sus buenos profesionales–, específicamente del Código de Ética, que debería ser la llave para los puestos y encargos más importantes de este país, bajo la probidad, idoneidad y eficiencia, por mencionar algunos de los principios de esta función. Y frente a este desastre institucional, la respuesta ha sido la resignación sin contrapeso político de un Ejecutivo que se mostró paralizado ante un abierto negociado congresal, confirmando así una supervivencia mutua al 2026.
Seguramente no sorprende. Todos tenemos la sensación de que el Perú sobrevive de milagro, pero no podemos acostumbrarnos a ser rescatados con cuentos reivindicativos “en nombre del pueblo”. Porque, finalmente, quien más sufre es ese pueblo. Y la única alianza que este necesita es que Ejecutivo y Legislativo se hagan cargo de lo urgente: un sistema de salud precario que no puede con el dengue que avanza y se cobra la vida de varios peruanos; el crecimiento de la pobreza; el de la anemia, que afecta el desarrollo integral de miles de niños y niñas; y un fenómeno de El Niño que se aproxima y que nos recordará nuevamente cuánto tiempo perdimos.
No los estoy ‘spoileando’, esta película ya la vimos.