Hace cuatro años, Kenneth Rogoff, un ex economista jefe del Fondo Monetario Internacional (FMI), presentó poderosas razones por las que se debería ir dejando paulatinamente de lado el dinero en papel. En su libro “The Curse of Cash (La maldición del efectivo)”, Rogoff sostiene que gran parte del papel moneda, especialmente los billetes de alta denominación, facilita la evasión fiscal y da impulso al narcotráfico a lo largo de toda su cadena de aprovisionamiento: un estudio británico de 1999 detectó que solo 4 de 500 billetes que se analizaron en Londres no contenían trazas de cocaína.
Además, la existencia del efectivo restringe la política monetaria. Es más difícil para los bancos centrales implementar tasas de interés negativas cuando los inversores tienen la alternativa de llenar una caja fuerte con billetes de US$100. En algún momento, esa parecía una cuestión abstrusa, pero la crisis del COVID-19 incorporó con firmeza las tasas negativas a las agendas políticas de varios países.
Desde que Rogoff publicó su libro, el efectivo ha retrocedido como mecanismo de pago. En Suecia, por ejemplo, la desaparición de las coronas de papel parece cercana; el sistema de pago móvil Swish domina el entorno de baja denominación. Como sabe cualquiera que haya intentado comprar una cerveza recientemente en Estocolmo, se quedará con sed si solo cuenta con una cartera llena de efectivo.
Ahora, la crisis del COVID-19 le ha dado a la gente otro motivo para mantenerse alejada de los billetes. Se dio mucha difusión a la noticia de que pueden transmitir el coronavirus, lo que llevó a muchas tiendas a colocar carteles para informar de que “no se acepta efectivo”. En mi pueblo, incluso el camión que vende pescado y papas fritas solo acepta tarjetas sin contacto. Sin embargo, dicha historia de miedo tiene poca o ninguna validez: la Organización Mundial de la Salud (OMS) afirmó que no existe evidencia de que los billetes transmitan el coronavirus. El virus sobrevive el mismo tiempo en las tarjetas plásticas y Christine Tait-Burkard, una experta en enfermedades infecciosas de la Universidad de Edimburgo, dijo que el efectivo no es un vector para esta enfermedad, “a menos que alguien use los billetes para estornudar en ellos”.
Pero el daño ya está hecho; durante el primer mes de la crisis, el uso del efectivo en el Reino Unido cayó en un 60% y el volumen de las transacciones se redujo a la mitad. En una encuesta, casi el 75% afirmó que prevé usar menos efectivo en el futuro.
Esa tendencia, que se repitió en el mundo desarrollado, dio un mayor impulso a la banca digital y a los proveedores de sistemas de pagos no bancarios. A Apple Pay y PayPal les está yendo bien. Las empresas de tecnología financiera dedicadas solo a la banca en línea siguieron ampliando su base de usuarios, aunque muchos se preguntan si han logrado encontrar un modelo de negocios sostenible. La moneda Libra, de Facebook, está esperando para entrar al juego mientras quienes la respaldan intentan convencer a los reguladores de que su modelo es seguro y cumple con los protocolos antilavado de dinero.
La caída adicional del efectivo también impulsó el propio trabajo de los bancos centrales sobre las monedas digitales. Mediante los billetes, los ciudadanos y las empresas han contado durante siglos con la posibilidad de efectuar reclamos directos a los bancos centrales. Si desaparece el efectivo, ¿hay motivos para crear una moneda digital de los bancos centrales, mayorista, minorista o para ambos fines? El Riksbank de Suecia bien puede ser el primero, con una e-corona lista para su implementación.
Entonces, ¿está próximo el adiós al efectivo?
La respuesta no está tan clara. En primer lugar, aunque la cantidad de transacciones realizadas con efectivo ha disminuido, incluso en los estratos inferiores, el volumen de efectivo en circulación ha aumentado en muchos países. Desde fines del 2019, el valor de la moneda en circulación aumentó 8% en Italia y 7% en EE.UU. Las tenencias precautorias de efectivo aumentaron. No solo a los narcotraficantes y evasores de impuestos les resulta atractivo el efectivo como depósito de valor y para proteger su privacidad. De las mayores economías, solo en China se vio una caída en términos absolutos de la relación entre moneda física y PBI.
También hay señales de una reacción política enérgica contra la eliminación de instalaciones que manejen efectivo. El Banco de Canadá pidió a los minoristas que sigan aceptando efectivo para evitar la exclusión financiera, ya que a la gente sin acceso a cuentas bancarias y tarjetas les resulta imposible hacer compras. Nueva York, San Francisco y el estado de Nueva Jersey prohibieron a los minoristas rechazar el efectivo. Incluso en Suecia un grupo activista llamado ‘Kontantupproret’ (Rebelión del efectivo) está haciendo campaña para que los consumidores más pobres puedan seguir usando dinero papel.
En resumen, tal vez sea demasiado pronto para escribir el obituario del billete. La demanda de sus servicios sigue siendo sólida.
Sospecho que en el futuro inmediato viviremos en una especie de sistema de pagos mixto: el efectivo mantendrá su lugar, que será más modesto que en el pasado, junto con diversas tarjetas y transferencias digitales directas.
Traducción: www.Ant-Translation.com
–Glosado y editado–