(Ilustración: Rolando Pinillos Romero).
(Ilustración: Rolando Pinillos Romero).
Rafaella León

A lo largo de los meses en que la personalidad y el estilo de gobierno de , buena parte de sus decisiones y formas de pensar se reafirmaban a medida que se repetían. No es casualidad que algunas de estas hayan quedado plasmadas desde su primer mensaje a la nación como presidente, el 28 de julio del 2018: “No estamos aquí solo para ocupar un cargo… No nos va a temblar la mano… Este gobierno está dispuesto a jugársela…”. Un año atrás anunciaba un pliego de proyectos de reformas para dos de los grandes dolores de cabeza nacionales: la justicia y la política. Involucraba, además, a la ciudadanía –a través de un referéndum–, factor clave de su mandato, a falta de otros apoyos. A partir de allí podemos definir algunos ángulos de acción que refuerzan su método y que explican, de alguna manera, por qué es capaz de tomar decisiones radicales pero estudiadas, arriesgadas e inesperadas por igual, al punto de no perturbarle el sacrificio de su propia permanencia en Palacio.

Desde un principio me pareció claro que Vizcarra no es un político típico. Para empezar, el poder es para él una ‘herramienta’ de trabajo, y no un motivo de estatus o una llave para escalar posiciones. En un sistema donde nuestros políticos parecen obsesionados con el poder, Vizcarra asoma entonces como un ‘bicho raro’, sobre todo en el epicentro de la política nacional: Lima. Cuando se creía que podría ser un presidente ‘moldeable’ –él mismo se dejó ver así al inicio, ante un fujimorismo que buscaba desentrañar–, optó por desmarcarse y canalizar el descontento ciudadano. Así, mientras el Congreso y los partidos parecen siempre de espaldas al pueblo, Vizcarra lo invita a tomar decisiones.

La ciudadanía fue clave durante su presidencia regional en Moquegua: aprendió a gobernar con cercanía a la gente que se compró los objetivos de su gestión. “El mayor legado que dejé a Moquegua, y mi principal orgullo, fue poner a tope su autoestima”, me dijo el presidente Vizcarra, y aquello lo trasladó luego como un objetivo de su gobierno nacional. Para él, la lucha contra la corrupción y el fortalecimiento de las instituciones van en ese camino. Proponer ahora que la opinión pública decida qué hacer con el Legislativo y con el Ejecutivo apuntala también esa misma idea.

En algún momento de mi investigación me di cuenta de que el plan B de Vizcarra casi siempre ha sido en realidad su plan A. En junio último, unos días después de que el primer ministro Salvador del Solar presentó para que el Parlamento discutiera y aprobara de una vez por todas seis proyectos de la reforma política, el presidente Martín Vizcarra parecía preparado para el plan B: un desenlace sin retorno. “Pensé que se había entendido en el referéndum: la población quiere que las autoridades dejen de ser personas intocables, que todo el mundo pise tierra…”. Se refería a la más peliaguda de las discusiones en el : las nuevas reglas sobre . Me habló con una controlada naturalidad sobre un escenario que no veía imposible ni lejano: una especie de abismo desde donde, sin embargo, se podría respirar un aire nuevo. Eran días de rumores: disolverá o no el Congreso, se preguntaban todos. “Gobernaríamos con la Comisión Permanente… De ahí vienen nuevas elecciones, otra vez el pueblo se manifiesta, reemplaza a los congresistas y se continúa…”. Su carácter de ingeniero lo había llevado a trazar y tener bien estudiado un plano mental de lo que tendría que hacer en caso de que la crisis entre el Ejecutivo y el Legislativo llegara a un punto muerto. No tenía miedo de tomar una decisión radical. Esa misma mentalidad de ingeniero le ha hecho en ocasiones anteriores atacar el origen del problema (si hay magistrados corruptos, refundemos la entidad encargada de elegirlos). Esta vez, entre el riesgo anticonstitucional de un ‘cierre’ del Congreso y la posibilidad de perder legitimidad si no hiciese nada para enfrentarlo, ha optado por el “nos vamos todos”: el salomónico y radical plan C. “Quizá yo hago ingeniería política”, me dijo más de una vez.

*La autora ha escrito el libro “Vizcarra: retrato de un poder en construcción” (Debate).