La gran presión social que hoy se muestra en contra del gobierno de Pedro Castillo es diversa y heterogénea. Hay de todo, como en botica.
Desde reclamos legítimos por la subida de precios e insumos, afectación del costo de vida, desempleo, hartazgo por la ineptitud y corrupción en el Ejecutivo, complicidad indignante del Legislativo (o contra la mayoría gobiernista que lo controla) y también, por supuesto, la agenda de los pillos, ilegales e informales (como los colectiveros y transportistas ilegales) que buscan ganar siempre a río revuelto.
El profesor está logrando en nueve meses una amalgama sanmartiniana perfecta de unir en su contra a todas las agendas, todos los suyos, todos los rechazos, debido –básicamente– a la ineptitud, corrupción e improvisación de su administración, porque precisamente no gobierna; solo desgobierna y sobrevive.
Y en ese proceso de atrincheramiento ineficaz, ha arrastrado al único órgano de poder llamado a encontrar la salida política a esta crisis de representación: el Congreso. Ergo, este último ya no es más una opción de salida, sino parte del problema a resolver.
Adicionalmente, el escenario de la renuncia le genera consecuencias penales inmediatas. Pero lo que el presidente creo que entiende perfectamente es que cada día que pasa habitando Palacio de Gobierno incrementa exponencialmente dicho riesgo ante la justicia; pero, además, con cero opciones de generar bienestar sostenible a la población, más aún si sostiene su Gobierno en un cuoteo corrupto e ineficaz por las amenazas de Cerrón.
Mucho más le suma dar el salto hacia adelante: concertar con el Congreso un adelanto de elecciones, reconocer que las expectativas del pueblo van más allá que lo que su voluntad y capacidad puedan dar, y devolverle a ese pueblo la posibilidad de definir su futuro democráticamente vía nuevas elecciones. Mejor construir un puente de plata que morir enterrado en su trinchera sin propósito.
En cuanto al arreglo institucional, un esquema como el usado para la asunción de Francisco Sagasti podría funcionar. Previa aprobación del adelanto de elecciones, se puede elegir a una nueva Mesa Directiva cuyo líder encabezaría la transición, nuevo presidente del Legislativo, y acordar (de ser posible) un paquete mínimo de reformas políticas para intentar que los nuevos representantes muestren la mitad de empatía con el bien común que los anteriores.
¿Sueños de opio? No lo sé. Pero los hechos, la calle, los muertos, la desesperación y el hartazgo indican que sería la mejor ruta posible. ¿De qué depende? De cuanta conexión le quede a Pedro Castillo con la realidad, al igual que a sus infelices socios en el Congreso.
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