No cabe duda de que Pedro Castillo es un presidente herido que está luchando para sobrevivir en desmedro de nuestro futuro. Sin embargo, no existe un personaje público que resista a semanas o meses de denuncias periodísticas por corrupción e incompetencia. La opinión pública continúa agarrándole encono por lo que normalmente terminará por caer en un futuro relativamente próximo. Castillo debería entender lo precaria de su situación y renunciar inmediatamente para no seguir complicando su caso. No hacerlo, intentando sobrevivir con métodos populistas, solo lo conducirá a cometer más delitos y acumular más penas. Sus colaboradores también deberían pensar en qué situación legal quieren encontrarse en las próximas décadas. No deben ignorar que los colaboradores eficaces continúan entregando abundantes pruebas a la fiscalía.
La inexperiencia de Castillo no le permite comprender la importancia de propiciar una salida ordenada a la caótica situación que ha generado. Por el contrario, el presidente ha optado por apostar doble o nada buscando dividir al país con una narrativa revanchista sumamente preocupante. Por ello, urge que los ciudadanos nos organicemos para obligar un desenlace político razonable dentro de los márgenes constitucionales. No se puede mantener en el poder a un presidente envuelto en graves indicios de corrupción, porque este funcionario representa a la Nación y además dispone de todos los mecanismos del poder para convertirnos a mediano plazo en un régimen autoritario. En efecto, el presidente sigue mostrando una vocación autoritaria que se traduce en el intento asolapado de dañar nuestra democracia y montar un núcleo de altos funcionarios corruptos que le permitan quedarse en el poder. Me parece que todavía los peruanos podemos salvar nuestra democracia sacando legalmente al presidente Castillo.
Sin embargo, nuestros problemas políticos tampoco terminarán cuando el actual presidente deje Palacio. Debemos asegurarnos que los congresistas designen a sus mejores elementos para conducir una transición justa y transparente. Esto no está garantizado si vemos el accionar cotidiano de la mayoría de nuestros parlamentarios. Igualmente, debemos reequilibrar nuestro sistema democrático que sufre de una permanente ingobernabilidad desde las elecciones del 2016. Una serie de reformas políticas deben ponerse en marcha para mejorar la calidad del elenco político en los tres niveles de gobierno. Algunas iniciativas van por buen camino en el Congreso, como la bicameralidad y la reelección de alcaldes y congresistas. Igualmente, los congresistas deben entender la magnitud del rechazo de los peruanos hacia sus élites políticas y legislar desinteresadamente para comenzar a mejorar la calidad de la oferta electoral de los partidos. Para ello, es necesario atacar dos males principales: la ineptitud y la corrupción.
En síntesis, todo indica que ha llegado el momento de defender la democracia contra el populismo autoritario del actual presidente. Esta parece ser la condición ‘sine qua non’ para poder restablecer un rumbo promisorio para nuestro país. Después, habrá que asegurarse que los congresistas más adecuados dirijan la transición hacia nuevas elecciones generales y cruzar los dedos para que los peruanos sepamos elegir mejor en esos próximos comicios. Sin embargo, en algún momento, después de defender a la democracia de sus enemigos, debemos iniciar un amplio debate sobre la calidad de nuestra democracia. Necesitamos hacer ajustes a la forma en que se organiza nuestra política para que este régimen nos funcione mejor. No es ningún secreto que la democracia peruana cuenta con cada vez menos respaldo ciudadano, esto básicamente porque no nos está permitiendo solucionar muchos de nuestros principales problemas debido a la ineptitud y corrupción que reina entre la mayoría de nuestros actores políticos.