El continente entero ha seguido con gran expectativa las primarias en Estados Unidos y la confirmación de ambas candidaturas: Donald Trump para los republicanos y Hillary Clinton para los demócratas.
En pleno comienzo de las campañas hacia la Casa Blanca, uno de los temas que acaparan de forma relevante los discursos es el comercio. De forma muy señalada, el señor Trump ha sido especialmente crítico del tratado de libre comercio que sostiene Estados Unidos con México y Canadá (TLCAN). Ha hablado de suspenderlo, renegociarlo e incluso eliminarlo. Si bien la señora Clinton ha sido una defensora histórica del libre comercio –postura que ratificó insistentemente durante su etapa como secretaria de Estado–, el debate y la dinámica electoral han virado su posición hacia una reservada reticencia al TLCAN y, de forma preocupante, al Acuerdo Transpacífico (TPP).
Si Estados Unidos y su próximo presidente, quienquiera que sea, deciden –para complacer a un electorado afectado y resentido por la globalización comercial– detener la participación de su economía en estos acuerdos, el TPP correrá graves riesgos.
Y es justamente ahí donde la sólida relación comercial entre el Perú y México jugará un papel de gran trascendencia. Si la corriente de opinión estadounidense se inclina hacia el proteccionismo, tendrán que surgir campeones del libre comercio en el continente que impulsen y concreten este fundamental acuerdo.
El Perú y México se encuentran en posiciones privilegiadas para ello. La economía andina demostró, como pocas durante la última década y media (2000-2015), un crecimiento promedio sostenido de 5,2%, y si bien el precio de los minerales e hidrocarburos ha afectado el impulso de su crecimiento (3,26% en el 2015 y con una inflación de 2,5%), los pronósticos del FMI y el Banco Mundial para este 2016 están por el orden del 3,7% de crecimiento.
La economía mexicana ha logrado un crecimiento estable del 2,5% en los últimos tres años, con su menor inflación histórica de otros 2,5%. A pesar del derrumbe de los precios del petróleo en el ámbito internacional y del arranque en la implementación de la ambiciosa reforma energética, la economía mexicana no ha conseguido despegar a los niveles de crecimiento que alcanzó el Perú en la última década.
Con todo, ambas naciones son firmes representantes de que el libre comercio y la inversión directa de empresas internacionales han contribuido sustancialmente al desarrollo económico.
Para México, el Perú representa su segundo socio comercial en la zona, solo después de Brasil. La inversión directa asciende a los US$14.000 millones anuales, con la presencia de empresas consolidadas por su extensión global como grupo México (minería), América Móvil (telefonía), ICA (construcción-infraestructura), grupo Salinas (telecomunicaciones-entretenimiento), grupo Bimbo (alimentos), Mabe (electrodomésticos), Femsa (refrescos y distribución de bebidas) y Cinépolis (salas cinematográficas).
La experiencia comercial de México con Estados Unidos y Canadá puede ser de enorme valor para el fortalecimiento del intercambio con el Perú, además de la entrada en vigor del protocolo adicional en la Alianza del Pacífico.
El Perú acaba de ofrecer una profunda lección democrática al continente entero, con la estrecha victoria del presidente Pedro Pablo Kuczynski (con 0,248% de votos de ventaja) y la cívica, madura y estable transición hacia el nuevo gobierno. La derrota de la señora Keiko Fujimori no representó –como en México en el 2006, con una diferencia del 0,46%– un elemento de inestabilidad, protesta social y daño institucional.
El panorama por venir presenta escenarios complejos hasta noviembre, cuando se elija al próximo presidente de Estados Unidos y, de ahí en adelante, la postura que el nuevo gobierno asumirá hacia el TLCAN y el TPP.
El Perú y México deberán intensificar y diversificar sus relaciones comerciales para construir una argumentación vigorosa que permita concretar el ambicioso TPP.