La semana pasada, el INEI mostró cifras muy duras respecto al aumento de la pobreza. Ya diversos economistas –entre ellos, Pablo Lavado– habían pronosticado esta caída, que nos regresa al 2009. Es decir, todos los esfuerzos para sacar de la pobreza a los hogares durante estos 10 años han pasado a foja cero.
Está claro que la pobreza rural tiene los niveles más altos de pobreza y hacia ella se han concentrado la mayoría de políticas sociales, pero, esta vez, la pandemia ha golpeado significativamente al ámbito urbano, regresándonos a niveles de pobreza urbana de hace 13 años. Se discute si tenemos que esperar 13 años más para volver a estar como estábamos. Esto no es del todo cierto, porque si el efecto del cierre de los mercados ha golpeado al sector urbano por ser precisamente el más conectado a ellos, estos, al abrirse, se recuperarán rápidamente. Es como cuando un enfermo baja de peso rápido, pero luego, al sanar, recupera rápidamente los kilos perdidos. La pregunta que debemos hacernos es ¿queremos subir con grasa o con músculo? Es lógico que debemos concentrarnos en tener una recuperación sana que nos impida volver a enfermarnos.
No se trata entonces de recuperar cifras o datos. Para que la salida de la pobreza sea exitosa necesitamos de un sistema que anule el riesgo de retorno a ella ante cualquier eventualidad. No es posible que hoy veamos en titulares que hay hogares que están sorteando sus autos para costear la enfermedad de un familiar. La salida de la pobreza, entonces, se ha emergido sobre cimientos débiles que han tornado a nuestra clase media extremadamente vulnerable y desamparada. Esto es justamente lo que los sistemas de protección social que hoy no tenemos buscan evitar. Pero no basta con políticas sociales si no incluimos el factor de la informalidad y no desarrollamos medidas integrales para mitigar esta situación; de lo contrario, seguiremos teniendo ciudadanos invisibles y ajenos al sistema.
Por otro lado, debemos reconocer que no todos saldremos de la crisis de la misma manera. Para unos la recuperación será más rápida mientras que para otros será más lenta. Debemos reconocer e identificar esa vulnerabilidad de aquellas personas que les costará salir más rápido de la crisis o que no lo podrán lograr sin ayuda del Estado. Así como hoy tenemos terapeutas especialistas en la recuperación de las secuelas del COVID-19 en los pacientes, necesitamos terapeutas de políticas especializados en asegurar esta salida efectiva de la pobreza. No esperemos que la apretura de los mercados lo resuelva todo. El Estado debe asumir su rol con mucho empeño y precisión para que nadie quede atrás.
Contenido sugerido
Contenido GEC