Una de las explicaciones habituales para entender el “retraso” en la independencia del Perú se halla en la labor del virrey Fernando de Abascal, quien impidió que se formaran juntas de gobierno en el territorio bajo su mando. No llegó a evitar, sin embargo, que en 1814 se diera el movimiento rebelde del Cusco, liderado por los hermanos José, Vicente y Mariano Angulo, que logró la constitución de una junta presidida por el brigadier Mateo García Pumacahua el 3 de agosto de ese mismo año.
Arequipa, Cusco y Huamanga formaron el eje de una serie de movimientos durante la coyuntura cuyo inicio cabe situar en la gran insurrección de Túpac Amaru, seguida del ciclo convulsivo abierto por el vacío de poder que dejó el traslado forzado de Fernando VII a Francia. Esto permite apuntar la existencia de “un proyecto alternativo al defendido por las autoridades virreinales y las élites limeñas, en demanda de una mayor autonomía frente al centralismo capitalino”, según Núria Sala i Vila.
La rebelión cusqueña estalló por la negativa de las autoridades a aplicar plenamente las provisiones electorales de la Constitución gaditana. Después de que los hermanos Angulo capturaran el poder, el objetivo fue la independencia de la monarquía española y la colaboración con las fuerzas separatistas de Buenos Aires.
Este levantamiento fue el más significativo del temprano siglo XIX, por su envergadura y por involucrar a la ciudad más importante del mundo andino. Estuvo liderado en principio por miembros de la clase media letrada, criolla y mestiza. Pero la adhesión de Pumacahua, cacique de Chinchero, le dio un nuevo carácter étnico. Rápidamente se plegaron los indígenas y se dieron manifestaciones de nacionalismo inca, declarando su intención de crear un imperio autónomo con base en Cusco.
Sin embargo, la radicalización del movimiento por parte de los indígenas y las violentas acciones contra toda clase de explotadores –incluyendo a mestizos y criollos– provocó que la dirigencia se apartara de las bases, y esto originó su colapso antes de la llegada de las tropas enviadas desde Lima. La gran dimensión y articulación multiétnica que alcanzó este evento ha permitido afirmar a ciertos estudiosos que de haber continuado el apoyo de los criollos, lo más probable es que la rebelión de Cusco habría logrado una victoria contra el poder centralista limeño. Jorge Basadre señala que esta rebelión habría desembocado en una república de espectro mucho más popular que la que se dio después de 1821.
Si bien se mira, lo que han celebrado en los últimos años los países vecinos de América Latina es la constitución de juntas de gobierno, que se formaron invocando el principio de soberanía popular y la circunstancia de estar ausente el legítimo rey. No fue una independencia definitiva la que se proclamó en 1809 y siguientes años sino declaraciones de autonomía de carácter municipal.
Ese mismo fenómeno privó en la junta que se estableció en la ciudad de Cusco con la presidencia del cacique Pumacahua. Cusco tenía el mismo rango de sede de audiencia que Lima, pero una visión reduccionista, capitalina, de la historia peruana ha llevado a desconocer la importancia de aquel suceso. Porque aún seguimos “ninguneando” lo andino o serrano, la mayoría de la gente no se ha percatado de que esta efeméride significa realmente el bicentenario de nuestra emancipación y que deberíamos prestarle la más grande atención.