Cómo se recupera un paraíso, por José Álvarez
Cómo se recupera un paraíso, por José Álvarez
Redacción EC

Cuando fray visitó, a principios del siglo XVII, el Bajo Marañón, en el límite norte de la , quedó tan impresionado por la exuberancia de recursos naturales y la belleza del paisaje que volvió convencido de que ahí se había localizado el paraíso terrenal del que habla la Biblia, y así lo publicó en su libro “El paraíso en el Nuevo Mundo” (1653). 

Dos siglos de saqueo inmisericorde y de desgobierno casi convierten a esta zona de la Amazonía en un infierno. La reserva tocó fondo a fines de los 80 y principios de los 90, cuando los pocos guardaparques mal pagados fueron avasallados por cientos de madereros, cazadores y pescadores ilegales, que casi extirparon al paiche, a la charapa y a otras especies emblemáticas de este su último refugio amazónico. 

Veinte años después, Pacaya Samiria ha recuperado en buena medida la lozanía que ostentaba hace siglos: los paiches, arahuanas, taricayas, charapas y lobos de río han vuelto a surcar sus aguas, junto con cientos de otras especies amazónicas, para disfrute de propios (las comunidades que aprovechan ciertos recursos) y ajenos (los turistas que la visitan extasiados). Tanto así que esta reserva quedó en segundo lugar (solo superada por Galápagos) en un reciente concurso mundial impulsado por el diario “USA Today” para elegir a los mejores lugares del mundo para la vida silvestre. León Pinelo estaría más que satisfecho. 

¿Cómo se produjo el milagro? Con la participación de los actores locales, en este caso grupos de manejo de las comunidades indígenas, en la gestión de los recursos. El inició hace unos 20 años esta experiencia, hoy repetida en muchos otros lugares, en la enorme cocha El Dorado de esta reserva. De 1995 al 2015, los paiches se incrementaron de cuatro a más de 3.000, de los que el famoso grupo de los yacutaitas aprovecha entre 50 y 100 al año, además de alevinos de arahuana, huevos y crías de tortuga taricaya y otros recursos. También operan un servicio turístico de excelente calidad. 

Por citar el ejemplo de la taricaya, especie en peligro de extinción en los años 90: los 40 grupos de manejo de taricaya de la RNPS, que recolectan los huevos de los nidos y los incuban en playas artificiales, liberaron el año pasado 499.668 crías y comercializaron 289.809, a lo que hay que sumar el aprovechamiento de unos 800.000 huevos “no viables”, entre consumidos y vendidos. Toda una economía basada en una sola especie recuperada.

Los diferentes modelos de cogestión o gobernanza participativa con comunidades rurales han demostrado ser también una excelente alternativa ante la llamada “tragedia de los bienes comunes”, como demostró la investigadora estadounidense Elinor Ostrom, premio Nobel de Economía 2009. El modelo funciona para la gestión de cualquier recurso de uso abierto, como agua para riego, pastos, recursos pesqueros o bosques. 

Esta es, sin duda, una forma de inclusión social, que no solo considera una distribución más equitativa de los beneficios, sino la participación en la toma de decisiones y en la gestión de los recursos. El modelo no solo es más legítimo: es eficiente y es rentable, como han demostrado las comunidades amazónicas en la RNPS y otras áreas protegidas.