No sería buena idea reducir la tasa del Impuesto General a las Ventas (IGV) como medida para reducir los precios finales al consumidor. En el corto plazo, el grueso de la reducción incrementaría los márgenes de ganancia de las empresas y solo tendría un efecto moderado sobre los precios. En efecto, la reducción de un punto porcentual en el IGV en el 2011 no tuvo un impacto significativo sobre los precios.
No hubiese sido mala idea, eso sí, reducir temporalmente la tasa del IGV para combatir la desaceleración tal y como lo planteó correctamente Carlos Paredes hace unos meses. En particular, haber reducido por un tiempo el IGV hubiese ayudado a inyectar recursos al sector privado ante la anomia de la política fiscal para enfrentar la caída de los términos de intercambio.
Pero el momento para reducir el IGV como medida fiscal expansiva ya pasó. La desaceleración ya ha tocado fondo y reducir la tasa del IGV podría recalentar la economía y aumentar la inflación en el 2015. Utilizando el indicador coincidente (IC) de la actividad económica, desarrollado por Bruno Seminario y María Alejandra Zegarra, se puede inferir que la economía empezó a caer en setiembre del 2013, pero que hay un punto de inflexión en junio de este año. Ver el gráfico del IC disponible en macroup.blogspot.com.
Es decir, el PBI crecerá con mayor rapidez en los meses venideros y, por lo tanto, ya no es necesario reducir el IGV. Según mi proyección publicada en julio, cuando las proyecciones oficiales superaban el 5%, el crecimiento de este año rondará el 2,5%. Muchos otros colegas, Jorge González Izquierdo, Waldo Mendoza y Bruno Seminario, entre otros, ya nos habían advertido sobre el mediocre crecimiento del 2014 mucho antes de julio.
Reducir la tasa del IGV tampoco sería la mejor forma de incrementar el grado de formalización de nuestra economía. Todos los impuestos originan una pérdida de eficiencia social, pues reducen la actividad económica. Por ejemplo, una persona trabaja menos horas formalmente si tiene que pagar mayor Impuesto a la Renta y un consumidor compra menos si el impuesto a las ventas es más alto. Así, bajar la tasa de un impuesto aumenta el número de personas que tributan, es decir, la base tributaria.
Sin embargo, diversos estudios durante la última década concluyen que el IGV es el impuesto que causa menores distorsiones en el accionar del sector privado. En otras palabras, el IGV es nuestro impuesto más productivo y, por lo tanto, el más eficiente desde el punto de vista de la necesidad de recaudar para financiar los gastos del gobierno. La razón estriba en que es más difícil dejar de pagar el IGV que otros tributos.
Si queremos reducir impuestos para formalizar, hay que reducir, más bien, las tasas del Impuesto a la Renta. El grado de informalidad laboral en nuestro país es una cuña para nuestro desarrollo. Hoy, dos de cada tres trabajadores no son parte del sector formal. Sin entrar a discutir las causas de la informalidad, entre las cuales está el carácter dual de la economía nacional, reducir el Impuesto a la Renta nos ayudaría a hacer que más peruanos trabajen formalmente, pagando tributos, pero, al mismo tiempo, disfrutando de derechos laborales.