Zaraí Toledo Orozco

La semana pasada participé en un foro para el desarrollo del . En varios paneles del evento, exministros, tecnócratas e incluso un candidato a gobernador coincidían en señalar que la estaba acabando con el país. La política, agregó una reconocida exministra, está destruyendo todo lo bueno que habíamos logrado e impidiendo que salgamos de la actual crisis. Curiosa afirmación en el país donde los postulantes a cargos públicos pasan más tiempo eligiendo el próximo TikTok que harán que escribiendo sus programas políticos.

Desde hace casi 20 años, en el Perú no tenemos una clase de políticos con preferencias significativas que los distingan unos de otros. Nos es más fácil identificar a un político por su último escándalo que por su posición frente a la política exterior o la reforma fiscal. Si hay algo que necesitamos con desesperación es política, aquella que implica ideas y convicciones.

Como siempre, nos toca ser “contreras”. En el resto de la región, la división política programática está de vuelta. Hace tres años, una agenda sobre seguridad y reactivación económica le dio la victoria a la centroderecha de Luis Lacalle en Uruguay sobre las propuestas de la izquierda de aumentar el gasto público para financiar más programas sociales. El año pasado, en Chile, una coalición de movimientos sociales de centroizquierda con una agenda de reformas para la ampliación del acceso a servicios básicos le ganó a la ultraderecha que, en cambio, proponía un Estado más austero. Un debate similar ocurrió este año, en Colombia, donde las propuestas para ampliar la base tributaria y adoptar nuevas políticas para favorecer al campo le dieron la victoria a la coalición de Gustavo Petro. Aunque imperfectos, en todos estos países la competencia política se da a partir de preferencias distintas, pero claras, sobre los objetivos que debe asumir el Estado para con la sociedad.

En el Perú, por el contrario, la ausencia de política ha forzado a que nuestras autoridades electas lleven la discusión pública hacia aguas más turbias. A falta de convicciones, para poder diferenciarse entre sí, ellos recurren a cuestiones más mundanas, como entredichos y escandaletes. La pelea ha pasado a ser por la distribución de intereses particularistas. El poder político es usado por las autoridades para defender las preferencias de los clanes que los auspician. Los clanes son grupos de gran poder económico que buscan expandir sus negocios de manera irregular, conseguir monopolios o evitar la regulación en distintos sectores productivos. Pueden ser formales o informales, y pueden tener redes nacionales, así como también operar a nivel subnacional. Las autoridades son leales a sus clanes, no a sus votantes. Sin compromiso alguno por una política pública, pasan a defender causas a las que antes se opusieron. Se vuelven políticos reusables y descartables. Esto explica por qué muchos congresistas de bancadas “rivales” votan en conjunto en contra de la reforma de sectores claves, como el transporte o la educación. Nada de esto tiene que ver con la política.

La dinámica se replica a nivel subnacional. En Piura, 12 candidatos se disputan el gobierno regional, cuatro tienen sentencias penales y civiles, y la mayoría de ellos han trabajado juntos en el pasado. La mitad de los candidatos militó antes en otros partidos, y tres de ellos, que ya fueron congresistas, se cambiaron a partidos políticos “rivales” para poder diferenciarse en esta elección. Pese al entrevero, los planes de gobierno consignados ante el JNE son bastante similares y casi un calco de las funciones que estipula la ley orgánica. Si solo tuviéramos la oportunidad de oír sus propuestas sin verles el rostro sería imposible distinguir quién es quién. Aun así, en lo común no encontramos substancia. Por ejemplo, hasta hoy no ha existido un debate entre candidatos sobre propuestas para la prevención del fenómeno de El Niño, quizás el mayor problema en el norte.

La política no es un obstáculo, sino el único vehículo que podemos usar para trascender de la pelea por intereses particularistas y pasar a una discusión significativa sobre el bien común. Traer a la política de vuelta, sin embargo, necesita que los aspirantes a cargos públicos y autoridades asuman que construir un país es una tarea de largo plazo, y no una cuestión momentánea. Para ello, necesitamos políticos con ideas frescas, pero también convicciones fuertes. En suma, la política requiere que los aspirantes a políticos asuman un papel de líderes de cambio y no agentes de clanes.

Zaraí Toledo Orozco es politóloga