He tenido la fortuna de seguir de cerca la carrera de Sonia Goldenberg como estudiante, periodista y cineasta. Me gustó siempre su deseo de buscar ángulos inéditos a la realidad que tenía que observar, como aquella vez en que provocó comentarios forzados sobre un libro inexistente a quienes pretendieron haberlo leído.
Su nueva aventura, el documental “Siguiendo a Kina”, me demuestra que no ha perdido esa habilidad. La elección de Kina Malpartida, la primera boxeadora peruana en alcanzar un campeonato mundial, era una entrada fácil para un filme (documental o no) sobre un oficio poco frecuentado en el Perú. Pero la presentación de dos jóvenes, Alicia Ponte en Puno y Anita Ponce en el Callao, fue la mejor manera de acercarse a este deporte desde un lado más imaginativo.
La vista del espectacular paisaje serrano en las escenas en Puno acapara la mirada de los espectadores. Es notable la fotografía de las prácticas en medio de cumbres y precipicios que intimidan y que redoblan la energía que se necesita para ensayar los golpes, buscando la aprobación de los apus. Asimismo, conmueve la voluntad de la pequeña boxeadora para desarrollar su arte en niñas menores que difícilmente entenderían la trascendencia de este ejercicio en quien hace de maestra.
Pero me cautivó Anita Ponce en el Callao. Quizá porque el contraste urbano con el paisaje de las alturas tiene un éxito demasiado anunciado, quizá porque las ciencias sociales procuran no mirar las zonas tugurizadas que existen en espacios que están en sus narices, quizá porque ese espacio me fue familiar en mi niñez y adolescencia.
Recuerdo emocionado haber entrado al viejo estadio de madera a ver practicar a Antonio Frontado, aquel boxeador de Chiclín que fue campeón amateur e ídolo de multitudes, que acabó su carrera cuando el dominicano Carlos Pérez (‘El Zurdo del Higuamo’) lo derribó sin remedio, en una segunda pelea, luego de haber perdido dudosamente la primera.
Para los chicos del barrio (calles Sandia, Mapiri, Tipuani y alrededores), el fútbol y el box eran dos destinos soñados que se alimentaban en la realidad de las frecuentes peleas callejeras. Entre los mayores, que nos señalaban ese camino, eran conocidos los que habían vestido guantes y entrenaban en la precariedad de sus medios: con guantes usados, sogas deshilachadas para saltar y bolsas de arena improvisadas. El espectáculo debió ser deprimente cuando subían a la lona, el físico esmirriado de la mayoría tendría que habernos desalentado, pero contribuyó a que deseáramos aun más seguir sus pasos. Recuerdo a uno de estos boxeadores cuyo combate fue interrumpido por la visible cojera que había pasado desapercibida en las fases previas al enfrentamiento. Pero nada de eso detenía nuestro entusiasmo.
El carácter confesional de la entrevista de “hincha a morir”, como se presenta a Ponce, también nos llega al corazón, así como la ternura con que muestra la colección de imágenes de Kina Malpartida. O el visible disgusto cuando alguno de los que debieron ayudarla a entrenar intentó propasarse. Los ambientes en que se desplaza y lo sombrío de la fotografía (que retrata la permanente falta de luz de la capital) nos dan una buena imagen de la fortaleza de ese fervor.
Pareciera que a este deporte se le cierran los espacios, con la difusión de artes marciales mixtas que privilegian el empleo de varias disciplinas, con tiempos de combate más prolongados que los tres minutos de pelea y uno de descanso clásicos en el box. A lo que debe sumarse también la ausencia de pesos pesados con el carisma de Cassius Marcellus Clay, luego conocido como Muhammad Alí, cuya notoriedad fue más allá del ring por muchas y justificadas razones. Aunque en pesos menores, no puede uno quejarse por lo que ha obtenido Floyd Mayweather Jr., el campeón que este año anunció su retiro.
No hay duda de que Kina tiene un espacio especial en el deporte peruano, aunque su retiro ahora parece definitivo. Sin embargo, para Anita y Alicia, ella seguirá siendo el sueño de algo que también puede ser parte de sus vidas. Gracias, Sonia, por habernos permitido echar un vistazo a esas esperanzas.