Redacción EC

La muerte de y el reconocimiento del pueblo español al gobernante que cortó con las instituciones sobrevivientes del , para dar un impulso definitivo a la opción por la democracia, significan que, por una decisión nacida del sentimiento y la valoración ciudadana, Adolfo Suárez ha ingresado a la historia de los grandes forjadores de la España contemporánea.

Sus orígenes políticos se encuentran en el Movimiento, única modalidad tolerada por el franquismo para hacer política; pero Suárez, persona abierta al diálogo y con estudios de Derecho en la Universidad de Salamanca, reparó temprano en la precaria legalidad del régimen español y en la imposibilidad de que todo quedara igual luego de la desaparición de Franco. Su incorporación al primer Gabinete posfranquista presidido por Arias Navarro le abrió el camino para ganarse la confianza de dos personajes claves en el proceso de apertura: el , necesitado de una reválida democrática al cargo monárquico, y su asesor Torcuato Fernández de Miranda. El camino más corto y viable para lograrlo era la reforma desde dentro.

Cuando el rey despidió al Gabinete Arias Navarro, la presidencia del gobierno recayó en Suárez, joven, casi un desconocido, sin resistencias, dotado de una personalidad dialogante y con capacidad de seducción. La tarea de neutralizar la legalidad vigente era compleja. Debía ganar credibilidad con los movimientos que exigían libertades, con los exiliados políticos y con quienes desde la clandestinidad evaluaban cómo acabar con el franquismo. Al mismo tiempo, había que ganar la confianza de los militares y convencer a los miembros de las Cortes de la necesidad de votar una ley que convocase a elecciones para un Congreso que diese a España una nueva Constitución y una legalidad con libertades y democracia. Y lo logró.

El segundo paso fue más audaz. Suárez sabía que las elecciones requerían la participación de todos los ciudadanos en un clima sin perseguidores ni perseguidos. Decreta, entonces, la legalidad de los partidos políticos, incluido el Partido Comunista; y la amnistía. El exilio había acabado para miles de españoles perseguidos por su militancia política y sus ideas. Nunca más esas dos Españas que en los versos de Machado rompían el corazón.

Fui espectador conmovido de ese retorno. Cargados de años, pero con una lealtad ejemplar regresaban a su tierra para vivir, como se cantaba en las calles de toda España, una libertad sin ira. Dolores Ibárruri (la Pasionaria), Santiago Carrillo, el poeta Alberti, el historiador Sánchez Albornoz, Tarradellas; también Pratt y los socialistas históricos para ceder la posta a esos colectivos clandestinos de jóvenes socialistas (“como el Isidro de ”), que habían mantenido el fuego del socialismo democrático en España. Con todos ellos y luego de 40 años de dictadura, el pueblo español volvía a tener unas elecciones libres, universales y democráticas.

Al frente de la Unión de Centro Democrático, Suárez ganó las elecciones, seguido muy de cerca por el PSOE de Felipe González y detrás de ellos el Partido Socialista Unificado de Tierno Galván, el Partido Comunista de Santiago Carrillo y la Alianza Popular de Manuel Fraga. El 15 de junio de 1977 fue una fiesta histórica. Vino a continuación ese otro paso magistral consistente en trabajar no con criterio de partido vencedor, sino con el talante democrático que le impelía a buscar el consenso y a proponer unas bases constitucionales donde tenían su lugar una monarquía constitucional y un gobierno parlamentario como bases para construir un sistema democrático, unas autonomías de regiones convergentes en la definición de un Estado Unitario Nacional.

Junto a estas bases, la Constitución otorgaba un reconocimiento amplio a los derechos fundamentales e incluía instituciones como la Corte Constitucional y el defensor del Pueblo. Esta Constitución, ratificada en el referéndum de diciembre de 1978, pasó a ser el modelo de referencia de las nuevas Cartas latinoamericanas de fines del siglo XX, como la .

Suárez será recordado como el estadista que impulsa el Pacto de la Moncloa y que se enfrenta valientemente a la intentona golpista del coronel Tejero en febrero de 1981. Eso fue precisamente en el momento de su partida, por problemas partidarios que le restaban el apoyo necesario para combatir la crisis económica y brotes terroristas de la ETA y el Grapo. El recuerdo de Suárez es imperecedero y el pueblo que en estos días lo ha despedido entre ovaciones recordará agradecido uno de sus últimos discursos antes de alejarse del poder: “Se dirá de mí que no fui un buen servidor del Estado, pero siempre antepuse el servir a los españoles”.